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Tal como lo insinúo desde el título, pretendo dar cuenta de algunos rasgos específicos que de manera más o menos evidentes aparecen en los relatos que conforman el libro Un silencio de corchea de Daniel Moyano; pero, en primer lugar, trataré de ubicar este libro dentro de lo que constituye “la obra” de Moyano: propongo señalar algunos momentos, con base en la sucesión de las publicaciones, considerando también las vicisitudes vitales del escritor y ciertos cambios o rupturas en la concepción poética o retórica de sus narraciones. Uno se mete en un brete cuando revisa la obra de un autor e intenta una clasificación u organización que permita observar ciertos momentos o etapas dentro de esa sucesión heteróclita que es un corpus. Corpus que, dicho sea de paso, define el conjunto textual de un autor: figura vacía de contenido existencial, hasta que se pone en relación ese conjunto de textos con el personaje histórico (el cuerpo viviente) que los produjo, es decir, los concibió y los puso a circular. Por otra parte, ya lo sabemos, todo intento clasificatorio reclama la explicitación de los criterios que lo rigen: en el caso de la obra de Daniel Moyano la tentación está a la mano, porque el propio itinerario escritural del narrador se ofrece a la búsqueda de regularidades y rupturas. No sólo porque Moyano es un escritor experimental, un escritor en permanente búsqueda, que a cada texto está intentando un modo distinto de narrar. Esto, desde cierta perspectiva, puede verse con claridad: hay en esta obra momentos de ruptura que, en buena medida, acompañan o se producen junto a las disrupciones de su recorrido vital.
Ciclos vitales, ciclos creativosDaniel Moyano nació en Buenos Aires en 1930 y vino a vivir a Córdoba, Argentina, a los cinco años de edad. Alternando varios domicilios en el interior de la provincia, se formó intelectualmente en esa docta ciudad. La música y la literatura están desde muy temprana edad en su vida, como también el contacto con el ambiente universitario e intelectual de la ciudad que lo marcó, especialmente en la segunda parte de los años ’50. Hay en este tiempo dos figuras importantes, dos maestros, que inciden decisivamente en la vocación del futuro escritor: Enrique Luis Revol y Emilio Sosa López; en especial este último que será su lector y consejero, y partícipe necesario de la conversión del primer Moyano poeta en el Moyano narrador que todos conocemos[1]. La década siguiente (los años ’60) lo encuentra a Moyano radicado en la ciudad argentina de La Rioja y es allí donde comienza a ser un verdadero escritor: su primer libro de cuentos, Artistas de variedades, aparece en 1960, bajo el sello cordobés Assandri. Este libro, los relatos que lo conforman, inician una serie que caracterizará la producción de Moyano por todo un periodo que llega hasta 1974. 1976 significa para la Argentina la más cruenta de las dictaduras militares y para Moyano el encarcelamiento, la salida abrupta del país y el exilio madrileño que culminará en 1992 junto con su vida. Propongo, entonces, pensar la producción narrativa de Moyano en tres momentos. El primero se extiende entre la publicación de Artistas de variedades (1960) y la de otro volumen de cuentos, Mi música es para esta gente (1970), editado por Monte Ávila. Este periodo se caracteriza por el predominio del cuento como modalidad narrativa: a los dos libros mencionados, deben agregarse los volúmenes de relatos breves, La lombriz (Nueve 64 editora, 1964) y El fuego interrumpido (Sudamericana, 1967); junto a estos, dos novelas: Una luz muy lejana (Sudamericana, 1966) y El oscuro (Sudamericana, 1968). Por último puede mencionarse una antología de relatos breves cuentos El monstruo y otros cuentos (CEDAL, 1967), que si bien no presenta nuevos textos, reúne algunos de Artista de variedades y otros de La lombriz, con algunas modificaciones de redacción[2]. En los cuentos de este período aparece la historia recurrente de un niño que va a vivir con sus tíos o abuelos, historias atravesadas por una atmósfera opaca y sórdida[3]. Estos textos, por sus características más relevantes, se ajustan en buena medida a la designación que Roa Bastos les atribuye en su prólogo a La lombriz: “realismo profundo” y que se define por un rechazo al regionalismo en sus formas más epidérmicas y tópicas; ciertas marcas de precursores: trascender lo anecdótico dotándolo de significación simbólica o alegórica, que aprendió de Kafka; dotar a sus narraciones de un fondo mítico, que aprendió de Pavese; y concisión verbal, y que procede por excavación y no por acumulación, la enseñanzas de Horacio Quiroga[4]. El segundo momento de la narrativa de Moyano, propongo situarlo a partir de 1974, con la aparición del volumen de cuentos El estuche del cocodrilo (Ediciones del Sol, 1974) y, especialmente, la novela El trino del diablo (Sudamericana, 1974). Este texto representa una verdadera fisura en la producción narrativa de Daniel Moyano: por primera vez aparece, de manera ostensible e insistente, la irrupción de otros discursos en el texto: el discurso histórico, por una parte, especialmente en el capítulo 1 de la novela que presenta una puesta en ficción del acto fundacional de la ciudad de La Rioja (Argentina); y el discurso musical, que atraviesa la novela de punta a punta. A esto, además deben agregarse dos rasgos importantes: el registro paródico, novedoso también en la producción moyaniana y, asociado a esto, el humor, casi ausente en los textos precedentes. Esta etapa se caracterizará por el predominio de la novela como forma narrativa, quizá por las posibilidades de búsqueda y experimentación que ofrece, más restringidas en el cuento. Se agregan en este periodo los libros El vuelo del tigre (1981), Libro de navíos y borrascas (1983), El trino del diablo y otras modulaciones (1988) y Tres golpes de timbal (1989)[5]. Desde el punto de vista formal, ya lo señalé, es evidente en estos textos una actitud experimental, y algunos recursos retóricos y poéticos novedosos con respecto a lo escrito anteriormente: parodia, acentuación de lo alegórico-simbólico, y el recurso a procedimientos interdiscursivos e intertextuales, son algunos de ellos. También se hace evidente en estos textos publicados desde 1974 un giro temático fundamental: la dimensión política de los textos, que cobra especial espesor desde El trino del diablo, dan cuenta de las condiciones de represión y exilio que tan fuertemente marcaron la vida de Moyano como la de tantos escritores argentinos en aquellos años. El tercer momento, está conformado por tres libros publicados póstumamente: Un sudaca en la Corte (nouvelle, 1993), Un silencio de corchea (relatos, 1999) y Dónde estas con tus ojos celestes (novela, 2005). Propongo una denominación provisoria para la etapa a la que corresponden estos libros: “relatos del tiempo y la memoria”, en tanto y en cuanto, en los tres predomina el relato en primera persona, con mayor o menor inclusión de elementos referenciales que pueden vincularse empíricamente con “la vida del escritor”. De hecho, en Un silencio de corchea se incluye una “Nota del autor” en la que declara que una parte de los relatos que comprende el libro “tiene como base mi actividad como músico rural en los pueblos de la cordillera de los Andes…”.
Un silencio de corcheaLos relatos de Un silencio… no son rigurosamente homogéneos; al contrario, ya advertimos desde el comienzo que el propio autor ha decidido organizarlos en dos partes o secciones: a la primera, la titula “Del tiempo”; a la segunda, “De la música”; pero en la advertencia el autor aclara que en ambas partes “en el fondo tratan de lo mismo”. Cuál es el asunto del que tratan estos textos. Si pudiera mencionarse uno, podríamos repetir con el autor o, mejor, interpretar esta nota preliminar diciendo que todos los relatos del libro tienen como tópico central “el tiempo”. Esto es indudable, pero no solamente. Volveré más adelante sobre esto. La primera parte, “Del tiempo” recoge un conjunto heterogéneo de narraciones que se ocupan, aparentemente, de asuntos diversos: una versión a la inversa de “La metamorfosis” de Kafka, “Metamorfosis”; una historia sobre el poder omnímodo de los gobiernos de facto que asolaron los países del Cono Sur, “Los oídos de Dios”; la historia del posible encuentro entre Manuel de Falla, el Che Guevara y una tía del narrador en la ciudad cordobesa de Alta Gracia de los años ‘40, “Los incorpóreos”; una historia de amor cortazariana, “María Violín”; un relato satírico sobre los errores del naturalista Ameghino, “Anthropus Pampeanus”; una versión del descubrimiento de América y sus avatares desde la mirada de un nativo, “Hace quinientos años”; un aguafuerte sobre Sarmiento y sus desvaríos, “Civilización y barbarie”; otro encuentro fortuito entre Manuel de Falla, el Che Guevara y el narrador, “Unos duraznos blancos y muy dulces”. Sobre el contenido de los cuentos de la segunda parte, la “nota del autor” lo anticipa: “…cuento unas historias que tienen como base mi actividad de músico rural en la cordillera de los Andes…”. Efectivamente, todos estos relatos son lo que el propio narrador ha denominado en algunas ocasiones “memorias musicales”. Esta sección, “De la música”, incluye nueve relatos: el primero, que se refiere a la iniciación como músico del narrador, “De violines y gallinas”; la historia de un perro de Vinchina (localidad del interior de provincia de La Rioja) que gustaba asistir a los conciertos del cuarteto que integró Moyano hasta su exilio forzado, “Arpeggione”; el relato de las mulas que se acercaban a oír el concierto y que anhelaban comerse los instrumentos, “De mulas y violines”; el relato / carta que comenta una grabación del cuarteto Opus 16 de Beethoven y luego recuerda un concierto con muy escaso de público, “Concierto para dos viejas”; la historia de dos pianos, uno real y el otro deseado, “Para dos pianos”; “Negritos saltarines”, cuyo nombre se refiere al comentario del gobernador de La Rioja al ver el dibujo de las figuras y el pentagrama en una partitura; el relato del niño que memorizaba melodías y se la cantaba a su abuelo para que éste las toque, “El viejito del acordeón”; otro relato de un concierto con poco público, “El oyente impasible”; y la invasión de insectos en un concierto al aire libre, “Un silencio de corchea”. Este variado repertorio anecdótico, estas historias llenas de humor y ternura que atraviesan todo el libro, se reordenan en la lectura: se desarma la organización y es posible comenzar a leer cada texto como si fuera la hoja de un diario personal; los recuerdos se suceden uno tras otro y son hilvanados por un leitmotiv: el tiempo y sus avatares. El libro está saturado de reflexiones como la que sigue, y que dan cuenta de lo que señalo:
Y si el tiempo no da otra vuelta, si nunca más vuelven a encontrarse en ese accidente planetario llamado Alta Gracia (porque en la vida, según parece, cada cosa sucede una vez), bueno, entonces en su condición de formas que flotan en el tiempo, si alguna vez se encuentran, de alguna manera no se ignorarán, con sólo mirarse podrán comprender que estuvieron juntos en un mismo recuerdo, porque los recuerdos también son tiempo. Mejor dicho: son el tiempo; su residuo significativo; el único asidero vital, que lo convierte en algo diferente a su mecánica. (“Los incorpóreos”, pp. 30-31)
Autobiografía, o autoficción, en la mayor parte de estos textos parece corporeizarse la colusión narrador / autor / personaje de la que habla Lejeune. Pero ya se sabe que tal condición es para los narradores un terreno para la licencia y que la ficción siempre está a punto de deslizarse.
Cada vez que él la tocaba, era nueva para mí, como si nunca hubiese existido, como si nunca hubiese pasado por mi memoria. Y ahora que el viejo ya no existe, ni el acordeón, y el país está tan lejos en el espacio y en el tiempo, es como si ese vals no hubiese existido nunca.” (“El viejito del acordeón”, p. 138)
No basta el texto en primera persona, no es suficiente la mención de personajes, lugares y acontecimientos de existencia verificable empíricamente, y vinculables a la vida del autor. Son necesarios elementos paratextuales que expliciten, pongan en su lugar, ciertos elementos que permitan establecer el puente entre la experiencia supuestamente vivida y su formulación verbal. No otra es la función que cumple en este caso la “nota del autor”: genera otro escenario, modifica la situación de enunciación y, consecuentemente, crea nuevas condiciones de recepción. Pero la lectura de la ficción nos enseña que aun estos procedimientos pueden ser utilizados para desorientar, para desviar la atención del lector de lo que en verdad se quiere decir (u ocultar). Lo que ocurre en estos textos, tal como se ofrecen a la lectura, es que hay un procedimiento de otro orden discursivo; un procedimiento deliberado de hibridación. Y sabemos por Bajtin[6] que desde el punto de vista de las estructuras sintácticas, la hibridación se conecta especialmente con el estilo indirecto libre, en el cual es difícil establecer las fronteras formales entre el discurso narrativo (o palabra del autor) y el discurso referido. En la construcción híbrida, la palabra del autor opera una estilización paródica de los lenguajes ajenos incorporados al discurso. Este procedimiento se verifica en los relatos de la infancia en Alta Gracia y en La Falda y de su historia como músico, en el llano y la cordillera, y el cuarteto ejecutando música culta europea por los arrabales desolados del Cono Sur. Relatos de la memoria que se conforman de anécdotas posiblemente vividas y un acontecimiento imprevisto, extraordinario que produce un efecto narrativo, que instaura una fisura ficcional: la fortuita convivencia del narrador con Manuel de Falla y al Che Guevara en “Los incorpóreos” y “Unos duraznos blancos muy dulces”; animales e insectos sensibles a la música de “Arpeggione”, “De vidas y muertes” y “Un silencio de corchea”; la dificultad para conseguir oyentes interesados y sensibles en “Concierto para dos viejas”, “Negritos saltarines” y “El oyente imposible”. El tiempo es el protagonista de estos textos y encierra una reflexión recurrente sobre su naturaleza. El tiempo y la memoria y la música, reconstruidos por la escritura: la obsesión por el tiempo llevó a Moyano a recorrer las ideas de Pitágoras, Newton, Einstein, Hawking y a descubrir que el tiempo no es un continuum y que , como afirma el músico José Manuel Berenguer, tanto en física como en música es una dimensión del espacio[7]. En definitiva estos textos dan cuenta de una dimensión autobiográfica que va más allá de lo anecdótico: la conciencia de un exilio irreversible y la vivencia de la muerte inminente, sentida o presentida. El tiempo, nombre quizá eufemístico de la muerte. La muerte, sin una dimensión escabrosa. O más bien: la muerte es el fin de un ciclo; o mejor: un momento de ese ciclo. La muerte es a la vez materia y espíritu del tiempo:
La muerte, en cambio, nos pertenece, es del músico gaditano y de mi tía la gorda, así como de esa inmensa mayoría de animales que nos acompañan en la soledad de este plantea mórbido. Ella se opone a la nada, porque es parte de la vida. Por eso nosotros, pese a nuestro destino de incorpóreos, siempre seremos algo o alguien en el tiempo, que es nuestro camino y nuestra casa en este vasto territorio llamado cosmos, universo o lo que sea. (“Los incorpóreos”, p. 31)
Estas memorias-cuentos, o memorias musicales constituyen revelan una nueva torsión de su itinerario poético: la experiencia vivida y su escritura (la autobiografía) se enlazan en la ficción de una manera novedosa. Moyano, como el Manuel de Falla de su relato, parece haber vivido sus últimos años con dos relojes: uno con la hora de su vida en Madrid y otro con la hora de sus recuerdos en el lejano Cono Sur. [1] En una carta dirigida al poeta cordobés Emilio Sosa López, Moyano relata los detalles de esta transformación: “A mis amigos y alumnos suelo contarles un hecho que acaso vos no recuerdes pero que es muy importante para mí. Fue un domingo en tu casa, me pediste los poemas escritos durante la semana, y yo te dije que había escrito un cuento, el primero de mi vida, creo que se llamaba ‘Los hechos externos’, que generosamente llevaste al diario La nación pero que no tuvo suerte. Me acuerdo de tu gesto de extrañeza, yo sólo había escrito poemas hasta entonces. Al principio no le diste importancia al asunto, pensando seguramente en esas prosas no prosas que suelen escribir los poetas inocentes de prosas. Fue Sara Ercilia [tu mujer], por la tarde, que insistió en que lo leyeras y lo leíste, y después de eso ya no paré de escribir cuentos hasta ahora. Y fuiste vos quien me puso en contacto con todos los grandes cuentistas que del mundo que había en tu biblioteca, y que estaban esperándome allí desde hacía una buena cantidad de tiempo.” (Carta fechada en Madrid, el 20/10/90. Este y otros testimonios pueden leerse en Marcelo Casarin, “Emilio Sosa López y Daniel Moyano: correspondencias”. En La Voz del Interior, suplemento “Cultura”, Córdoba, sept. de 1992). [2] De Artistas de variedades reaparecen aquí, corregidos, los cuentos siguientes: “El monstruo”, “La puerta”, “La fabrica”, “Juan” (antes “Mi amigo Juan”), “Artistas de variedades” y “Una partida de tenis”; los restantes textos pertenecen a La lombriz y aparecen sin variantes: “El joven que fue al cielo”, “Los mil días”, “Nochebuena”, “El rescate”, “El milagro” y “La lombriz”. [3] Sara Bonnardel ha precisado mejor esto señalando tres grandes grupos temáticos en los relatos de Moyano de esta primera etapa: a) los relatos de la familia de adopción; b) las narraciones centradas en una experiencia de la infancia; y c) el grupo del descubrimiento de la ciudad. Sara Bonnardel, La répression et l’exil Dans les romans de Daniel Moyano. GIRDAL, Université de Bordeaux III, Bordeaux, 1990. [4] Augusto Roa Bastos, “El realismo profundo en los cuentos de Daniel Moyano”, en Daniel Moyano, La lombriz. Buenos Aires, Nueve 64 Editora, 1964; también apareció en La gaceta, Tucumán, 7 de junio, 1964. [5] Conviene aclarar que todos estos libros son novelas, con excepción de El trino del diablo y otras modulaciones que, además de una versión novedosa de la novela originalmente publicada en 1974, contiene una media docena de cuentos. [6] Mijaíl Bajtín, Teoría y estética de la novela. Madrid, Taurus, 1989. [7] José Manuel Berenguer, Luci sin nombre y sin memoria. Reflejos de un manglar lejano. Barcelona, Nau Côclea de Camallera, 2007.
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