ACTUALIDADES

Tras los manuscritos de
Rufino Blanco-Fombona.
La creación del Archivo.
Por Maguy Blancofombona



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A pesar de haber sido durante las cuatro primeras décadas del siglo XX uno de los escritores más importantes de Venezuela y Latinoamérica, aún hoy la obra de Rufino Blanco-Fombona es poco conocida. Cuando regresó a su país en 1936 después de veintiséis años de exilio, el país era otro y mientras que su destierro contribuyó a que el escritor entrara en contacto con los más grandes intelectuales de España y América el mismo movimiento fue haciendo que se creara una distancia entre él y las nuevas generaciones venezolanas. Blanco-Fombona le escribe a Diego Carbonell “Tengo el absoluto convencimiento de que esa Venezuela que hoy me injuria, me desfigura, me aprisiona y me destierra, se ocupará de mí cuando yo cierre los ojos, verá lo injusta, lo ciega que ha sido, me estudiará y me pondrá como ejemplo de la vida más altiva, más pura, más desinteresada, más idealista”.[1]

Han transcurrido más de sesenta años desde su muerte en Buenos Aires, adonde el escritor había viajado para la edición de sus obras completas. Éstas nunca han sido editadas y es sólo hoy, en 2009, que hemos comenzado a hacer un inventario de una buena parte de sus manuscritos que permitirán la creación del Fondo Rufino Blanco-Fombona.

Conocí a Blanco-Fombona a través de lo que los otros decían o callaban. Me fui construyendo una versión de él muy mía, pero que no compartía con nadie. Comencé cuando era pequeña por la lectura de algunos poemas, algún cuento, pero en realidad había algo fascinante que me producía lo que escuchaba y que no encontraba en esas lecturas. Un día oí que mi padre comentaba que habían robado la casa donde estaban guardados los libros, los manuscritos y algunos objetos que el abuelo le había dejado en herencia y por consiguiente iban a trasladar todo a nuestra casa. La noticia me llenó de alegría pues imaginé que por fin podría encontrar por mi misma lo que buscaba, sin saber muy bien lo que era. Pero cuando le pregunté si podría abrir las cajas y ver lo que había adentro, me dijo que tendría que esperar hasta que todo estuviera organizado y sólo me permitió abrir un baúl lleno de botellas, en las que flotaban unas especies de anémonas con las que yo pasé un día muy divertida.

Pasó mucho tiempo porque la persona que encargaba de hacer el trabajo sólo podía venir de vez en cuando y además se encerraba como para que nadie lo interrumpiera. Finalmente y antes de que todo estuviese listo mi padre tuvo que tomar la decisión de vender la casa y vi desde lejos como todo regresaba nuevamente a las cajas sin ni siquiera haber podido ojear un sólo papel ni un sólo libro. Las cajas fueron trasladadas y colocadas en el sótano del edificio adonde nos mudamos. Mi padre estaba enfermo y le quedaban sólo unos pocos meses de vida.

Cuando murió me quedé con tantas dudas y tantas preguntas sin respuesta que pensé que era muy grande la responsabilidad de decidir lo que debía hacer con los manuscritos y se lo consulté a los hermanos de mi padre, pero éstos rápidamente se los llevaron a su casa. Nuevamente pasaron muchos años, pero al morir el último de los tíos y siendo la heredera directa los fui a recoger a día siguiente.

Había sido tan grande la espera que no sabía ni qué hacer, ni cómo empezar a abrir los paquetes y los sobres. Ya no me unía a ellos la alegría inocente de quien no sabe lo que verdaderamente tiene en sus manos, ahora había algo más profundo. Además estaba también la preocupación de que lo que tenía delante no era solamente mío, era la memoria de mi familia y la de mi país. Comencé entonces a pensar lo que podría hacer pues no quería que terminaran en el fondo de la gaveta de una biblioteca. En octubre de 2006 vine a Poitiers para asistir a un coloquio en el Centro de Investigaciones Latinoamericanas de la Universidad de Poitiers y oí hablar acerca de los Archivos Virtuales. A pesar de haber venido para otra cosa, en ese momento comprendí que eso era lo que yo quería para la obra de Blanco-Fombona porque él nunca fue un hombre de un sólo país, de hecho no podía serlo, si vivió fuera de Venezuela, bien por exilio o para ejercer cargos diplomáticos, más tiempo que en ella, y de lo poco que había leído para ese entonces recordaba que su visión de Latinoamérica había sido siempre continental. Desde ese mismo momento y a partir de 2008 comencé a traer lo que yo guardaba preciosamente en mi casa. Desde febrero de 2009 y gracias a una invitación del CRLA trabajo en la creación del Fondo Rufino Blanco-Fombona.

Hasta el momento el Fondo está compuesto por aproximadamente ocho carpetas, veinte sobres y tres paquetes que contienen cartas, relatos, poemas, artículos, capítulos y partes de libros de ensayo, páginas de los diarios íntimos, unas manuscritas y otras dactilografiadas y corregidas a mano por el autor.

El trabajo que llevo a cabo no solamente consiste en ordenar, ya que muchos de los manuscritos están en mal estado, pegados, doblados y algunos hasta enrollados con papeles de periódico; luego, antes de hacer un primer ordenamiento en fundas plásticas hay que despegarlos, desdoblarlos y alisarlos. Una vez terminada esa parte, hay que identificar firmas cuando se trata de correspondencia, ubicar aquéllos que constituyen capítulos de libros.

Debo confesar que no he podido comenzar el trabajo de ordenamiento del material sin leer algunos párrafos pues la curiosidad es muy grande. Las escasas lecturas que he hecho hasta el momento muestran a un escritor con ideas contemporáneas. Asimismo como estuvo viviendo durante períodos más o menos largos en ciudades como París, Madrid y Montevideo, sus diarios y correspondencia nos muestran tanto en el campo cultural como político el gran compromiso del escritor no sólo como venezolano y latinoamericano sino también como iberoamericano.



[1] Diego Carbonell, Lo morboso en Rubén Darío, Caracas: Editorial Cecilio Acosta, 1943.