La amistad entre
Pablo Neruda y Miguel
Hernández


Thomas Stauder
Erlangen-Nürnberg, Alemania


____________________________  

♦ La cosmovisión y el desarrollo
    artístico de Miguel Hernández
    antes del encuentro con
    Pablo Neruda

La cosmovisión y el desarrollo
    artístico de Miguel Hernández
    después del encuentro con
    Pablo Neruda

Los últimos contactos entre
   Hernández y Neruda antes de la
   muerte del poeta oriolano

♦ Bibliografía selecta




Volver al índice












































Volver arriba







Volver arriba



Volver arriba



Volver arriba

Introducción

En esta contribución quisiera analizar la estrecha relación humana y artística que vino a producirse entre Pablo Neruda y Miguel Hernández durante la estancia madrileña del chileno en 1935 y 1936. Trataré de mostrar la importancia del encuentro con el autor de Residencia en la tierra para el joven poeta de Orihuela, que había empezado a escribir en un entorno provincial y conservador, del cual pudo liberarse sólo paulatinamente y con la ayuda de sus amistades en la capital. El punto de partida de este análisis es el capítulo que dediqué a Hernández en mi tesis de habilitación sobre la poesía del siglo XX, aceptada en Alemania en 2002[1]; pero he también tenido en consideración los últimos resultados de la investigación hernandiana, como por ejemplo la nueva biografía de Miguel Hernández publicada recientemente por José Luis Ferris[2].

 

La cosmovisión y el desarrollo artístico de Miguel Hernández antes del encuentro con Pablo Neruda

En 1925 Miguel Hernández tuvo que abandonar el Colegio Santo Domingo de Orihuela a la edad de apenas quince años para ayudar a su padre en el cuidado del ganado; pero pudo continuar su educación literaria en la tertulia de los hermanos Fenoll, donde conoció al joven jurista José Ramón Marín Gutiérrez, que se hizo llamar “Ramón Sijé”. Este último, paladín de un catolicismo reaccionario y de una estética tradicional, se convirtió por algunos años en el mentor intelectual de Hernández, hasta el encuentro de éste con nuevos amigos con otros ideales en 1934.

Durante su primera estancia madrileña entre diciembre de 1931 y mayo de 1932, Hernández se entera de las actuales modas literarias, sobre todo del neogongorismo de la “Generación del 27”, pero también de otras corrientes de la vanguardia artística, como por ejemplo de las “greguerías” de Ramón Gómez de la Serna. El hermetismo de su colección de poesías Perito en lunas, compuesta tras su regreso a Orihuela y publicada a principios de 1933, da testimonio de la influencia de estos modelos; como es sabido, la deliberada dificultad de estos textos hernandianos provocó la observación siguiente de parte de Gerardo Diego: “No creo que haya un solo lector [...] capaz de dar la solución a todos los acertijos poéticos que propone.” (Sánchez Vidal 1976a, 12).

El ideal estético del Miguel Hernández de esta fase es una belleza alejada lo más posible del mundo de cada día, como el mismo llegó a decir en su artículo “Mi concepto del poema”, escrito en 1933: “¿Qué es el poema? Una bella mentira fingida. Una verdad insinuada. [...] Guardad, poetas, el secreto del poema: esfinge.” (OC, 2113) El conservadurismo religioso de Hernández emerge cuando compara el poema al “Santísimo Sacramento” y el poeta al cura (OC, 2113); aquí es evidente el predominio ideológico de Ramón Sijé, que escribiría en 1934: “La teología y la poesía tienen como nota común el ardor que engendran: el fuego de Dios...” (Sánchez Vidal 1976b, 10).

Para mostrar aún mejor la posición hernandiana antes del encuentro con Pablo Neruda, se puede recurrir a su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, o también a dos artículos publicados en noviembre de 1932 y febrero de 1934, “Via – de campesinos” y “Momento – campesino”; en todos esos textos, Hernández previene la población rural contra la envidia social de los nuevos tiempos y sobre todo contra la doctrina marxista[3].

Lo mismo vale para tres poesías hernandianas compuestas durante el año 1934 y publicadas en El Gallo Crisis, la revista oriolana fundada por jóvenes intelectuales católicos y dirigida por Ramón Sijé: “Profecía —sobre el campesino”, “La morada— amarilla” y “El silbo de afirmación en la aldea”. Tratandose según su propia terminología de “poesía profética”, “en que todo ha de ser claridad” (OC, 2113), Hernández renunció aquí a su hermetismo habitual, pero no a la ideología conservadora de su primera fase artística[4].

La última de las tres poesías recién mencionadas fue redactada a finales de 1934 durante la tercera estancia hernandiana en Madrid; cuando el mismo Hernández escribió una carta desde la capital en el mes de junio de 1935, ya se había distanciado de ese período anterior de su vida privada y artística:

 

En el último número aparecido recientemente de El Gallo Crisis sale un poema mío escrito hace seis o siete meses: todo él me suena extraño. Estoy harto y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica. (OC, 2345).

 

Como veremos en seguida, esa reorientación fue debida a las nuevas amistades madrileñas de Hernández, entre las cuales destaca la de Pablo Neruda.

 

La cosmovisión y el desarrollo artístico de Miguel Hernández después del encuentro con Pablo Neruda

En el mes de marzo de 1934 Hernández había realizado su segundo viaje a Madrid; durante esa estancia conoció a un gran número de escritores, artistas y intelectuales de la capital, muchos de ellos en la casa de Manuel Altolaguirre; hizo también una visita a Rafael Alberti (Collado, 131-132). Tras su regreso a Orihuela en abril, Hernández partió otra vez para Madrid a mediados de julio para ver a José Bergamín; según José Luis Ferris (175), fue entonces en la tertulia de Cruz y Raya en la madrileña calle del General Mitre que tuvo lugar el primer encuentro entre Hernández y Neruda. El chileno había llegado en mayo al consulado de su país en Barcelona[5]; estaba temporalmente en la capital para preparar con Bergamín la publicación del segundo volumen de Residencia en la tierra. Ferris (175) habla de “simpatía recíproca de [gran] intensidad” desde el principio, pero esto parece más bien una interpretación a la luz de los acontecimientos posteriores que un hecho comprobable.

De todas maneras, Hernández permaneció bajo el influjo ideológico y artístico de Ramón Sijé aún durante la segunda mitad de 1934, hasta que pudo entrevistarse de nuevo con Pablo Neruda en Madrid el 6 de diciembre de ese mismo año. Los biógrafos hernandianos anteriores a Ferris –por ejemplo Pedro Collado (147)– tenían costumbre de mencionar ese día como fecha del primer encuentro entre los dos poetas; sin duda alguna, en esta ocasión el chileno impresionó mucho al joven oriolano.

Neruda, que se trasladaría definitivamente a la capital española sólo en febrero de 1935, pronunció una conferencia en la madrileña calle San Bernardo y fue presentado por Federico García Lorca como “hombre verdadero que ya sabe que el junco y la golondrina son más eternos que la mejilla de la estatua” y que escribe “poesía que no tiene vergüenza de romper moldes, que no teme al ridículo y que se pone a llorar de pronto a mitad de la calle.” (Cano Ballesta 1996, 170-171).

Para poder apreciar debidamente ese juicio del granadino, hay que recordar que la poesía de la “Generación del 27” había seguido un ideal artístico profundamente antirromántico, definido en el famoso tratado La deshumanización del arte que José Ortega y Gasset había publicado en 1925. El filósofo quería excluir los sentimientos de la poesía: “La poesía es hoy el álgebra superior de las metáforas.” (Lázaro/Tusón, 191). Deseaba creaciones artísticas estrictamente separadas del mundo de cada día, “inquilinas de un astro inabordable y absolutamente lejanas” (L./T., 191). El neogongorismo de la “Generación del 27” y la poesía hernandiana de Perito en lunas habían tratado de realizar ese concepto de “poesía pura” según Ortega y Gasset: “Vida es una cosa, poesía es otra. El poeta empieza donde el hombre acaba.” (L./T., 191).

Sobre este fondo se puede comprender mucho mejor el sentido de las palabras de Lorca: la golondrina es un símbolo del romanticismo español, mientras que la estatua es un símbolo de la impasibilidad deshumanizada. Lorca elogió Neruda por llorar en la calle, es decir por exhibir sus sentimientos en público, lo que Ortega y Gasset había prohibido. El granadino dejó entrever de esta manera para Miguel Hernández la posibilidad de una nueva forma de “poesía impura” según el modelo nerudiano.

A finales de 1934, Hernández había casi terminado la redacción del conjunto de poesías El silbo vulnerado, una versión primitiva de El rayo que no cesa (carta a Benjamín Palencia; OC, 2327). A través de la versión intermedia Imagen de tu huella (OC, 828) Hernández llegaría al texto definitivo de El rayo que no cesa sólo un año más tarde, en el mes de diciembre de 1935; algunas de las poesías de ese libro –que fue llamado por Agustín Sánchez Vidal “un auténtico campo de batalla” (OC, 56)– mostrarán entonces ya el influjo de Neruda[6].

Apenas regresado a Orihuela tras el segundo y decisivo encuentro con el poeta chileno en la capital, Hernández escribió desde su ciudad natal, todavía en 1934: “¿Qué hay, Pablo? ¿Se queda en Madrid? ¿Se irá –¡dolor!– a Barcelona? ¿Hará la revista? ¿Me llamará generosamente a su lado?” (OC, 2328). La revista que Neruda estaba proyectando era naturalmente Caballo verde para la poesía, cuyo primer número aparecería en octubre de 1935 y contendría entonces una poesía hernandiana (de la cual hablaremos más adelante). Pero lo que cuenta sobre todo en esa carta es la manifestación inequívoca de simpatía y admiración ante el poeta chileno; queda patente que a partir de ese momento Hernández se sentía más vecino a él que a su guía anterior Ramón Sijé.

Esta estima fue correspondida por Neruda, que apreciaba en el joven poeta oriolano su presunta mentalidad selvática, un juicio sólo parcialmente acertado, si se toma en cuenta la extrema artificialidad de Perito en lunas. Hay que suponer que en esta actitud nerudiana influyó el cliché del “poeta cabrero” que se había difundido en Madrid durante la primera estancia hernandiana; el chileno escribiría muchos años más tarde en su autobiografía Confieso que he vivido (154-155):

 

Uno de los amigos de Federico y Rafael era el joven poeta Miguel Hernández. Yo lo conocí cuando llegaba de alpargatas y pantalón campesino de pana desde sus tierras de Orihuela, en donde había sido pastor de cabras. [...] Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y que conserva frescura subterránea. [...] Era ese escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta, con virginidad selvática y arrolladora fuerza vital.

 

El 4 de enero de 1935 Neruda respondió desde Madrid a la carta hernandiana arriba citada; se da cuenta que su nuevo amigo está en la encrucijada y le aconseja de alejarse de la religiosidad conservadora de Sijé:

 

Querido Miguel, siento decirle que no me gusta El Gallo Crisis, le hallo demasiado olor a iglesia ahogado en incienso. ¡Qué pesado se pone el mundo, por un lado los poetas comunistas, por el otro los católicos, y por suerte en medio Miguel Hernández hablando de ruiseñores y cabras! Ya haremos revista aquí querido pastor, y grandes cosas. (OC, 2744).

 

En los meses siguientes, Hernández se distanciará efectivamente de los ideales estéticos y ideológicos de su juventud; todavía en enero contestó desde Orihuela a José Bergamín, que había osado criticar a Ramón Sijé:

 

Ya me lo explico lo de su posición con respecto a la revista nuestra: ve en ella – ¿no? – catolicismo exacerbado, intransigente, resultante de la soledad y el carácter soberbio e impetuoso de Sijé, que la escribe.” (OC, 2332).

 

Aún más explícita es la carta que Hernández dirigió desde Madrid a Juan Guerrero Ruiz en el mes de junio de 1935; en ella reniega toda la precedente fase religiosa de su propia obra:

 

Tiene que perdonarme que no le enviara mi auto sacramental [...]. Ha pasado algun tiempo desde la publicación de esta obra, y ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí, ni tengo nada que ver con la política católica y dañina de Cruz y Raya, ni mucho menos con la exacerbada y triste revista de nuestro amigo Sijé.” (OC, 2344).

 

En esa misma carta, Hernández menciona con mucho respeto “mi amigo Pablo Neruda”, “el gran poeta chileno”, para quien busca no sólo un lugar de veraneo en la Costa Blanca, sino también un médico para atender a su hija enferma[7].

La primera poesía que dio testimonio de la reorientación ideológica y estética que Hernández estaba llevando a cabo con la ayuda de Neruda se llamó “Sonreídme” y fue redactada durante la primera mitad del año 1935. En ella, el yo poético celebra su liberación de las obligaciones morales de la religión católica, lo que evidentemente hace pensar en la biografía hernandiana:

 

Vengo muy satisfecho de librarme
de la serpiente de las múltiples cúpulas,
la serpiente escamada de casullas y cálices (OC, 519)

 

Para Hernández, cuya poesía había mostrado señales de un particular vitalismo ya antes del encuentro con Neruda, ese distanciamiento de la iglesia significó sobre todo el desencadenamiento de su propia sexualidad, reprimida hasta entonces[8].

En la segunda parte del poema, el yo hablante se solidariza con los oprimidos de la sociedad, con los obreros y labradores[9]; los símbolos comunistas aportan la prueba del acercamiento político de Hernández a Neruda:

 

Ya relampaguean
las hachas y las hoces con su metal crispado,
ya truenan los martillos y los mazos (OC, 519)

 

Como su amigo chileno, Hernández sueña ahora con la revolución marxista[10], utilizando en su poema las palabras violentas de la Marsellesa:

 

Habrá que ver la tierra estercolada
con las injustas sangres (OC, 521)

 

Hernández ni podía ni quería ocultar el cambio de su cosmovisión a Ramón Sijé; en el mes de julio de 1935 escribió desde Madrid a su novia Josefina en Orihuela: “Mi amigo Pepito está disgustado conmigo porque le dije hace tiempo que está demasiado metido en la iglesia siempre.” (OC, 2352; hay que recordar que el verdadero nombre de pila de Ramón Sijé era “José”).

Durante el verano de 1935 Hernández redactó la “Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda”; el título de ese poema ya indica la estrecha relación con el modelo nerudiano, así que Marie Chevallier (1977, 276), la gran especialista hernandiana, habló acertadamente de un “poema-espejo”. Sangre y vino eran palabras clave en la filosofía vitalista del chileno y simbolizaban su concepto orgiástico de la existencia humana; Hernández había podido encontrar esos símbolos nerudianos en el poema “Estatuto del vino”, uno de los “Tres cantos materiales” de Residencia en la tierra. El texto de ese poema formaba parte del “folleto-homenaje”[11] que Hernández mismo junto con otros admiradores había entregado a Neruda en Madrid en el mes de junio de 1935, o sea poco antes de componer esa oda. El poema nerudiano contiene los versos siguientes:

 

El vino abre las puertas con asombro,
[...]
Yo estoy de pie en su espuma y sus raíces,
[...]
yo subo escaleras de humedad y sangre
[...]
Entonces surgen los hombres del vino
[...]
cantando cantos de intención nupcial.
Me gusta el canto ronco de los hombres del vino.
(Residencia en la tierra, 121-122)

El vino y la sangre están aquí asociados con la sexualidad, y esta con el cuadro más ampio de la fertilidad universal. En su oda, Hernández repite estos y otros símbolos nerudianos, como por ejemplo la espuma apenas citada :

 

con espumas creadas por los vasos
y el ansia de brotar y prodigarse. (OC, 521)

 

Cuando el yo poético de la oda hernandiana se dirige a Neruda con el verso “Cantas, sangras y cantas; te pones a sangrar” (OC, 523), esto se refiere a los sentimientos que el chileno vierte en sus poemas y a su nuevo concepto de “poesía impura”. Con el verso “y veo entre nosotros coincidencias de barro” (OC, 524) Hernández da a entender que él y Neruda tienen el mismo ideal vitalista; en la poesía hernandiana, el barro está casi siempre asociado con el concepto de fertilidad, lo que había sido el caso por ejemplo en el poema arriba citado “Sonreídme”. Finalmente hay que mencionar que hasta en la elección del verso libre Hernández imita el poema nerudiano “Estatuto del vino”, prefiriendo de esta manera la forma de la poesía de su amigo chileno a las formas más tradicionales apoyadas por Ramón Sijé.

En el mes de octubre de 1935 apareció en Madrid el primer número de la revista nerudiana Caballo verde para la poesía, que contó entre sus colaboradores a Miguel Hernández. En su prólogo programático, titulado “Sobre una poesía sin pureza”, el chileno se distanció implicitamente del tratado orteguiano La deshumanización del arte; para Neruda, todos los aspectos de la vida humana podían convertirse en tema de la poesía:

 

Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos. (Caballo verde para la poesía, edición de 1974, 5).

 

Ese mismo número primero contiene el poema hernandiano “Vecino de la muerte”, con el verso clave “Y es que el polvo no es tierra.” (OC, 530). Volvemos a encontrar aquí el concepto de fertilidad universal que une Hernández a Neruda; el yo poético desea que su cuerpo engendre nueva vida después de su muerte[12]: “¿No cumplirá mi sangre su misión: ser estiércol?” (OC, 529). Los representantes de la religión católica, “los enterrados con bastón y mitra” (OC, 529), se hallan en el polvo, símbolo de la infertilidad, mientras que el poeta exhorta a los otros de combatir ese polvo estéril de una manera especial, que hace pensar en la oda a Pablo Neruda arriba analizada:

 

asústalo con besos y caricias,
ahuyéntalo con saltos y canciones,
mátalo rociándolo de vino, amor y sangre. (OC, 530)

Es comprensible que la colaboración de Hernández en la revista nerudiana doliese a Ramón Sijé, que veía escapar su antiguo discípulo de su control; le envió una carta preocupada desde Orihuela en el mes de noviembre de 1935:

 

Es terrible lo que has hecho conmigo. Es terrible no mandarme Caballo Verde... Por lo demás, Caballo Verde no debe interesarme mucho. [...] Caballo impuro y sectario. [...] Quien sufre mucho eres, tú, Miguel. Algún día echaré a alguien la culpa de tus sufrimientos humano-poéticos actuales. Transformación terrible y cruel. [...] Efectivamente, camino de caballos melancólicos. Mas no camino de hombre, camino de dignidad de persona humana. Nerudismo (¡qué horror, Pablo y selva, ritual narcisista e infrahumano de entrepiernas, de vello de partes prohibidas y de prohibidos caballos!); aleixandrismo; albertismo. [...] ¿Donde está Miguel, el de las batallas? (Zardoya, 23-24).

 

Pese a su rigidez ideológica, Sijé era suficientemente inteligente para poder percibir con total claridad las amistades literarias de Hernández en la capital: además de Pablo Neruda, los amigos y modelos más importantes eran Vicente Aleixandre y Rafael Alberti.

Sólo un mes tras la carta apenas citada, en la noche del 23 al 24 de diciembre de 1935, Ramón Sijé falleció, mientras que Hernández estaba preparando su poemario El rayo que no cesa para la imprenta. No obstante el anterior distanciamiento entre ellos, Hernández compuso inmediatamente una elegía para el amigo difunto y logró incluirla en su nuevo libro a tiempo para la publicación. Lo desconcertante fue que las imágenes de esta elegía, proyectada como homenaje a Ramón Sijé, estaban en la linea del vitalismo compartido por Hernández y Neruda; en este poema no sólo aparecía el culto de la fertilidad tipicamente hernandiano[13], sino también un florilegio de símbolos nerudianos como la lluvia y las amapolas[14].

El 2 de enero de 1936 Hernández publicó en el periódico madrileño El Sol una reseña entusiástica del poemario nerudiano Residencia en la tierra, en la cual elogió la calidad emocional de la producción artística del chileno: “Esta es la especie de poesía que prefiero, porque sale del corazón y entra en él directa.” (OC, 2156). Como ya Neruda lo había hecho en el primer número de Caballo verde para la poesía, Hernández se distancia ahora de la “poesía pura” según el ideal de José Ortega y Gasset: “Odio los juegos poéticos del solo cerebro.” (OC, 2156; hay que recordar la expresión orteguiana de la poesía entendida como “álgebra superior de las metáforas”). En su reseña, Hernández imita muchos conceptos y imágenes del manifiesto nerudiano “Sobre una poesía sin pureza”: El chileno había escrito en el prólogo de la revista „Quien huye del mal gusto cae en el hielo“ (edición de 1974, 5); en el artículo hernandiano esto se convierte en “Quiero las manifestaciones de la sangre y no las de la razón, que lo echa a perder todo con su condición de hielo pensante.” (OC, 2156)

Como fue ya indicado más arriba, cuando a finales de enero de 1936 apareció finalmente el poemario hernandiano El rayo que no cesa, contenía algunos textos compuestos bajo el influjo de Pablo Neruda. Esto se puede probar particularmente bien en el caso del poema “Me llamo barro aunque Miguel me llame”, en el cual el yo poético dice de sí mismo: “me invisto de amapola” (OC, 501). Para comprender el significado de esta imagen floral en el texto hernandiano, hay que saber que en la poesía de Neruda la amapola es muy frecuente y está casi siempre asociada con la esfera sexual. Se podría citar el poema nerudiano “Materia nupcial” de Residencia en la tierra (111), donde una eyaculación es descrita al principio como “espeso río de semen verde”; a continuación, el yo poético, que se imagina a sí mismo frente a una “niña”, dice: “La inundaré de amapolas”[15].

Pocas semanas después del comienzo de la guerra civil española en el mes de julio de 1936, Hernández se incorporó al ejército republicano; casi al mismo momento, Neruda “fue destituido de su cargo de cónsul tras aparecer publicada su fotografía en el primer número de la revista El mono azul […] junto a unas declaraciones en las que mostraba su apoyo incondicional a la República” (Ferris, 338). Neruda fue obligado a abandonar España rumbo a París y de esta manera los dos amigos tuvieron que separarse; volverían a verse en una sola ocasión, pero permanecerían unidos mentalmente.

 

Los últimos contactos entre Hernández y Neruda
antes de la muerte del poeta oriolano
 

En julio de 1937 tuvo lugar en Valencia y Madrid el “II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura”, una reunión de las más importantes intelectuales antifascistas de toda Europa[16]; entre muchos otros escritores participaron también Miguel Hernández y Pablo Neruda, que no habían podido encontrarse desde el otoño del año precedente. Hallándose de nuevo en la capital española, el chileno sintió el deseo de visitar su antiguo domicilio en el barrio de Argüelles, la famosa “Casa de las Flores”, adonde fue acompañado por Hernández (Ferris, 376-377)[17].

Tras el regreso de Neruda a Francia, Hernández salió de viaje a la Unión Soviética; mientras que estaba todavía en Moscú, apareció en Valencia en el mes de septiembre de 1937 su primer poemario de guerra, titulado Viento del pueblo. La dedicatoria a Vicente Aleixandre menciona a ése junto con el amigo chileno: “Pablo Neruda y tú me habéis dado imborrables pruebas de poesía.” (OC, 550)

La segunda colección de poesías hernandianas compuestas durante la guerra civil, El hombre acecha, pudo aún ser imprimida en el mes de marzo de 1939 poco antes del fin de la contienda; pero la toma de Valencia por las tropas franquistas impidió la encuadernación y distribución de ese libro (Luis/Urrutia, 29). También ese poemario posee una dedicatoria, esta vez dirigida explicitamente a Pablo Neruda:

 

Tú preguntas por el corazón, y yo también. Mira cuántas bocas cenicientas de rencor, hambre, muerte, pálidas de no cantar, no reír: resecas de no entregarse al beso profundo. Pero mira el pueblo que sonríe con una florida tristeza, augurando el porvenir de la alegre sustancia. Él nos responderá. Y las tabernas, hoy tenebrosas como funerarias, irradiarán el resplandor más penetrante del vino y la poesía. (OC, 647).

 

Aquí Hernández alude al vitalismo nerudiano, pero igualmente al poema “Explico algunas cosas” de España en el corazón, donde el chileno había explicado el nuevo compromiso político de su poesía, comenzando dos versos con la palabra “preguntaréis” citada ahora por Hernández:

 

Preguntaréis: Y dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
[...]
Preguntaréis por qué su poesía
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?

Venid a ver la sangre por las calles,
venid a ver
la sangre por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!
(edición de 1988, 110-116)

Como Neruda, Hernández había cambiado la orientación de su poesía durante el verano de 1936, transformandola en un verdadero “arma de guerra” al servicio de la República[18].

El libro hernandiano El hombre acecha contiene además el poema programático “Llamo a los poetas”; sus dos primeros versos rezan:

 

Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra: (OC, 674)

Aquí Hernández se refiere no sólo al poemario nerudiano Residencia en la tierra, sino también a la colección aleixandrina Pasión de la tierra, ambos publicados en 1935. Luego, no antes de la tercera estrofa, menciona todas sus otras amistades literarias de Madrid[19], otorgando de esta manera una posición particular y destacada a Neruda y Aleixandre.

Aún antes del fin de la contienda y con Madrid todavía en manos de los republicanos, Hernández se decidió a visitar a Carlos Morla Lynch, entonces encargado de negocios en la embajada chilena de la capital (Ferris, 402). Hernández soñaba por algun tiempo con la idea de salir de España para emigrar a Chile junto con Josefina y su pequeño hijo, confiando en la amistad y la ayuda de Pablo Neruda (Ferris, 403). Pero la embajada chilena no podía garantizar su seguridad personal, así que Hernández descartó esa idea.

Ya después de la victoria de Franco, pero todavía sin noticias de la suerte de Hernández, Neruda anotó las frases siguientes, que fueron publicadas sólo más tarde:

 

Mi gran amigo, Miguel, cuánto te quiero y cuánto respeto y amo tu joven y fuerte poesía. Adonde estés en este momento, en la cárcel, en los caminos, en la muerte, es igual: ni los carceleros, ni los guardiaciviles, ni los asesinos podrán borrar tu voz ya escuchada, tu voz que era la voz de tu pueblo. (Para nacer he nacido, 76).

 

Como se sabe, Hernández fue arrestado en el mes de mayo cuando trató de cruzar la frontera hacia Portugal. Desde la madrileña cárcel de Torrijos escribió el 26 de junio de 1936 a Neruda, que por esa fecha se encontró de nuevo en París:

 

Querido Pablo: [...] Es de absoluta necesidad que hagas todo cuanto esté en tu mano por conseguir mi salida de España y el arribo a tu tierra en el más breve espacio de tiempo posible. [...] Sabrá de ti por la Embajada, desde donde harán el favor de venir a comunicarme cuanto resuelvas. Me acuerdo como nunca de vosotros. Te necesito como nunca. Da un gran abrazo a Delia, y tú recibe el otro. (OC, 258)

 

Desde la capital francesa, donde compartió apartamento con Rafael Alberti y María Teresa León, Neruda trató todo lo posible para conseguir la liberación de Hernández; hasta hizo leer el auto sacramental del oriolano al cardenal Braudillart, para que ése pidiese a Franco clemencia para un escritor que había sido un católico ferviente por lo menos durante su juventud (Ferris, 416).

Aunque estas gestiones no tuvieran resultado, más tarde – en 1941 – Hernández debió a la intervención de Neruda de ser trasladado a la cárcel-sanatorio de Alicante (Teitelboim, 187), donde murió el 28 de marzo de 1942. Su amigo chileno dedicaría en 1949 un póstumo poema-homenaje a él, titulado “A Miguel Hernández, asesinado en los presidios de España” y publicado como parte del Canto General.

 

Bibliografía selecta

Cano Ballesta, Juan, “Miguel Hernández y su amistad con Pablo Neruda”, en La Torre – Revista General de la Universidad de Puerto Rico, año XVI, núm. 60, abril-junio 1968, 101-141.

Cano Ballesta, Juan, La poesía española entre pureza y revolución (1920-1936). Madrid, Siglo Veintiuno Editores, 1996 (1972).

Carriquirry, Margarita, Pablo Neruda. Buenos Aires, Editorial Técnica, 1987.

Chevallier, Marie, La escritura poética de Miguel Hernández. Madrid, Siglo Veintiuno Editores, 1977.

Chevallier, Marie, Los temas poéticos de Miguel Hernández. Madrid, Siglo Veintiuno Editores, 1978.

Collado, Pedro, Miguel Hernández y su tiempo. Madrid, Ediciones Vosa, 1993.

Ferris, José Luis: Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. Madrid, Temas de Hoy, 2002.

Hernández, Miguel, Obra completa. Edición crítica de Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira con la colaboración de Carmen Alemany. Madrid, Espasa Calpe, 1993 (segunda edición). Tomo I: Poesía; Tomo II: Teatro, Prosas, Correspondencia.

Klein, Wolfgang, “Paris 1935–Vorbereitung und Resonanz des Internationalen Schriftstellerkongresses zur Verteidigung der Kultur”, en Beiträge zur Romanischen Philologie, Berlin, XIX. Jahrgang 1980, 83-101.

Lázaro, Fernando / Tusón, Vicente, Literatura del Siglo XX. Madrid, Anaya, 1993 (1989).

Luis, Leopoldo / Urrutia, Jorge, “Introducción” a Miguel Hernández, El hombre acecha – Cancionero y romancero de ausencias, edición de Leopoldo de Luis y Jorge Urrutia, Madrid, Cátedra, 1995, 11-99.

Manresa, Josefina: Recuerdos de la Viuda de Miguel Hernández. Madrid, Ediciones de la Torre 1981 (segunda edición corregida y aumentada, 1980).

Neruda, Pablo (ed.), Caballo verde para la poesía. N° 1-4 (Madrid, octubre 1935-enero 1936). Reimpresión Glashütten-Nendeln, Auvermann-Kraus, 1974.

Neruda, Pablo, Canto general. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1976 (1950).

Neruda, Pablo, Confieso que he vivido. Barcelona, Plaza & Janés, 1996 (1974).

Neruda, Pablo, Para nacer he nacido. Barcelona, Seix Barral, 1978.

Neruda, Pablo, Poesie (1924-1964). (Texto en español e italiano.). Introduzione e traduzione di Roberto Paoli. Milano, Rizzoli, 1988.

Neruda, Pablo, Residencia en la tierra. Barcelona, Planeta, 1989 (1935).

Papenbrock, Jürgen, “Tristan Tzara und der Internationale Schriftstellerkongreß in Valencia 1937”, en Beiträge zur Romanischen Philologie (Berlin), XIX. Jahrgang 1980, 37-42.

Sánchez Vidal, Agustín, “Estudio preliminar”, en Miguel Hernández, Perito en lunas – El rayo que no cesa, edición, estudio y notas de Agustín Sánchez Vidal. Madrid [Alhambra] 1976, 1-69. (Sánchez Vidal 1976a)

Sánchez Vidal, Agustín, Miguel Hernández en la encrucijada. Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1976. (Sánchez Vidal 1976b)

Schnelle, Christel, “Pablo Neruda und Spanien”, en Beiträge zur Romanischen Philologie, XXIII/1984, Heft 2, 219-227.

Schnelle, Kurt, “Überlegungen zum II. Internationalen Schriftstellerkongreß zur Verteidigung der Kultur während des nationalrevolutionären Krieges in Spanien 1937. Ein Beitrag zum Verhältnis von Literatur und Geschichte”, en Beiträge zur Romanischen Philologie, Berlin, XIX. Jahrgang 1980, 7-29.

Stauder, Thomas, “«Mi vida es una herida de juventud dichosa»: La Guerre Civile Espagnole dans la poésie de Miguel Hernández”, en Écrire la Guerre, editores Catherine Milkovitch-Rioux y Robert Pickering, Clermont-Ferrand, Presses Universitaires Blaise Pascal, 2000, 237-250.

Stauder, Thomas, “El desarrollo del teatro de Miguel Hernández”; ponencia durante el “II Congreso Internacional Miguel Hernández” en la Universidad Complutense de Madrid, octubre de 2003 (publicación de las actas en preparación).

Stauder, Thomas, Wege zum sozialen Engagement in der romanischen Lyrik des 20. Jahrhunderts (Aragon, Éluard – Hernández, Celaya – Pavese, Scotellaro). Frankfurt/M.,Peter Lang, 2004.

Teitelboim, Volodia, Neruda. La biografía. La Roda, Ediciones Merán, 2003 (1984).

Trapiello, Andrés, Las armas y las letras – Literatura y guerra civil (1936-1939). Barcelona, Planeta, 1994.

Zardoya, Concha, Miguel Hernández: vida y obra – bibliografía – antología. New York, Hispanic Institute, 1955.


Notas



[1] Wege zum sozialen Engagement in der romanischen Lyrik des 20. Jahrhunderts (Aragon, Éluard – Hernández, Celaya – Pavese, Scotellaro). Frankfurt/M. [Peter Lang] 2004 (en prensa).

[2] Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta. Madrid [Temas de Hoy] 2002.

[3] En el auto sacramental, compuesto durante el verano de 1933, hay un pasaje en la séptima escena de la segunda parte donde los cinco sentidos, que con la ayuda del apetito carnal y del deseo incitan el hombre al fratricidio, utilizan el vocabulario comunista de dirigentes obreristas (“Hablan los CINCO SENTIDOS en plan mitinero.” OC, 1323). Esos ataques contra la religión y la iglesia tenían su modelo en la actitud de una parte de la izquierda durante la Segunda República; hacer hablar los cinco sentidos de esta manera significaba estigmatizar los movimientos obreros como ateistas. En el primero de los artículos arriba citados se lee: “A ti, campesino, como a ti, niño: se te debe enseñar a no saber nada. [...] ¡Porfiad!: ni en la envidia ni en el odio: en la esposa y el surco.” (OC, 2137-2138) En el segundo artículo se manifiesta la misma actitud conservadora: “Venid aquí, hijos del surco. [...] Los hombres urbanos [...] os han destetado del campo. [...] Os han arrebatado la sabiduría del no querer saber, la alegría de ignorar, y no habéis protestado.” (OC, 2140).

[4] En “Profecía – sobre el campesino” Hernández avisa de los peligros de las luchas sociales (“¡Caín! ¡Caín! ¡Caín de los caínes! / Inficcionado de ambición, malgastas / fraternales carmines, / buscas el bienestar con malestares.” OC, 367) y alaba la vida rural como paradisíaca (“Día vendrá un cercano venidero / en que revalorices la esperanza, / buscando la alianza / del cielo y no la guerra. / ¡Tierra! de promisión y de bonanza / volverá a ser la tierra.” OC, 368). En “La morada – amarilla” la espiga y la vid del campo simbolizan la eucaristía cristiana, y también aquí Hernández disuade a los labradores de la agitación social: “La viña alborotada / está; la mies revuelta; / ruedo es la era ya de polvo y nada: / [...] / No esperes a mañana / para volver al pan, a Dios y al vino: / son ellos tu destino.” (OC, 372) En “El silbo de afirmación en la aldea” la metrópoli es presentada como semillero de todos los vicios: “¡Qué confusión! ¡Babel de las babeles! / ¡Gran ciudad!: ¡gran demontre! / [...] / ¿Cuándo será, Señor, que eches / tanta soberbia abajo de un suspiro?” (OC, 374-375).

[5] Sobre la estancia de Neruda en España: Cano Ballesta 1968, Cano Ballesta 1996, Ferris, C. Schnelle y Teitelboim.

[6] Mientras que la preponderancia del soneto en El Rayo que no cesa fue debida aún al ascendiente de Ramón Sijé (que en el número 5-6 de El Gallo Crisis había escrito: “La conversión de la poesía en objeto consiste en encerrar en el sagrario del soneto. [...] Es difícil, por esta razón, entrar en el soneto [...] por el camino del sujeto de la poesía romantica.” OC, 60), hay tres poesías en ese conjunto que son pruebas de la reorientación artística de Hernández bajo el influjo de Neruda: “Un carnívoro cuchillo”, “Me llamo barro, aunque Miguel me llame” y curiosamente también la “Elegía” para Ramón Sijé.

[7] “Mire: yo quisiera llevar para agosto a Pablo Neruda a ver lo mejor de estas tierras: usted, nuestros pueblos palestinos, Cabo de Palos... Quiero saber si podría residir en la isla de Tabarca o en una de las islas de Mar Menor: ¿en una de éstas sería mejor, no? [...] Además: Pablo tiene una niña de diez meses enferma y le agradeceré me diga si hay médicos buenos, especializados en enfermedades de niños.” (OC, 2345).

[8] “reprimieron y malaventuraron la nudosa sangre de mi corazón.” (“Sonreídme”; OC, 519).

[9] “los que conmigo en surcos, andamios, fraguas, hornos, / os arrancáis la corona del sudor a diario” (OC, 520).

[10] “Salta el capitalista de su cochino lujo, / [...] / los notarios y los registradores de la propiedad / caen aplastados bajo furiosos protocolos” (OC, 520)

[11] Cuya dedicatoria reza: “Chile ha enviado a España –expresa– al gran poeta Pablo Neruda […]. Al reiterarle en esta ocasión una cordial bienvenida, este grupo de poetas españoles se complace en manifestar una vez más y públicamente su admiración por una obra que sin disputa constituye una de las más auténticas realidades de la poesía española: Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Gerardo Diego, León Felipe, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Miguel Hernández, José A. Muñoz Rojas, Leopoldo y Juan Panero, Luis Rosales, Arturo Serrano Plaja, Luis Felipe Vivanco.” (Teitelboim, 180).

[12] Lo que fue llamado por Marie Chevallier (1978, 166) con una expresión feliz “agricultura de la muerte”.

[13] “Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas, / compañero del alma, tan temprano.” (OC, 509).

[14] “Alimentando lluvias, caracolas / y órganos mi dolor sin instrumento, / a las desalentadas amapolas // daré tu corazón por alimento.” (OC, 509).

[15] Hernández imita las imágenes sexuales de Neruda también en otros pasajes de “Me llamo barro aunque Miguel me llame”, por ejemplo en el verso 56, donde imagina una lluvia de esperma según el modelo nerudiano del poema “Agua sexual” de Residencia en la tierra.

[16] Véase: Klein, K. Schnelle, Papenbrock y Trapiello.

[17] Neruda relata ese episodio en Confieso que he vivido (176).

[18] Hernández mismo llegó a describir su segunda reorientación artística en el prólogo a su Teatro en la guerra, publicado en 1937: “El 18 de julio de 1936, frente al movimiento de los militares traidores, entro yo, poeta, y conmigo mi poesía, en el trance más doloroso y trabajoso, pero más glorioso, al mismo tiempo, de mi vida. No había sido hasta ese día un poeta revolucionario en toda la extensión de la palabra y su alma. Había escrito versos y dramas de exaltación del trabajo y de condenación del burgués, pero el empujón definitivo que me arrastró a esgrimir mi poesía en forma de arma combativa me lo dieron los traidores, con su traición, aquel iluminado 18 de julio. [...] Entiendo que todo teatro, toda poesía, todo arte, han de ser, hoy más que nunca, un arma de guerra.” (OC, 1787).

[19] “Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias, / Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio, / Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos” (OC, 674).