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De la envidia y sus
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Tengo en el sur tantos amigos
Sin que fueran, como el trigo y como sus amigos, innumerables, Neruda tuvo muchos enemigos. Sus nombres son conocidos de todo lector de las biografías[2] del poeta, aunque habría que establecer jerarquías, dentro del “odio”, entre Juan Ramón Jiménez, Juan Larrea, Vicente Huidobro, Octavio Paz, Pablo de Rokha, Ricardo Paseyro, para citar los más destacados. Mi propósito aunque el título dado a esta reflexiones parecen anunciarlo no es explorar los antros del antinerudismo. El antinerudismo pertenece al contexto biográfico, y mi propósito no será biográfico. La envidia en cambio, en la obra de Neruda, pertenece al texto poético. Su corpus es abundante y abarca la casi totalidad de la poesía escrita por el chileno[3]. No hay escritor que no haya tenido sus enemistades: el mundo literario es muy propicio a generar polémica y rivalidades. Pero no es frecuente si es que existe el caso de una obra donde la envidia se haya convertido en un tema poéticamente autosuficiente. Esto significa, para empezar, que no nos interesará el punto de vista de los envidiosos, no nos importará sino marginalmente su identidad, y aún menos las justificaciones estéticas, éticas, o ideológicas que esgrimen. Tampoco se tratará de analizar el fenómeno desde un punto de vista psicológico, punto de vista que ha dañado tanto al examen que se suele hacer del yo poético nerudiano, y cerrado las puerta a una verdadera comprensión del proyecto nerudiano. Una interrogación permanenteAl contemplar en su globalidad este corpus, una constatación se impone: si la polémica no está ausente, incluso violentísima como en “Aquí estoy”, el poema contra Huidobro, o acerbamente satírica como en la Oda a Juan Tarrea contra Juan Larrea, no es ella la que domina. Ante los ataques de la envidia o ante su veneno insidioso lo que Neruda expresa principalmente es una dolorosa incomprensión: es que, las más veces, los envidiosos han sido seres amados. Antes de encarnar el odio, han encarnado la amistad: antes de disimularse en la sombra, han compartido con el poeta el reino de la transparencia:
De uno a uno saqué a los envidiosos
Como se sabe, la sustitución es un concepto importante en el pensamiento de Neruda porque toca a un problema esencial de su personalidad poética que es la identidad. La enajenación de la identidad bien sea la suya propia o la, como aquí, de otro ser humano hunde al poeta en una perplejidad dolorosa[5], crea en él un ahínco casi patético para tratar de entender. ¿Cómo entender esta constante persecución de los envidiosos que, según lo cuenta en la Oda a la envidia[6], acompañó todas y cada una de sus sucesivas vidas? ¿Cómo explicar la envidia? Neruda acude a diferentes tipos de explicaciones. Hay, primero pero no son las más frecuentes ni las más interesantes las explicaciones socio-históricas. Las primeras las expresa en margen del texto poético: en entrevistas o en sus memorias. Así, en Confieso que he vivido, Neruda considera que la envidia, a pesar de ser una plaga universal, es un fenómeno que cobra particular relevancia en los países latinos:
Supongo que los conflictos de mayor o menor cuantía entre los escritore han existido y seguirán existiendo en todas las regiones del mundo.
En la misma página extiende su reflexión a la literatura actual y a los escritores del boom, y ve en la envidia la principal causa del exilio voluntario de muchos de ello lejos de su continente de origen:
Yo los he conocido a casi todos y los hallo notablemente sanos y generosos. Comprendo cada día con mayor claridad que algunos hayan tenido que e emigrar de sus países en busca de un mayor sosiego para el trabajo, lejos de la inquina política y la pululante envidia.[7]
Esas explicaciones de tipo socio-histórico, por muy interesantes que sean, alumbran desde fuera el tratamiento poético de la envidia, el cual, fundamentalmente, pone en el centro de la reflexión la inseguridad del envidioso. Sirva un ejemplo, sacado de El mar y las campanas para introducir el tema. Viajando en un barco, el poeta, a regañadientes, acepta encontrar y conocer a un pasajero designado en el poema por sus iniciales H-V. Se impone finalmente este “deber”a causa, dice maliciosamente Neruda, de su mujer “alta y bella, con frutos y con ojos”. Más tarde leerá con tristeza en una revista el relato malintencionado que hace su compañero de viaje de aquellos momentos, y concluye:
Fui generoso provincianamente
Tal vez haya en este “Así nacieron” un asomo de psicologización de la envidia que refleja de modo inexacto o, por lo menos, incompleto el modo nerudiano de contemplar la envidia. La desconfianza en sí mismo no se puede abstraer de una relación en la que están igualmente implicados el envidioso y el envidiado. Hay, en el mecanismo mismo de la envidia, algo que obliga al envidiado, si quiere tratar de entender su secreto, a volcarse hacia sí mismo para buscarlo dentro su propia idiosincrasia. El yo generador de envidiaAhora bien: existe una configuración muy particular del yo nerudiano, y ella va a determinar los contornos la temática de la envidia. Destacaré dos rasgos esenciales. El primero es la relación original que instaura el seudónimo entre poesía y biografía. El yo poético nerudiano está profundamente y definitivamente afectado por la decisión que tomó un adolescente, en una casa de madera de La Frontera, de ser poeta y de llamarse Pablo Neruda. “Yo creí inaugurarme”[9], dirá, años más tarde, en un poema . De esto, en efecto, se trataba: el seudónimo tiene, en la vida y en la poesía de Neruda, una función fundacional. El sujeto poético se autofunda simultáneamente como sujeto de la escritura y sujeto de la biografía. A la luz de esta confusión inicial entre ambos sujetos confusión que ha sido fuente de tantos malentendidos acerca de la personalidad del poeta será preciso examinar el tema que nos interesa. El segundo rasgo del yo poético nerudiano que es preciso destacar es su carácter expansivo. También deriva del seudónimo. Perder sus nombres verdaderos fue para el poeta adolescente un modo de darse todos los nombres a la vez[10]: el seudónimo es la señal de que, desde su origen, el sujeto poético nerudiano trabaja en ensanchar sus propios límites, con la perspectiva utópica de borrarlos para confundir su desarrollo con el crecimiento material. Esta noción de crecimiento “estoy unido / al crecimiento”[11] (homóloga, dentro de la poética nerudiana, a la noción de canto) ocupará un puesto esencial en el examen que hará Neruda de la causas de la envidia. La primera característica que hemos subrayado la confusión entre el yo de la escritura y el yo de la biografía tiene como primera consecuencia que Neruda recibe y enjuicia los ataques de los envidiosos desde su estatuto exclusivo de poeta. Cuando él trate de entender el por qué de la envidia, su propia poética será la referencia decisiva lo que explica que los textos sobre sobre la envidia suelen tener un trasfondo metapoético, hasta el extremo de considerar la envidia como inseparable de su propio trabajo poético y al envidioso como su propia sombra:
Donde voy van detrás de mí pasos amargos,
Tal vez haya en estos versos un lejano recuerdo de un tema clásico de la literatura fantástica que Neruda apreciaba tanto. Y es cierto que la solidaridad del envidiado con el envidioso a veces bordea la temática del doble.“Existen porque existo”, dice Neruda de los envidiosos en la “Oda a la envidia”[13]. Es preciso darle a la frase su sentido completo: no solamente los envidiosos sus escritos, sus declaraciones sacan su única importancia de la existencia del envidiado, sino que la envidia, como lo hace el vampiro otra imagen sacada de lo fantástico! se sustenta de la sangre, de la vida del envidiado. No sólo hay una solidaridad del envidiado y del envidioso, sino que ésta se inscribe dentro de una dinámica que es la dinámica objetiva del crecimiento poético. Es cuando interviene la segunda característica que hemos destacado del Yo nerudiano cuyo destino natural es ser parte del movimiento irrepresible que habita todas las manifestaciones de lo viviente. Cuando, en 1935, Neruda, en “Conducta y poesía”, el tercer de los prólogos del Caballo Verde para la Poesía, se yergue contra las mezquindades de la envidia literaria, no lo hace a partir de consideraciones éticas ni, aún menos, deontológicas, sino a partir de la experiencia que, en aquel momento acaba de terminar Residencia en la tierra estructura todo su pensamiento poético: la experiencia del tiempo. Frente al “trabajo frío” del tiempo la envidia revela su rasgo esencial que es la incapacidad de superar los límites del “miserable tesoro de persona preferida”[14] y de alzarse a ese nivel donde el poeta participa de los grandes movimientos cósmicos. La noción de crecimiento que luego va a ser la piedra angular de la reflexión sobre la envidia está ya presente en la evocación que sigue, aunque la palabra no esté pronunciada:
Ay, el tiempo avanza con ceniza, con aire y con agua! La piedra que han mordido el légamo y la angustia florece de nuevo con estruendo de mar, y la pequeña rosa vuelve a su delicada tumba de corola. El tiempo lava y desenvuelve, ordena y continúa.
La participación del yo en el crecimiento tiene incidencias contradictorias en la percepción que tiene el sujeto de la envidia. Por una parte, es, como acabamos de verlo, un estatuto que lo sitúa en un plano donde el odio deja de tener sentido, lo aparta de la tentación individual de la venganza. Está condenado a la “bondad”, una bondad que no no pertenece al campo de las virtudes morales, y aun menos cristianas “no se trata de cristianismos”[16], puntualiza en su “Testamento de otoño, sino que es el corolario de esa pertenencia suya a la universal fecundación, a la fertilidad. Hace del poeta un “indefenso”, pero un indefenso dotado de una defensa inexpugnable que es la evidencia de su propio canto y del irrepresible movimiento material que en él se encarna: “Vengan a deshacerse en mis dominios”, se exclama en un poema del Canto general, “morderán sombra y sangre de campanas / bajo las siete leguas de mi canto”[17]. A la vez que hace del poeta ese indefenso invencible, la participación al crecimiento, parece que exonera al Yo por lo menos un primer tiempo de toda responsabilidad: “Qué puedo hacer para restituir / lo que yo no robé?”[18]. ¿Quién puede abolir el crecimiento? El sujeto poético declara su inocencia: su única culpa fue cantar, crecer, cantar. Pero el crecimiento solamente abstrae en apariencia al sujeto del proceso envidioso. En realidad lo coloca ante una dialéctica en la que la envidia deja de tener una existencia separada y separable para convertirse en el producto fatal de su condición de poeta. Su propio crecer al unísono del universo revela al envidiado la faz oscura del crecimiento, la negatividad engendrada por la dinámica de lo positivo. Era inevitable, entonces, que la temática de la envidia entroncara con los grandes temas dialécticos de la poesía nerudiana, e utilizara como vehículo algunas de sus símbolos predilectos como el árbol o la semilla. Es en el Canto general donde se da la primera ocurrencia, para evocar la envidia, de una imagen sacada del mundo natural, la imagen del árbol:
No fui a la plaza a buscar enemigos
Ya están aquí presentes algunos de los temas que hemos venido enunciando: la poesía como partícipe del crecimiento material, y, como corolario, la inocencia del poeta: “no hice más que crecer”. Pero la referencia a los gusanos, da al pasaje un resabio satírico que estará ausente del Memorial de Isla Negra donde esta naturalización de la envidia va a alcanzar toda su dimensión. En las casi seis páginas de “Para la envidia” el poeta en ningún momento eleva la voz: excluye de su discurso toda alusión circunstancial susceptible de abrir la puerta a lo polémico. Se trata de una actitud deliberada, que no significa que se haya mermado su combatividad “Oh, resguardo en mí mismo la avaricia / de mis espadas, lento / en la ira, gozo en mi dureza...”, pero prevalece hasta el final el puro anhelo explicativo. Lo que hemos llamado la naturalización de la envidia favorece este distanciamiento reflexivo. La primera imagen recuerda aquélla con que se iniciaba la segunda parte de “Alturas de Macchu Picchu”: “Si la flor a la flor entrega el alto germen...”[20]. La génesis de la envidia imita los procesos naturales de la fecundación y de la germinación:
El grave viento de la edad
Ni un verso separa “las semillas separadas del amor” y “los pétalos enrollados de serpiente”. El crecimiento ha revelado su envés negativo, su producción aberrante. Esta dialectización del fenómeno de la envidia marca una etapa decisiva en su análisis, porque, a través de ella está reintroducida la cuestión evacuada en un primer tiempo: la de la reponsabilidad del poeta en la proliferación de los envidiosos. Entonces es cuando el tema adquiere su verdadera complejidad. La imagen del poeta-árbol y de su sombra, a cuyo esbozo habíamos asistido en el Canto general, va a reaparecer. Pero sintomáticamente, se notará la ausencia de la imagen del gusano. La reemplaza otra, de connotación positiva: la semilla. El envidioso es una semilla hambrienta que no pudo nacer y quedó sepultada por la sombra ajena:
Tal vez el hombre crece y no respeta,
Con esta visión de la envidia como un crecimiento frustrado, la reflexión sobre la envidia acaba de entrar en una fase nueva que es la de la autocrítica. El árbol, al crecer, no se contenta con “descifrar” a los envidiosos que pululan en su sombra sino que se designa como la causa de su proliferación. Es notable la diferenciación que hace Neruda, al utilizar la imagen del árbol, entre el árbol del bosque y el árbol-poeta: éste último se ha apartado de la ley ecológica que rige la convivencia de las especies dentro de la naturaleza: no ha respetado “el albedrío / de lo que le rodea”. Tal autoacusación, por más atenuada que esté por el tan nerudiano “tal vez”, tiene un peso considerable por parte de un poeta que, como hemos visto, declara como postulado de su quehacer poético la pertenencia a la fertilidad. Alguien podrá juzgar insuficiente este esbozo de autocrítica que, al fin y al cabo, no mella la estatua del poeta e incluso la realza, pero no se puede discutir la sinceridad de este esfuerzo de reflexión sobre sí mismo de la que la obra del poeta ha venido dando varios ejemplos desde Estravagario. Además, este esfuerzo va a conocer cierta intensificación en dos libros posteriores al Memorial: Fin de mundo (1969) y Defectos escogidos (1973). “El enemigo” es el título de un poema de la parte nona de Fin de mundo. “Hoy vino a verme un enemigo”. Imaginamos que fue una entrevista como ésta, “...en la claridad de un medio día pululante”, la que reunió, a fines de los años cuarenta, a Neruda y su viejo enemigo Vicente Huidobro a pocos meses ya de su muerte[23]. El retrato del enemigo también podría contribuir a la confusión:
Miré los años en su rostro,
Los dos hombres conversan, pero debajo de las palabras está el silencio que no se puede compartir. A pesar del derroche, en torno, de la luz marina, cada uno de los interlocutores queda encerrado en su propia sombra:
Allí estábamos cada uno
Parece como si la ceguera del envidioso prisionero de su verdad mezquina hubiera encontrado en el envidiado su réplica simétrica. Ya no hay vencedor ni vencido. La luz de la verdad, si es que un día los habitó, ha desertado los combatientes: está allá, fuera de ellos, en el sol jugando con el viento, en el movimiento incansable de las olas. Aquí no queda más que esta yuxtaposición de dos soledades y de dos oscuridades: esta incomunicación amargamente compartida. La punta extrema de esta igualación del envidiado y del envidioso la encontraremos en un libro de la poesía póstuma, Defectos escogidos (1973). Es un libro donde el poeta se propone archivar los defectos de algunos de sus contemporáneos, sin olvidar, en su colección, los suyos propios
...las culpas mías sin cesar desnudas
A pesar de tratarse de “gente con nombres y con pies / con calle y apellido”, la identidad de los retratados es enigmática. Así Antoine Courage[25], que da su título al poema que nos interesa. “Antoine Courage” el poema es inseparable del poema que lo sigue. “El otro” es su título es a la vez una segunda versión del mismo y su complemento. La tonalidad de ambos poemas contrasta, por su vehemencia explicativa, con el tono satírico-jocoso del resto del libro. Simplificando mucho uno de los textos más complejos de la poesía póstuma, diremos que el díptico encuentra su justificación en la contraposición de dos actitudes contradictorias ante el personaje aludido: la condena y la envidia. En Antoine Courage, cuyo retrato ocupa la mitad del primer poema, coexisten dos hombres: “claro y evidente”, “cristalino”, “enseñando la verdad” el uno; “impuro”, orgulloso, desquiciado, exhibicionista el otro. Es fácil ante semejante personaje, arrogarse la calidad de juez y condenarlo. El poeta supera esta tentación y prefiere la interrogación. Se pregunta, del hombre impuro y del cristalino, quién era el verdadero, y, sobre todo
si fue aquel artesano del desprecio
En otros términos: si, detrás de aquella arrogancia no se escondía una carencia, una búsqueda del reconocimiento o del amor ajeno. Juzgar supone, de parte del juez, ignorar la contradicción: la propia y la del otro, postularse a sí mismo como norma de la homogeneidad, y, desde esta norma, enfocar negativamente las contradicciones del otro. Juzgar al soberbio nos remite a nuestra “secretísima soberbia, a nuestra cómoda ceguera ante nuestras propias contradicciones. A explorarlas se va a dedicar la segunda parte del díptico, “El otro”. “El otro” realiza un desplazamiento de la focalización desde las contradicciones de Antoine Courage hacia las del propio poeta. Es cuando éste descubre, no como un siniestro espantapájaros atado a sus pasos sino como una componente de su propia personalidad, a su vieja enemiga: la envidia.
Ayer mi camarada
De la serie de tres calificativos que retratan al envidiado “nervioso, insigne, entero” el último es esencial. La entereza del personaje su “courage” es lo que el poeta envidia en su insigne camarada, su “seguridad independiente” que le colocan frente a su propia inseguridad, ese sentimiento de insuficiencia que es el rasgo común de los envidiosos. Pero ahora la envidia el poeta la examina desde su propia experiencia de envidioso, y se le aparece como el deseo natural de dejar de ser el mismo:
Eso es tal vez lo que yo quería
¿Qué maldición, dentro del universal cambio, me condenaría a ser el mismo? La envidia ahora se inscribe dentro de un rehuso de lo mismo que se ha vuelto, para el poeta, desde Estravagario recordemos “Cierto cansancio” la esencia misma de lo viviente. “Muerte a la identidad”, dice la vida”, podemos leer en un poema de Geografía infructuosa (1972). La envidia habita todos los hombres porque, como lo enuncia el mismo poema, “hombres nos habitamos mutuamente”. Regresemos a “El otro” y a su confrontación extraña. El envidioso el propio poeta mira una última vez al envidiado:
Mi camarada, antiguo
La envidia como un bien amargamente compartido. La envidia por fin aceptada, y rehabilitada. La envidia como el envés de esa nueva forma de solidaridad entre los hombres que el poeta acaba de descubrir cuando ya lo envidia la muerte. [1] “Testamento de otoño”, Estravagario (Obras Completas, edición de Hernán Loyola con el asesoramiento de Saúul Yurkievich, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2000, p.738). De aquí en adelante citaremos por esta edición. [2] Además del clásico libro de Emir Rodríguez Monegal (El viajero inmóvil, Losada, Buenos Aires, 1966), se podrá consultar el Neruda de Volodia Teitelboim (Ediciones Bat, Santiago de Chile, 1984) y Las furias y las penas de David Schidlowsky (Wissen schaftlicher Verlag, Berlin, 20003). [3] El primer texto, cronológicamente es el panfleto anihuidobriano “Aquí estoy” (OC IV, p. 374) de abril del año 35 estudiado por René de Costa en su artículo “El Neruda de Huidobro” (Neruda en Sassari, Seminario de Studi Latinoamericani dell’Universita di Sassari, Sassari, 1984), seguido seis años después por el prólogo antijuanramoniano de la revista Caballo verde para la poesía: “Conducta y poesía” (OC IV, p. 383). En el Canto general (1950): el poema XVI de la sección XV “La bondad combatiente” (OC I, p. 824); en la Odas elementales (1954): la “Oda a la envidia” cinco páginas (OC II, p. 93); en Estravagario (1958): una parte importante del “Testamento de otoño” (OC II, p. 730); en Cien sonetos de amor (1960): los sonetos LV, LVI, LVII, LVIII, LIX, LX, LXI, LXII (OC II, pp. 888-893); En el Memorial de Isla Negra IV (1964): “Para la envidia” seis páginas y en el Memorial V algunos pasajes de “El episodio” (OC II, pp.1286-1291); en La barcarola (1967): cuatro páginas (OC III, pp. 211-214); en Las manos del día (1968): “A pesar” y “Los escribidores” (OC III, pp. 371 y 373); en Fin de mundo (1969): “Cuba”, “El enemigo”, “El puño y la espina” (OC III, pp. 424, 484 y 485); en Geografía infructuosa (1972): “Sonata con dolores” y “No sé cómo me llamo”(OC III, pp.653 y 675); en Defectos escogidos (1973): “El otro” (OC III, p. 877); en El mar y las campanas (1973): “H-V” y “No un enfermizo caso...”(OC III, pp. 924 y 925). A este corpus de textos poéticos hace falta añadir el capítulo de Confieso que he vivido titulado “Enemigos literarios” (OC IV, p.720). [4] “Para la envidia”: Memorial de Isla Negra IV, El cazador de raíces (OC II, p.1286). [5] De allí el énfasis tan nerudiano puesto en la sinceridad. [6] “Oda a la envidia”: Odas elementales (O C II, p.93). [7] Confieso que he vivido (OC V, p.719). [8] “H-V” (El mar y las campanas, OC III, p.925). [9] “No sé cómo me llamo” (Geografía infructuosa, OC, p.676). [10] “Yo me llamaba Reyes, Catrileo... (El mar y las campanas, OC III). [11] “Lo que nace conmigo” (Memorial de Isla Negra IV, p. 1261). También, en el mismo libro, “Para la envidia” (p. 1290) y, en las Odas elementales, “Oda a la fertilidad de la tierra” (OC II, p.99). [12] Soneto LX (Cien sonetos de amor, OC II, p.892). [13] “Oda a la envidia” (Odas elementales, OC II, p. 96). [14] “Conducta y poesía” (Los prólogos a los Caballos Verdes, OC IV, p. 382). [15] Ibid. [16] “Testamento de otoño” (Estravagario, OC II, p.734). [17] “La bondad combatiente” (op.cit. p.825). [18] “Para la envidia” (op. cit. p. 1289). [19] “La bondad combatiente” (Canto general XV, Yo soy, OC I, p.825). Una imagen parecida, en un contexto difrente y en un registro satírico-político, se halla en “Los gusanos del bosque” (Canto general XIII, “Coral de Año Nuevo para la Patria en tinieblas” (OC I, p.760). [20] “Alturas de Macchu Picchu II (Canto general II, OC I, p. 435). [21] “Para la envidia” (op.cit. p.1286) [22] “Para la envidia” (Memorial de Isla Negra IV, El cazador de raíces, OC II, p.1287). [23] Neruda da, al respecto, dos versiones contradictorias. En “Búsqueda de Vicente Huidobro” (Ercilla 1968, OC V, p. 156), reconoce que en sus últimos años Huidobro trató de reanudar con él, pero niega que en esos días ni después haya habido un reencuentro. “Me he arrepentido muchas veces de mi intransigencia”, añade. En Confieso que he vivido (OC V, p. 718) escribe “Huidobro murió en el año 1948, en Cartagena, cerca de Isla Negra, no si haber escrito algunos de los más desgarradores y serios poemas que me ha tocado leer en mi vida. Poco antes de morir visitó mi casa de Isla Negra, acompañando a Gonzalo Losada, mi buen amigo y editor. Huidobro y yo hablamos como poetas, como chilenos y como amigos.”. Me inclino, personalmente, a considerar la segunda versión como la buena a causa de la presencia de un testigo mencionado en el texto: el editor Losada. [24] “Repertorio” (Defectos escogidos, OC III, p.875). [25] Es muy improbable que se trate de un francés: ningún amigo de los pocos con quien Neruda tenía en Francia relaciones seguidas corresponde al retrato. La elección de un seudónimo francés orienta la búsqueda hacia Vicente Huidobro, así como el aspecto histriónico y exhibicionista del personaje, su orgullo. Finalmente: ¿a quién otro podía envidiar secretamente Neruda sino a ese poeta por quién no ocultó nunca si hacemos excepción del “Aquí estoy” de 1935 su admiración, celebrando principalmente su prodigiosa claridad (“un poeta de cristal”, escribe en sus Memorias) que es precisamente un rasgo que el poema destaca en su retrato de Antoine Courage? [26] “El otro” (Defectos escogidos, OC III, p. 877). |