![]() |
|||
La tentativa escritural
|
Introducción Alain Sicard valoró certeramente la importancia de Tentativa del hombre infinito[1] en el desarrollo poético de la escritura nerudiana[2]. Los estudios posteriores sobre esta obra han poseído una creciente disponibilidad de métodos teóricoliterarios para investigar en la complejidad de esta experiencia estética. En este nuevo contexto, la construcción de una clase activa de lector permite actualizar las correspondencias y oposiciones inter-textuales que componen los perfiles de esta exploración. Este proceso problematiza, replantea y revitaliza una lectura abierta de Tentativa..., como se ha señalado en relación con otros textos contemporáneos: “c’ est ainsi qu’il se constitue en objet dynamique, apte à recevoir et à provoquer diferentes tonalités interprétatives”[3]
Tentativa como expresión de un canto poético El conjunto de signos y símbolos de Tentativa es el universo al que ingresa el destinatario, abriendo camino para compartir vuelos y huellas de un proceso poético que es y que seguirá siendo palpitante. El destinatario, inmerso en este dinamismo, entra en juego con los fenómenos cósmicos. Se entrecruza con distintas figurabilidades, como la del sonámbulo que se vincula con actantes oníricos que se abren hacia el amanecer. El símbolo de las redes del pescador en Tentativa expresa esa subjetividad que busca desatar nudos para dar curso a la liberación poética. Los resultados de esta lectura o sea, de esta otra clase de tentativa derivarían de las actividades del polo artístico del emisor y del polo estético del destinatario, virtualidades que se imbrican en este proceso, generando asociaciones y diversidades[4]. Las oposiciones semióticas revelan la especificidad del proyecto discursivo de Tentativa con relación al período productivo abierto por esta obra. A la vez, ésta se constituye en parte de la Poética de esta escritura, que será el soporte estético de la etapa residenciaria de Neruda[5]. La función singularizadora de la expresividad poética en Tentativa, perfila la diferenciación y la originalidad de este lenguaje, si se lo compara al que apareciera en las dos primeras obras de Neruda[6]. La voluntad expresiva de las voces del poema se expande en actantes que asumen diferentes actitudes y temples en la exploración de territorios desconocidos. El canto es la instancia creativa desde la cual se proyectan estas voces que manifiestan la sed que ansía alcanzar la esquiva luz del tiempo. Late, en la propuesta del texto como canto, el ansia de libertad en la infinitud celeste, desplazada, una y otra vez, entre la desesperanza y la alegría. Este canto poético contiene la decisión envolvente de lo cósmico, al enunciar el encuentro de las estrellas con lo marítimo. Esta apertura a las vastedades universales persiste en los giros entusiastas de los planetas y en los movimientos cordiales del mundo que despliega sus rotaciones con fuerza y ternura. Las referencialidades de lo alto y lo bajo siguen expresándose en aquel espacio; desde allí, el emisor desata la creatividad de su discurso generando las imágenes del viento y de las embarcaciones que atraviesan las tempestades. Estas improntas de cambios corresponden a figuraciones poéticas de una clase de viaje simbólico. La recepción de este fenómeno poético advierte visiones transformables, variaciones sujetas a la imaginación de los lectores del proceso de lectura. Sus inclinaciones los llevan a rodar en la cadena significante por las cuales se deslizan y hallan presencias o situaciones indeterminadas en los vuelos libres del canto. Sus sentidos están abiertos a las percepciones sensoriales; de allí, que el discurso se dirija en esta instancia hacia los tropos que surgen y se transforman en experiencia interiorizada.
La nocturnidad como proceso singularizador en Tentativa La recurrencia con que se presenta la nocturnidad contribuye a la significancia de este discurso: en lo nocturno, el emisor forja su lenguaje y dilucida sus contradicciones. El contraste semiótico entre lo diurno y lo nocturno es constante hasta la apertura final de esta aventura de la palabra. El oscuro poder de la noche circunda al mundo vegetal del emisor, en quien emerge una emotividad vacilante. La nocturnidad como forma expresiva y semántica envuelve los procesos poéticocognoscitivos relevantes de esta experiencia receptiva. Vertida sobre su propia creatividad, se manifiesta una subjetividad que transita entre sombras, descubriendo y percibiendo sentimientos contrapuestos, como esperanzas, angustias, visiones ilusorias que surgen y se transforman en esta experiencia interiorizada. Una serie de sobredeterminaciones conforman una incesante búsqueda simbólica de lo circular. La libre marcha de trenes en espacios rústicos abre la imaginación a las temporalidades indefinidas, a las longitudes de rieles múltiples, a las orientaciones indeterminadas de sus conductores, a las llegadas y partidas desde y hacia estaciones desconocidas. Se erige al lenguaje como actante de los caminos inciertos intuidos por una escritura emergente en cuanto forma de una aventura creativa. El desdoblamiento de esta voz y la enunciación ambigua de sus aconteceres remite a una poética desiderativa que se ha sumergido en el mundo onírico para descubrir los sentidos de las sonoridades cíclicas que circundan lo humano. Una variante del fuego, la palidez ígnea del inicio del texto, es un simbolizante que produce distintos efectos de sentido en el destinatario. El reino de las sombras nocturnas se opone, por ausencia, al fuego diurno de lo solar e impregna de fragilidad a la codificación tradicional del símbolo. Lo simbolizado pasa a ser la precariedad del ser. La experiencia del emisor se instala en el ilimitado territorio de lo inadvertido, de lo incognoscible, de lo inmotivado, de lo que sucede sin causa aparente en la realidad consciente de los soñadores; pero que está allí, detrás de las tinieblas perceptivas del ser humano; cuando ellos pierden su dominio sobre lo que estiman como real. Las imágenes estelares, contempladas como cruces por este emisor, despliegan directrices geométricas por medio de las cuales se representaría, en Tentativa, el acontecer diversificado de las existencias humanas. En lo nocturno, desaparece lo racional y lo analítico, dándose lugar a la expresividad de lo sensitivo y de lo fantástico. Inmerso en la noche, espacio que prescinde de lo racional por su esterilidad para afrontar los desafíos de esta aventura, el héroe fundamenta allí la empresa de su palabra, empleando sus capacidades sensoriales e imaginativas en esta travesía. La noche opera así como un vivero internalizado que circunvala al sujeto de la enunciación, quien aguarda en su seno las instancias solares de la sucesividad creativa. La noche, constituida en ser apostrofado por el emisor, es el espacio de sus angustias, de las cuales intenta liberarse gracias a las posibilidades de fuga que permiten sus sombras. Es, también, el refugio en donde buscan acogida las desventuras y esperanzas del emisor epopéyico. Ante su imagen, éste se desprovee de lo circunstancial, expurgando de sí lo que obstaculizaría su voluntad inclaudicable de construir su camino por medio de una exploración, libre de ataduras. Como actante, la noche recibe la solicitud de circundar las indomables entidades de lo onírico, abundante en zoomorfías inquietantes; por otra parte, se le demanda la fecundidad; lo que genera un meta-discurso emanado del emisor, quien problematiza el examen de la creatividad poética, advierte las presiones que se ciernen sobre las energías de su escritura y controla las compulsiones expresivas de sus palabras. Esta propuesta se vierte sobre sí misma para generar una red de relaciones que vinculan las etapas por las que atraviesa la gestación del proceso poético enunciado. La recepción extrae de esta semiosis las propiedades de significar de este sistema semiótico por medio del conocimiento: de los mundos que esta voz descubre, del existir humano, de la aventura lingüístico-estética que desarrolla y de las experiencias por las que atraviesa el proceso poético de Tentativa. Se atisba una (cierta/incierta) configuración de psiquismos heterogéneos que afloran en este discurso, procedentes de las profundidades pre-lógicas de un emisor cuyo equilibrio es inestable, dada la naturaleza “tentativa” que titula todo el conjunto significante que se gesta en esta obra. Así, puede relacionarse a esta última: “el sentido de una significación que opera como borde del significado y plenitud del significante”[7], o, en términos barthesianos como: “el ámbito donde el texto literario deja oír el trenzado de voces diferentes que lo constituyen, los múltiples códigos (a la vez entrelazados e infinitos) que hacen de él un volumen, una estereofonía de significaciones, un espacio donde las significaciones se aprehenden en proceso”[8]. Se ha destacado que, en Tentativa, la temática temporal y el nuevo lenguaje implicado en su expresividad forman parte de instancias expansivas de la escritura nerudiana. Puede decirse que este aporte formal y lingüístico es el eje central desde el cual se proyecta esta voluntad de búsqueda que anima a este vasto intento. Las expresiones explícitas de esta experiencia muestran las vacilaciones recurrentes en otros campos asociativos de dicha enunciación. Así, el emisor pareciera llegar a un atisbo de certeza, cuando atraviesa una fase enceguecida de su exploración y cree que: “... todo está perdido las semanas están cerradas.” (p. 105). Esta dimensión oclusiva de lo temporal recupera su capacidad transformadora al reaparecer el elemento cósmico del viento como factor de cambios vitales, éste aparece cumpliendo su rol en el universo con un “propósito seguro.” (Id.). Las extensiones nocturnas habían implicado una alteración de los ciclos temporales. Desde este espacio ritual, se construye un vasto espacio mental cuyos signos nutren las etapas creativas del hablante. Las indeterminaciones de la nocturnidad, al contener todas las virtualidades existenciales, resultan favorables para el ritual de iniciación que experimenta la figura heroica del emisor. En este proceso iniciático, la escritura atraviesa por lo infernal y por lo germinativo, fortaleciéndose para las tareas futuras que emprenderá. Las imágenes textuales liberan las profundidades inconscientes de este actante, de las cuales brotan las aprensiones y las audacias del aventurero que indagará en torno a los sentidos de la enigmática temporalidad que lo asedia. Las restricciones visuales de las oscuridades obligan al sujeto a sumergirse en sus geografías guiado por sus intuiciones, posibilitando la desnudez espiritual ante lo que acontece y las elevaciones de su ánimo hacia lo superior. El seguimiento de un reloj trasunta el paso inevitable de los segundos y de la rotación inacabable de los astros en su entorno. El emisor cobra una figuración zoomórfica para compartir la existencia con los seres de las oquedades submarinas que son sorprendidos por el oído que se apega a estas caracolas. En tanto, lo temporal sigue fluyendo en el amanecer de los puertos y el hablante sostiene su canto en el ámbito imaginario de su poesía. La instancia se cierra con este enunciado auto-referencial que problematiza la experiencia humana inmersa en este núcleo temático: “pobre hombre que aíslas temblando como una gota / un cuadrado de tiempo completamente inmóvil.” (p. 106). Aquí está el puente conceptual que se proyectará hacia la producción residenciaria como una provocación volcada sin cesar en sus páginas.
Conclusiones: celebración de la Tentativa
El alborozo poético ante la creación impulsa esta celebración total que va emergiendo ante el destinatario, después de la morosa y compleja travesía de este proceso escritural. Este meta-discurso intentó unificarse al conjunto significante de Tentativa. Ceñidos ambos discursos, transitaron entre sombras antes de aproximarse al esplendor vital y a su exaltación deliberadamente sencilla. Esta instancia de la aventura implica la recuperación de la belleza y el triunfo de la plenitud en esta aventura. La percepción solidaria de los seres y elementos reinstala a esta consciencia enunciativa en un nuevo nivel comprensivo del Ser. Junto a este placer estético, las expectativas del viaje persisten, remarcadas por el aspecto durativo del adverbio “todavía” como último verso del texto (p. 107). Lo diurno se impone sobre la nocturnidad persistente en las instancias previas y, de allí, que el gran canto pretendido por el aventurero se exponga por medio de este verso superior:
estoy de pie en la luz como el mediodía en la tierra (Id.).
El discurso poético ha sostenido la ternura como significante de unificación, a la vez,que las figuras del “centinela” y del “pescador intranquilo” remiten a la creatividad de lo infinito, al ejercicio perpetuo del seguir echando las redes, sin descanso. La plenitud de una dicha sin límites es glorificada por medio de la cena de peces, que equivale a una anamnesis del emisor que ha extraído sus tesoros del inconsciente. La tentativa se configura así como una exploración espontánea y rigurosa del lenguaje en búsqueda de sí mismo. Las diversas formas que asumen los actantes sumergidos en esta búsqueda contribuyeron a abrir las compuertas de las profundidades del sujeto de la enunciación, propiciando el acceso de nuestra incursión en sus riquezas. Las redes echadas al mar de la intra-subjetividad emergen en la culminación de esta exploración por medio de formas simples y libres: se han clarificado las tormentas interiores del hablante y se han desatado los nudos que entrababan su espíritu. El umbral de su conciencia se ha expandido y puede contemplar la igualdad de las cosas creadas. El simbolismo de las redes del pescador mantiene su inestabilidad por los desafíos a los que deberá responder el lenguaje nerudiano en el futuro. Si las configuraciones de pájaros podían constituir un lenguaje en el cielo, los peces en las redes de los signos pueden también generar otras formas lingüísticas virtuales. La concepción de la figura del poeta como la de un pescador armado de redes representa su poder de captación, su capacidad para reunir lo disperso y sintetizarlo por medio de sus procedimientos. La disponibilidad de estas redes es constante y puede manifestarse en cualquier momento, como la vocación por su escritura y por las virtualidades susceptibles de ser actualizadas en cada práctica de lectura, parcialmente descubridora de su significancia. El hecho de que sea imposible agotar este tesoro virtual de Tentativa, está destacando el potencial poético de una obra que, desde 1925 hasta hoy, sigue y seguirá llamando el interés de otras lecturas/escrituras críticas o interpretativas que pongan en juego la multiplicidad de sus sentidos. [1] Pablo Neruda, Tentativa del hombre infinito, Santiago de Chile, Nascimento, 1925 (1ª edición). Se cita desde Obras Completas, Buenos Aires, Losada, 1957, pp. 99-107. Todas las citas se hacen por esta edición. [2] Alain Sicard, El pensamiento poético de Pablo Neruda, Madrid, Gredos, 1982. [3] Fernando Moreno, “Retour à Casa tomada”, en CORTÁZAR / De tous les côtes, La Licorne, UFR Lettres et Langues, Université de Poitiers, 2000, p. 103. [4] Wolfgang Iser, “El proceso de lectura: un enfoque fenomenológico”, en Manuel Jofré y Mónica Blanco, Para leer al lector, UMCE, Santiago, 1989, pp. 33-51. [5] Un aporte significativo en este plano es el de Manuel Jofré, Residencia en la tierra, Santiago, Arcis-Girol Book, 1987. [6] Consideramos, principalmente: Pablo Neruda, Crepusculario (1923) y Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Menor relevancia tienen sus primeras publicaciones como Canción de Fiesta (1921) y El Hondero entusiasta (1933). En la segunda edición de esta obra, compuesta y publicada una década antes, el autor la considera como “el documento de una juventud excesiva y ardiente”. En esta advertencia al lector, Neruda asume y da por superada la deuda literaria que sobrevuela sus versos: la del poeta uruguayo Carlos Sabat Ercasty. En este sentido, la 2ª edición de El Hondero... fue sometida a una severa autocrítica por parte de Neruda. [7] Lacan, en Roberto Hozven (RH), en El Estructuralismo literario francés, Santiago, DEH, 1979, en “Glosario Semiótico Literario”, p. 158. [8] Roland Barthes, en RH, op. cit. p. 159.
|