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En busca de una verdad extraviada
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En La Historia extraviada,(1) novela de Francisco Rivas, escritor chileno contemporáneo, el lector se enfrenta con un laberinto: se entrecruzan varias historias relatadas por tres narradores distintos. Seguimos varios viajes situados en diferentes épocas, en busca de… una verdad extraviada. Nos pareció importante aquí cotejar algunos elementos esenciales de esta obra con las propuestas del ensayo póstumo del sociólogo Maurice Halbwachs (1877-1945), víctima de los campos nazis, La memoria colectiva.(2) A él se le debe la decisión audaz de pensamiento que consiste en atribuir la memoria directamente a una entidad colectiva a la que llama grupo o sociedad. No recordamos solos: para recordar, necesitamos a los demás. La memoria tanto personal como colectiva se enriquece del pasado histórico que se va haciendo nuestro. En la obra de Maurice Halbwachs, varias nociones se entrelazan también entre sí: se trata de conectar memoria y sociedad, de ubicar la memoria en el centro del proceso social. Cada colectivo posee su memoria cuyos marcos son el lenguaje, el espacio y el tiempo. La memoria colectiva no es tanto la memoria de los acontecimientos como la del significado y del valor. En resumidas cuentas, se trata de una memoria cultural en la que el espacio es, en sí mismo, sucesivamente, lenguaje, tiempo y condición del significado compartido y el lenguaje es, a la vez, espacio, tiempo y significado y... el tiempo es, a la vez, lenguaje, espacio y significado. El primer punto de encuentro entre estas dos escrituras es, a través de la misma existencia de la noción de memoria colectiva, el de la importancia del testimonio en la construcción de dicha memoria. En La Historia extraviada, el primer viaje desde el punto de vista cronológico es el de Huipozix que lo lleva desde la tierra azteca hasta Andalucía unos años antes de 1492, con la ayuda de los Vikingos. Huipozix tiene dos motivaciones: quiere conocer otras partes del mundo, comprender a los hombres pero también anhela saber si los dioses que protegen a los Mexicanos son también los de “esas naciones finales” (p. 57). En España, Huipozix pinta un cuadro feroz de la sociedad española y es su discípulo Poletl quien, posteriormente, lo relata. Luego, Huipozix vuelve a México, convencido de que los españoles acudirán un día a su país y de que habrá que preparar este encuentro para que ambos pueblos se enriquezcan con sus diferencias y eviten destruirse mutuamente. Llega a ser el preceptor de tres niños que pertenecen a la alta sociedad azteca. Dos de ellos harán el mismo viaje en 1492: uno, Lal, para entender mejor la sociedad española, dar consejos a Cristóbal Colón y ofrecerle una ayuda económica para realizar su viaje, el otro, Gothehuc, para impedir que Cristóbal Colón emprenda su famoso viaje. Ocurrirán entonces varias peripecias narradas por Poletl, el tercer alumno de Huipozix, a su vez preceptor y visionario, puesto que relatará el viaje de Lal y Gothehuc mientras se vaya desarrollando. Al llegar aquí, conviene interesarse por el sentido del adjetivo extraviado. Según el diccionario de la Real Academia, el verbo ‘extraviar’ tiene varios sentidos entre los cuales “sacar del camino”, “colocar una cosa en un lugar distinto del que tenía que haber ocupado”, “no mirar un objeto determinado”, “no encontrar una cosa en su sitio o ignorar dónde se encuentra”. Puesto que el adjetivo extraviado califica el sustantivo historia y teniendo en cuenta los diferentes sentidos de la palabra extraviado, nos apartamos, pues, de la vía tradicional de la Historia para emprender otros caminos. Efectivamente, Francisco Rivas sale de las vías más corrientes de la documentación histórica. Numerosos mexicanos, españoles y extranjeros ficticios piensan, hablan y actúan, cobran vida en América y en España o navegando por los mares. Los viajes que efectúan algunos para cruzar el Atlántico parecen extravagantes a primera vista. El lector cae entonces en la trampa de una ficción que, lejos de contradecir la realidad, la hace más tangible y apasionante. ¿Por qué reescribe Francisco Rivas la Historia? ¿Cómo se puede definir ésta? Consiste, sin duda alguna, en recoger los hechos que más sitio han ocupado en la memoria de los hombres y que se leen en los libros, se enseñan en las escuelas: la Historia suele ser el reflejo de la ideología en el poder. El mismo autor nos da una clave para contestar a dicha pregunta: “La contaminación por la mentira y la invención de la historia latinoamericana de parte de ciertos regímenes (que) reprimen los textos historiográficos”. Añade: “Un pueblo sin historia es un pueblo con una memoria dañada”.(3) Se trataría pues de dar una memoria a los pueblos latinoamericanos. En Chile, abundan los ejemplos en que novela, novela corta y poesía dan cuenta no sólo de modo más real sino también más verosímil de lo que ha ocurrido desde hace dos siglos. Sin embargo, los regímenes políticos reprimieron las obras de ficción incluyendo la poesía y numerosas personas cerca del poder o formando parte de él manifestaron una actitud de rechazo hacia ellas. Con La Historia extraviada, tenemos un ejemplo de novela contestataria, o sea un discurso que denuncia la ideología exhibida por el poder. Este tipo de discurso desacraliza el discurso histórica anterior, denuncia una historia oficial engañosa, llena de héroes inmortales, perfectos, y alcanza una verdad o, por lo menos, contribuye a crear la memoria de un pueblo. Gracias a su carácter ficcional, esta obra puede explotar libremente la imaginación como medio de acceso al pasado y, con ella, escribir una historia que dé sentido al pasado, cuando lo Historia es incapaz de hacerlo. La presencia de personajes imaginarios, pero verosímiles, demuestra que la historia escrita a raíz de la literatura está más capacitada para contestar a las grandes preguntas de nuestra época. El relato imaginario de Francisco Rivas que se entrelaza con el relato “oficial” crea una historia facticia del año 1492 que le otorga la legalidad de un “testimonio”. Según Maurice Halbwachs, en cualquier sociedad civilizada, recurrimos a los testigos para fortalecer o invalidar, pero también para completar lo que sabemos de un acontecimiento. Pasa lo mismo con nuestros recuerdos: son los nuestros pero los demás —testigos físicos o no— nos los pueden recordar también. Se habla en este caso de memoria colectiva. Para Maurice Halbwachs, cabe distinguir dos clases de memoria: una, interior, interna o también autobiográfica y otra, exterior, social o histórica. En el primer plano de la memoria de un grupo destacan los recuerdos de los acontecimientos y experiencias relativos a la mayor parte de sus miembros y que resultan o de su propia vida, o de las relaciones con los grupos más cercanos, que suelen estar más en contacto con él. En nuestra conciencia individual, las imágenes y los pensamientos que resultan de los diferentes medios por los que pasamos, se suceden según un orden original. Los hechos y nociones que recordamos con más facilidad pertenecen a la esfera común. Estos recuerdos colectivos son “de todos”. Los otros son más personales. Sirviéndose de la historia, del tiempo y del espacio, Francisco Rivas intenta, lo mismo que Maurice Halbwachs, forjar una memoria colectiva capaz de sustituir la que fue “dañada”, la del pueblo latinoamericano. Ahora, siguiendo así el desarrollo del pensamiento de Maurice Halbwachs, vamos a ver, primero, cuales son las relaciones entre la memoria y el tiempo, luego, entre la memoria y el espacio, entrelazándose la historia con cada uno de ellos. “El tiempo ejerce sobre nosotros un enorme peso”, dice Maurice Halbwachs (p. 143). En efecto, muchas veces, dicho tiempo o duración nos parece demasiado corto o demasiado largo. Las divisiones del tiempo nos molestan porque resultan de convenciones y costumbres y expresan un orden ineludible, una uniformidad y nos “robotizan”. Oponiéndose a esta noción de tiempo “uniforme”, Francisco Rivas, en La Historia extraviada, efectúa dos cambios: superpone tiempos distintos, el tiempo azteca y el tiempo cristiano, y distorsiona el tiempo real insertando ficción. Primero, Francisco Rivas mezcla tiempo presente y tiempo pasado y, dentro del tiempo, superpone los tiempos azteca y “oficial” de la historia. Ahora bien, el tiempo sirve de marco a la memoria de las cosas más esenciales. Durante siglos, los historiadores se han representado los marcos sociales, espaciales y temporales como universales, lo que implica un tiempo universal y una historia universal y la utopía historicista aparecía en las crónicas universales. Pero la Historia es una apuesta facticia sobre la unicidad de un tiempo exterior que lo abarca todo. En cambio, las memorias colectivas son una apuesta sobre la multiplicidad de los tiempos, su duración más o menos breve y su significado de sentido interior compartido por los miembros de cada grupo. Ésta es la idea que tiene Maurice Halbwachs de la doble dimensión del tiempo social, única autenticidad del tiempo vivido por la memoria colectiva con respecto a la facilidad del tiempo de la historia que encontramos en la novela de Francisco Rivas. La rememoración, con ritmos distintos, relativos a un tiempo particular (en torno a 1492), de las múltiples historias de La Historia extraviada, radica en la apuesta sobre el tiempo eterno y muestra que lo esencial se halla en el sentimiento de identidad que posee cualquier ser humano: “No estoy ni en el pasado ni en el presente ni en el futuro, sino en un espacio trastemporal” (Halbwachs, p. 178). El tiempo de la memoria colectiva se identifica con el tiempo compartido del individuo en el grupo y cada uno de los otros grupos percibe este presente de identidad como la relación de su grupo con otros, es decir de su presente en la cronología universal de los historiadores y, pues, de los calendarios. En La Historia extraviada se mezclan dos calendarios: el calendario cristiano, el tiempo oficial que conocemos y el calendario azteca. En España, el tiempo es el año 1492 y disponemos de señales conocidas que representan acontecimientos “comprobables”: 2 de agosto, 25 de septiembre, 11 de octubre. El tiempo en México es el del calendario azteca que se inspira en el de los mayas. En la Piedra del Sol, los aztecas leían el desarrollo de su vida desde su comienzo hasta su fin —¿el tiempo trastemporal?— lo que les permitía leer también, a través de la visión de su memoria privada, la de la memoria colectiva de su grupo. Ahora bien, el calendario azteca no es solamente el tiempo hecho espacio y un espacio en movimiento (relaciones entre las enormes construcciones piramidales y las proporciones del calendario azteca), sino que induce también, implícitamente, una filosofía de la historia basada en los ciclos: en el centro la imagen del dios Sol y el signo de nuestra era; alrededor, los símbolos de las cuatro eras anteriores, otro anillo con los signos de los veinte días y, rodeándolo todo, dos serpientes de fuego. Los aztecas no poseían ni clepsidra ni reloj. Los tambores de los templos señalaban las nueve divisiones del día. Huipozix situaba su salida de Tenochtitlán hacia España aproximadamente “en el primero o el segundo de los cincuenta y dos soles que celebramos” (p. 56). Lal confiesa que no sabe contar los días en España. Se orienta en el tiempo hablando de “primer sol”, “segundo sol” (pp. 34, 138 y 172). Si el conocimiento del tiempo es, a menudo, cosa de religión, la historia lo es también. Por la ficción, Francisco Rivas opone al tiempo impuesto por los conquistadores, es decir el de la religión católica de aquel entonces, una nueva legitimidad, la de la religión azteca, estableciendo un paralelismo entre los excesos de ambas religiones tales como los sacrificios humanos de los aztecas y las atrocidades cometidas por la Inquisición. Además, Francisco Rivas distorsiona el tiempo real entrecortándolo con ficción. Al evocar esta segunda problemática, Hayden White explica que para poder representar la realidad, es imprescindible imaginar un pasado que no podemos experimentar directamente. Si la novela histórica del siglo diecinueve se situaba en el discurso del realismo, las novelas históricas actuales integran sus propias necesidades de expresión como la distorsión consciente del pasado. “A mayor ficción, mayor verdad. Si esta novela parece realista, se debe a que no lo es en absoluto”.(4) Asimismo, Francisco Rivas mezcla tiempo real y episodios ficticios como el encuentro entre Ahuitzol y Cristóbal Colón después del 11 de octubre de 1492. ¿Cuál es el por qué de esta distorsión? La manipulación del tiempo histórico nos aleja de un objetivo unilateral, el de la conquista centrada sólo en Cristóbal Colón y España. Cada grupo localmente definido tiene su propia memoria y su propia representación del tiempo. La historia de América latina, desde el establecimiento de los primeros conquistadores hasta principios del siglo XIX, se relaciona estrechamente con la historia europea. La historia oficial es no sólo una reconstrucción exterior artificial de las memorias colectivas sino también una reconstrucción hecha por los grupos en el poder que se opone a la historia popular. Fue Europa la que escribió la historia durante siglos, ensalzando a los conquistadores y los acontecimientos que interesaban a la Iglesia católica o los hechos que preocupaban a los diplomáticos, los hombres de negocios, las Cortes, las guerras... Entonces, ¿cómo podría el pueblo latinoamericano conocer “su” historia? Si la rememoración es imprescindible para la creación de la memoria, “no existe memoria colectiva que no se desarrolle dentro de un marco espacial” (Halbwachs, p. 209). Según Maurice Halbwachs, el espacio es lugar de significado para el individuo y su grupo. Es una especie de lenguaje que asegura su equilibrio psicológico. Es, a la vez, lugar de actividad y virtualidad. El grupo azteca descrito por Francisco Rivas se relaciona naturalmente con un espacio y lo que establece relaciones sociales entre sus miembros es también el hecho de pertenecer al mismo espacio. En La Historia extraviada, Francisco Rivas describe el espacio mexicano sin mostrar simpatía alguna por los sacrificios humanos pero sublimado por la belleza de la Naturaleza y la dulzura de la vida. Ahora bien, este espacio desaparece con la colonización: dar una nueva definición de la historia del pueblo azteca es, pues, devolverle, a través de sus recuerdos, un espacio vivido, idéntico al espacio vivido trastemporal, que es el mismo espacio material, y es éste el que, por una pirámide, puede asegurar la identidad de un grupo. Francisco Rivas describe, con realismo y poesía a la vez, Tenochtitlán y los usos de la vida de los aztecas. El agua desempeña un papel importante: “jardines muy fértiles, verduras, flores, puentes, acueductos, diques, canales...”. Nos enteramos también de que los aztecas se bañaban con frecuencia, algunos diariamente, en los ríos, lagunas y piscinas. El agua es también el mar, el de los viajes de Huipozix, Lal y Gothehuc, lugar de nacimiento y de muerte. En este espacio mexicano, la evocación de las pirámides es, para Poletl, pretexto para recordar sin cesar el horror de los sacrificios humanos: la Pirámide Negra, la del Viento y la de las Nubes. El espacio azteca no se circunscribe sólo a un lugar sino también a una clase social elevada comparable con las Cortes de los reyes de España. Sólo Ahuitzol es un personaje real, rey azteca, hijo mayor de Axayacatl y Tizoc. Los otros personajes son inventados, son todos personalidades importantes de la sociedad azteca y tienen entre sí fuertes relaciones de familia, amistad u odio. Si Francisco Rivas pinta a grandes rasgos, a menudo poco halagüeños, a los personajes españoles, insiste en la psicología de los personajes aztecas y, en particular, la de Poletl, el niño, el maestro y el oráculo (el portavoz también, quizás, de Francisco Rivas). Es, al mismo tiempo, espacio trastemporal –—la memoria colectiva del pueblo azteca. Es, sucesivamente, niño, el alumno de Huipozix —el maestro que inicia el primer viaje. Luego, Poletl es el maestro de tres alumnos, uno, hijo de Gothehuc; otro, hijo de Ahuizotl y, la última, hija de Lal, a los que relata el viaje de Huipozix así como el de Lal y Gothehuc. Asimismo es oráculo y predice el final del viaje de Lal y Gothehuc. Todo esto se hace por la palabra. Entre los diferentes personajes se intercambian numerosos diálogos que dan vida al relato, subrayan la psicología de los que hablan. Huipozix transmite oralmente sus conocimientos y el relato de su viaje y Poletl hace lo mismo. Como Cassirer contra Heidegger, Maurice Halbwachs opone la ciencia de los músicos a la manipulación de Wagner. Tomando el ejemplo de la memoria de los músicos, Maurice Halbwachs muestra que el hecho de no conocer a Wagner confería poca importancia a la memoria oral, a la transmisión por ésta de las interpretaciones musicales respecto de la memoria sabia (la memoria de los músicos que dominan la lectura, el saber y la lectura de las interpretaciones). Al lenguaje común de los aficionados a la música, la sociedad culta sustituye el monopolio de un sistema de signos: la notación musical, nuevo marco social de la memoria culta. Así mismo, opone a la historia cuanto supo de la guerra de 1870 y de la “Comuna” por una criada que era como un mediador “del rumor popular y de la gente humilde, rumor que es ignorancia, es decir una historia imaginaria de la que se burlan sus padres que pretenden conocer la historia oficial”. ¿Qué es lo que queda de la historia azteca? Siendo el nahuatl una lengua oral, relatos históricos, himnos y poesías se transmitían por la memoria, y, por lo tanto, resultaban transformados y enriquecidos. La escritura azteca era sólo un punto de apoyo para la memoria. No era propiamente dicho una escritura sino un conjunto de ideogramas, pictogramas grabados en la piel de animales o papiro, recogidos en unos codex. En La Historia extraviada, la abundancia de palabras en nahuatl se mezcla con los tiempos verbales que se entrecruzan, lo mismo que las historias, dando así una unicidad temporal a este relato de hechos pasados, presentes y futuros. ¿No será la noción abstracta del tiempo una convivenvia estrecha del pasado, del presente y del porvenir? El espacio español también es muy delimitado: se reduce a una Andalucía tan afeada que cuesta reconocerla: “meseta árida y nublada, casi vacía de animales y plantas, donde las cosechas eran insuficientes y la sequía ocasionalmente interrumpida por una lluvia de hielo seco y ardiente” (p. 7). Si bien los nombres de los lugares evocados son conocidos: Sevilla, Granada, el convento de la Rábida, se trata en la novela de un lugar helado, desértico, sin ningún atractivo. Es también el pretexto para una visión crítica de una España que inmolaba víctimas humanas en nombre de un Dios de amor y misericordia. El concepto de civilización bárbara se halla pues del otro lado del espejo y conduce al espejismo de la luz y de la verdad históricas. Del mismo modo, el relato gravita en torno a la Corte real, es la de Isabel la Católica y su esposo Fernando de Aragón. Isabel, que sueña con la gloria y la riqueza, es tan orgullosa como Cristóbal Colón. Pero no aparece nada sobre las cualidades de dichos monarcas. Al contrario, se ven casi sólo sus defectos y todos los europeos salen ridiculizados con sus rabos o cuernos. No es casual, porque tales atributos grotescos expresan el desprecio y el odio que iban a sentir los mexicanos por sus futuros conquistadores. Aparecen también otros personajes, conocidos por la historia oficial o inventados, que se entrelazan entre sí. Proceden de otra historia y son guiños dirigidos al lector, como el enano Carlomagno o la reescritura de las aventuras de don Quijote. La estructura teatral de la novela, con sus diferentes narradores y tiempos, la progresión y la dinámica internas delimitan una ancha parábola en torno a “1492: descubrimiento de América por Cristóbal Colón”. Esta obra, por su carácter ficcional, puede explotar libremente la imaginación como medio de acceso al pasado y, a través de ella, escribir una historia que dé sentido al pasado, de un modo que la historiografía no siempre ha logrado hacer. La presencia de personajes imaginarios verosímiles demuestra que la historia que se escribe desde la literatura está tanto o más capacitada para responder a las grandes preguntas de nuestra época. Entrecruzándose con el relato “oficial”, el relato imaginario de Francisco Rivas crea une historia “ficticia” del año 1492 que confiere a esta obra una legalidad de “testimonio”. Al alejarse de la historia oficial, Francisco Rivas huye de los caminos abiertos ya y busca otras vías para acercarse a la representación de una época determinada. No existe para él “una” verdad histórica puesto que son los hombres los que hacen y escriben la Historia y la complejidad humana imposibilita la unicidad de una verdad histórica. De este modo, La Historia extraviada se integra en la corriente de la nueva novela histórica sudamericana que se asemeja a una “desconstrucción” de la historia europea, una politización de la novela histórica con el fin de construir unas nuevas definiciones de la libertad de pensar. Por el papel que el novelista atribuye a la memoria colectiva, al valor de los testimonios, al espacio como lenguaje, a la superposición de los tiempos, La Historia extraviada se conecta directamente con la filosofía sociológica de Maurice Halbwachs. Notas (1). F. Rivas, La Historia extraviada, Santiago, Mosquito, 1997. (2). La mémoire collective, París, Albin Michel, 1950. Se puede consultar
(3). F. Rivas Larraín, Apuntes sobre historia y narrativa. Hemos consultado la versión de los Archivos del CRLA:
(4). D. Liano, El misterio de San Andrés, México, Praxis, 1996. |
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