Memorial de Isla Negra:
épica personal de Neruda


Pilar Álvarez-Rubio
California State University, Chico


____________________________  




Volver al índice



Volver arriba

La amplia cita que da inicio a este ensayo es una descripción de la fiesta de un cumpleaños de Neruda hecha por su amigo Francisco Velasco[1]. Nos permitimos esta cita porque ella nos ilustra vívidamente una tradición que el mismo poeta estableció para la celebración de sus aniversarios de nacimiento: la publicación de un nuevo libro de poesía para cada una de esas ocasiones. En celebración de su sexagésimo cumpleaños, Neruda se regaló/nos regaló, Memorial de Isla Negra (1964)[2], y, en un gesto recíproco, esta semana en Poitiers, y luego en Santiago, invocando y hurgando en sus memorias y su legado poético y humano nos proponemos celebrar a Neruda en el centenario de su nacimiento meditando entre los intersticios de MIN. Para entrar en la memoria y en una realidad material hecha de palabras, pasamos entonces a una fiesta de cumpleaños en “La Chascona”, la casa encaramada en el Cerro San Cristóbal de Santiago:

 

Había una decoración sencilla, que después supimos era dirigida por Pablo hasta en sus menores detalles... Dispersos por los jardines, y en gran número, pequeños vasitos, de los que se usaban para envase de helados, con un trozo de vela en su interior, que, al anochecer, se encendían y aparecían brillando como una multitud de luciérnagas...
Por todas partes había, banderitas de papel de múltiples colores, ramos de flores enormes y maceteros con plantas. Colgaban de algunos árboles jamones enteros, de esos que los españoles llaman serrano, y debajo de ellos pequeñas mesitas con cuchillos enormes para servirse... Había multitud de panes, grandes y pequeños, con forma de flores, animalitos o figuras femeninas, todos confeccionados especialmente para la ocasión. Completaba esa escenografía al aire libre una gran jaula con dos vistosos tucanes. Los amigos llegaban con regalos y Pablo les retribuía a todos con su último libro editado. Nunca había visto camaradería igual, alegría espontánea y ese ambiente tan sin protocolos ni formalismos con que Pablo sabía rodearse... Pablo se disfrazaba varias veces durante la fiesta; se organizaban coros y canciones. Alguien tocaba la guitarra; se contaban anécdotas y chistes.  Después se pasaba al comedor. (30-32)

 

Estas imágenes evocan un aspecto de la polifacética personalidad de Neruda, toda ella transparentada en su poesía, y que pese a los erectos y pundorosos índices que censuran la llamada falacia biográfica, aparece y deleita, provoca, estimula, enfurece y apasiona; en resumen, ilustra al hombre humano, valga la redundacia, y su “poesía sin pureza”. A sus sesenta años, Neruda reflexiona, recuerda, profetiza y se auto-retrata en el Memorial, de una forma, nos parece, imperecedera y que al ser re-leído reincorpora al poeta y a su obra entre nosotros.

Este memorial nació en un momento de plenitud y de equilibrio en su vida, por lo tanto, en un momento de gran autenticidad expresado con una nitidez autobiográfica que ya ha indicado la crítica (Loyola 1964, Aguirre 1973, Teitelboim 1990). Las palabras de Neruda en los poemas de MIN tienen una misión: la re-examinación de una vida y de una obra que hizo posible un mundo, incluso para aquellos que no las hayan leído.

La magnitud biográfica de los cinco libros o tomos que conforman el Memorial es de naturaleza épica en cuanto Neruda intenta reflexionar conjuntamente sobre hitos significativos de su vida y sobre momentos históricos, nacionales, continentales y globales que se relacionan a ella. Esta autorreferencialidad es a veces épicamente profética, o sea, produce reflexiones que auguran algún hecho futuro, y a veces lo es en el sentido que Enrico Mario Santí ocupa el término, es una reflexión como deseo del saber absoluto en forma poética (15).

La progresión de los hitos biográficos en MIN cuando no es cronológica se echa a volar por los meandros de meditaciones circunstanciales y existenciales, en las que los tiempos verbales fluctúan sin transición entre el presente y el pretérito. Esta “doble visión”[3] sin embargo, hace posible que captemos a un Neruda de forma sincrónica, de modo que el Memorial puede resultar incluso más revelador que Confieso que he vivido  (1974), libro este último, construído como el mismo poeta lo dijo, por “retazos de la memoria” y editado póstumamente en las trágicas circunstancias desatadas por el golpe militar.

Debido precisamente a la magnitud sincrónica de este memorial, es una imposibilidad examinarlo paso a paso en una monografía breve, por lo que se hará hincapié en solamente algunos elementos constitutivos de él que nos parecen indispensables para conocer al Neruda hombre-poeta.

Los dos primeros tomos de MIN, titulados respectivamente Donde nace la lluvia y La luna en el laberinto, siguen la línea cronológica vital de Neruda en su orden natural y al ser cotejadas se puede comprobar un paralelismo cercano con la estructura de Confieso que he vivido[4].

Los primeros poemas describen los orígenes: su nacimiento, sus padres, el sur de Chile, su temprano despertar a la sexualidad y a la poesía, el desarrollo de su personalidad, el paso de la adolescencia a la madurez y su llegada a Santiago. A su madrastra o “mamadre”, doña Trinidad Candia Marverde, al igual que a la mayoría de las mujeres en su vida, le confiere una significación trascendente:

 

Ay mamá cómo pude/ vivir sin recordarte/cada minuto mío?/ No es posible./Yo llevo tu Marverde en mi sangre... (“La mamadre”, 14)

 

Estos poemas del primer tomo expresan profunda ternura por la “mamadre” y un respeto conlindando con el temor que siente por el “padre brusco” (16), para terminar con reflexiones sobre la muerte de ambos. El tema de la muerte tiene fuerte resonancia en el Memorial lo que se comprueba con la antítesis producida en el primer poema, titulado “Nacimiento”, en el que habla de su propia génesis que como ya sabemos está directamente ligada a la muerte de la madre sanguínea:

 

Yo no tengo memoria/del paisaje ni tiempo/ni rostros, ni figuras
sólo polvo impalpable,/la cola del verano/y el cementerio en donde/
me llevaron/a ver entre las tumbas/ el sueño de mi madre. /Y como
nunca vi/ su cara/la llamé entre los muertos, para verla./Pero
como no sabe, no oye, no contestó nada,/y allí se quedó sola, sin
su hijo,/huraña y evasiva entre las sombras (“Nacimiento” 11).

 

Si la pérdida del padre y de las dos figuras maternas son el impulso inicial del libro, los poemas que siguen son una descripción de su desarrollo como hombre: desde el niño que invariablemente describe con el adjetivo “solo”, hasta el joven taciturno que llega al Santiago de “Los veinte poemas”, para consolidarse en ese hombre de “plenos poderes” a los 60 años. La soledad y timidez de la juventud anunciadas y descritas reiteradamente tanto en sus memorias poéticas como en las en prosa, contrastan con las del Neruda adulto, que es gregariamente audaz en sus acciones públicas y personales. Este ser solitario tiene una iniciación a la sexualidad en la temprana niñez y muy aptamente, en una panadería, lugar material y fértil por excelencia: en versos de arte menor, el poeta recuerda a dos pequeñas mujercitas, quienes encontraron en él el amasijo de su propia curiosidad y deseo:

 

...me susurraron/me tomaron las manos/me taparon los ojos, y corrieron conmigo,/
con mi inocencia/a la Panadería./ Silencio de mesones, grave/
casa del pan, deshabitada,/y allí las dos/ y yo su prisionero/en manos de/
la primera Rosita,/la última Josefina. Quisieron desvestirme... (“El sexo”, 27)

 

El pequeño Neftalí intenta huir de las niñas, pero ellas lo retienen regalándole un nido repleto de huevos, construyendo con este recuerdo testamentario una de las más bellas metáforas de la seducción que Neruda haya creado. El niño no puede resistirse:

 

... las fascinadoras/produjeron /ante mi vista/ un milagro: un minúsculo/nido/de avecilla salvaje/con cinco huevecitos,/con cinco uvas blancas,/ un pequeño / racimo/de la vida del bosque,/ y yo estiré/la mano,/mientras/ trajinaban mi ropa,/me tocaban,/examinaban con sus grandes ojos/su primer hombrecito. (27-8)

 

De esta manera nace Neruda al deseo, un deseo que en la poetización de la adultez en el Memorial se encarna otra vez en nombres propios. Estas otras mujeres, ya no son“fascinadoras” sino que “Amores”: Terusa, Rosaura, Josie Bliss, Delia, y Matilde, con quien cierra MIN. En Confieso que he vivido los nombres de sus amores adultos son  más numerosos. ¿Hizo Neruda una primera destilación de mujeres en MIN? ¿Cuál sería su criterio para esta selección de cinco nombres?, o puesto de otra manera, ¿Qué lo impulsó a omitir a las otras mujeres en esta biografía poética? Si las respuestas a estas interrogantes no son de una nitidez certera, sí podemos sacar una deducción: las fascinadoras de la niñez fueron sus primeras mujeres, quienes entre harina y huevos lo iniciaron en plurales y trascendentales relaciones entre las que la de Matilde fue “la reina”[5]. En el quinto tomo del Memorial, titulado “Sonata Crítica”, el poeta da los pormenores de su relación con Matilde, desde los amores clandestinos por Europa hasta los del regreso a Chile. La fascinación y la conexión total con esta mujer en MIN es conmovedora: ella tiene una importancia vital para el poeta; pero hay algo que resalta en todos estos poemas escritos para sus sexagésimo cumpleaños, y esto es la identificación que establece Neruda entre Matilde y la idea de “chilenidad”. En otros términos, Matilde es la encarnación de la “madre patria”, la identidad nacional que Neruda siente tambalear en esos años europeos. Esa nostalgia identitaria, tan propia de los exiliados, es la que se renovará aún con más ahínco en su viaje a Macchu Picchu, cuando el hombre que encuentra sus raíces chilenas en la mujer, luego encontrará sus raíces latinoamericanas en las alturas incaicas. Es Matilde, sin embargo, la arteria que lo une a una tierra, a un bosque, a un agua, a unas piedras que siente como matriz y a los que mas tarde cantará. Nos remitimos a algunas estrofas de los poemas “Tú entre los que parecían extraños”, y “El amor” para ilustrar esta idea de la identidad a través de Matilde:

 

Tú, clara y oscura, Matilde morena y dorada/parecida al trigo y al vino y al pan de la patria,/allí en los caminos abiertos por reinos después devorados, /hacías cantar tus caderas y te parecías, antigua y terrestre araucana,/ al ánfora pura que ardió con el vino  en aquella comarca... (“Tú entre los que parecían extraños”, 292).

Te amé sin porqué, sin dónde, te amé sin mirar, sin medida/y yo no sabía que oía la voz de la férrea distancia, el eco llamando a la greda que  canta por las cordilleras,/yo no suponía, chilena, que tú eras mis propias raíces,/ yo sin saber cómo entre idiomas ajenos leí el alfabeto que tus pies menudos dejaban andando en la arena... (“El amor” 294).

 

El amor arrasante que expresa en estas citas es un amor que Neruda propone como intuitivo, en el cual la razón no tiene cabida: nótense las reiteraciones de esa ausencia del acto conciente, versus la intuición: “sin porqué”, “yo no sabía”, “yo no suponía”, “yo sin saber”. Sin embargo, la transparencia de su identificación con la chilenidad de Matilde supera a las reiteraciones del “no saber”.

Aparte de examinar en MIN al poeta del amor y lo erótico, no se debería soslayar al Neruda como ser natural y social en sus diálogos poéticos entre el hombre y la geografía, ya sea ésta europea, asiática o americana, ni aquéllos con la historia, porque ambos están ligados a su esencia telúrica y su  solidaridad con todo lo que sea la reivindicación humana. MIN contiene poemas que desentrañan con avidez todos estos temas, lo que ha sido y es materia para diversos ensayos. Sin embargo, cabe aquí hacer algunas últimas observaciones relacionadas al Neruda social destinadas como coda a la reiterada aseveración hecha por la crítica en la que se atribuye una “transformación” en la conciencia social de Neruda a partir de España en el corazón (1937). Esta obra, hermosa, dolorosa, que tantas líneas memorables nos entregó (“...generales traidores: mirad mi casa muerta...”) en efecto no produce un súbito cambio en la conciencia social de Neruda. Ésta ya está formada desde temprana edad como queda demostrado en el poema “La injusticia”, del primer tomo de MIN que biográficamente abarca desde el año 1904 hasta 1921 (Valdés, 1130).

Aquí la memoria de Neruda nos transporta al momento iniciático en que en sus propias palabras “deja de ser niño” al observar la explotación del hombre por el hombre. Se entiende que lo que leemos es la perspectiva del Pablo adulto escarbando en el pasado, pero es un pasado recobrado en el que se revalidan momentos claves que marcaron al joven poeta y que lo han hecho el hombre que escribe las palabras del Memorial. En un momento de adolescencia, el mismo hombre, Neftalí todavía, observa y analiza lo observado para conocerse:

 

Quien descubre el quién soy descubrirá el quién eres.
Y el cómo, y el adónde.
Toqué de pronto toda la injusticia.
El hambre no era sólo el hambre,
sino la medida del hombre (43)

 

Si nos remontamos a la última estrofa del mismo poema, esta toma de conciencia se hace más obvia cuando dice: “comprendí que a mi pueblo/ no le permitieron la vida/ y le negaron la sepultura” (44). Y, ¿de qué manera poetiza Neruda esa sepultura y negación? Las imágenes muy concretas, casi cinematográficas, que muchos podrán también recobrar en sus memorias, son suficientes:

 

... eso era, padecer de frío y hambre,
y no tener zapatos y temblar
frente al juez, frente a otro,
a otro ser con espada o con tintero,
y así a empellones, cavando y cortando,
cosiendo, haciendo pan, sembrando trigo
pegándole a cada clavo que pedía madera,
metiéndose en la tierra como en un intestino
para sacar, a ciegas, el carbón crepitante
y, aún más, subiendo ríos y cordilleras,
cabalgando caballos, moviendo embarcaciones
cociendo tejas, soplando vidrios, lavando ropa... (44-45)

 

El hombre que escribió estas palabras de solidaridad y el que escribió esas otras de amor y pasión son la misma persona. Las expresiones y tonos varían a través de sus distintas obras, pero la consecuencia, la autenticidad, y la fineza lírica es patente en cada una de ellas. 

Terminaremos nuestra reflexión circularmente, esta vez con otra cita, una frase de una las artes poéticas de Neruda, parte del último tomo del MIN, ya que pensamos que resume, con pincelada magnífica, la poesía del poeta:

 

De tanto amar y andar salen los libros... ("Arte magnética", 231).

 

 

Obras Citadas

Aguirre, Margarita, Las vidas de Pablo Neruda, Buenos Aires: Grijalbo, 1973.
Loyola, Hernán, Los modos de autorreferencia en  la obra de Pablo Neruda, Santiago de Chile: Aurora, 1964.
Neruda, Pablo, Memorial de Isla Negra, Barcelona: Seix Barral, 1982.
_____ Antología Fundamental: Pablo Neruda, Santiago de Chile: Pehuén, 1988.
_____ Confieso que he vivido, Barcelona: Plaza y Janés, 1996.
Reid, Alistair, Trad. Isla Negra: A Notebook, New York: McGraw-Hill, 1981.
Santí, Enrico Mario, Pablo Neruda: The Poetics of Prophecy, New York: Cornell UP, 1982.
Teitelboim, Volodia, Neruda, La Habana: Arte y Literatura, 1990.
Valdés, Enrique, “Memorias de Pablo Neruda: contrapunto autobiográfico en prosa y verso”, Revista Iberoamericana 168-169 (julio-diciembre, 1994), 1125-1113.
Velasco, Francisco. Neruda, el gran amigo, Santiago de Chile: Galinost, 1987.


Notas



[1] Francisco Velasco, Neruda , el gran amigo, (1987, 30-37).

[2] A partir de esta mención, nos referiremos a Memorial de Isla Negra con la abreviación MIN, o con la palabra “Memorial”. Seix Barral, 1982.

[3] Ver la lúcida introducción de Alastair Reid en su traducción: Isla Negra, A Notebook, xii.

[4] Enrique Valdés incluso sugiere que Neruda puede haber tomado los poemas de MIN como modelo para la escritura de Confieso  que he vivido. El estudio de Valdés propone que estas memorias son, en efecto, un texto lírico.

[5] Hago alusión al poema “La Reina”, parte del célebre poemario Los versos del capitán. En Antología Fundamental: Pablo Neruda, 161.