Tres modos de expectación: personajes femeninos y cine en Boquitas pintadas. Folletín
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La primera experiencia de Manuel Puig con el cine comienza en la sala de proyecciones de su pueblo natal, General Villegas. Allí, siendo un niño, asiste a un momento epifánico cuando su padre lo conduce a la cabina de proyecciones desde donde ve su primera película, The Bride of Frankenstein (La novia de Frankenstein, 1935),(1) protagonizada por Boris Karloff y Elsa Lanchester. Acompañado por su madre, Puig se convierte en un asistente habitual del Cine Teatro Español: “cuatro veces a la semana cine norteamericano, ocasionalmente algún film italiano o francés, los domingos películas nacionales”.(2) Desde entonces, sus filmes predilectos serán los del cine clásico de Hollywood; y su objeto de admiración, los rostros de las stars: Norma Shearer, Greta Garbo, Luise Rainer y Ginger Rogers, entre otras. En una entrevista publicada en Femirama, el escritor declara: “A esas estrellas las vi en la plenitud de su esplendor. Yo empecé a ir al cine en 1938, a los seis años, y a mi pueblo llegaban los films de Hollywood con tres años de atraso. Por lo tanto, he visto todo lo filmado a partir de 1935”.(3) La experiencia adquirida sentará las bases de un conocimiento firme en la materia y establecerá un campo de preferencias sostenido a través del tiempo. Yo no decidí pasar del cine a la novela. Estaba planeando una escena de guión en que la voz de una tía mía, en off, introducía la acción en el lavadero de una casa de pueblo. Esa voz tenía que abarcar no más de tres líneas de guión, pero siguió sin parar unas treinta páginas. No hubo modo de hacerla callar. Ella sólo tenía banalidades para contar; pero me pareció que la acumulación de las banalidades daba un significado especial a la exposición.(8) Como puede verse, el “accidente de las treinta páginas de banalidades” supone el hallazgo de una nueva práctica de escritura. Si los guiones resultaban “simples copias de viejos filmes de Hollywood”, en la narrativa, Puig descubre ventajas para desarrollar su capacidad creativa: “mayor espacio”, “acumulación de detalles” y “las posibilidades anecdóticas de [la] propia realidad”. En ese cambio de actitud, el cine no se relega sino que se acomoda en un entramado de citas, alusiones, encuentros y yuxtaposiciones. En tal sentido, Sergio Wolf ha notado que “para Puig el cine [es] una ‘zona imaginaria y mental’ que de modo lento y progresivo va encimándose sobre la ‘zona objetiva’, sobre la que conforma el mundo real de los personajes”.(9) Al analizar detenidamente algunos mecanismos puestos en juego en el proceso creativo que incluye esa superposición, veremos cómo Puig se esfuerza por evitar la copia de imágenes y, por el contario, las convoca a través de la reelaboración. 2. Los tesoros del coleccionista La figura del fetichista que Manuel Puig incluyó en La traición de Rita Hayworth a través de Toto —su alter ego— está matizada por un coleccionismo que va más allá de la reunión del objeto para transformarlo en un compendio de saberes. En un artículo escrito por Aída Bortnik, el mismo Puig recupera la imagen del cinéfilo precoz: “entre 1940, en que aprendí a leer, y 1945 compilé avisos y notas sobre filmes a estrenarse, fotos de los protagonistas, comentarios y críticas”.(10) Actualmente, su colección se materializa en tres conjuntos de objetos:
En Boquitas pintadas, el autor pone en escena cuadros que vivifican la experiencia de la expectación y del acontecimiento cinematográfico a través de los personajes femeninos centrales. En la novela, esas prácticas develan modos de comportamiento en la red social que se representa, pero también son huellas de una experiencia autoral cuya génesis parte de “la sala de cine” y se recupera en la escritura. 3.1. Jean Harlow: boquita pintada de rojo carmesí Jean Harlow fue una de las actrices de los años 30 que Puig idolatraba. La videoteca del autor conserva gran parte de su filmografía(15) y la biblioteca guarda un ejemplar de la biografía escrita por Irving Shulman, Harlow. An Intimate Biography (1964). Célebre como la “rubia platino”, sus curvas insinuantes, piel blanca y labios rojos contribuyeron a forjar la imagen de femme fatal. Si Marlene Dietrich fue el epítome de la sofisticación, Harlow fue la reina de lo común, una mezcla de picardía y sensualidad. En 1931, la actriz protagonizó Platinum Blonde, el filme de Frank Capra que la haría popular por su cabellera platinada. En Dinner at Eight (Cena a las ocho, 1933), el papel que interpreta como nueva rica se asemeja a otros donde se la ve elegante y sexy, pero vulgar, como en Red Dust (Tierra de pasión, 1932) o Bombshell (Polvorilla, 1933). Se trataba de una comedia lujosa, ambientada en escenarios que le encantaron: amplios salones con escalinatas de mármol negro y barrotes cromados, sillones de raso blanco, cortinados blancos de satén, alfombras de largo pelaje blanco, mesas y sillas con patas cromadas, por donde se desplaza una hermosa rubia neoyorquina, dactilógrafa, que seduce a su apuesto patrón y mediante trampas lo obliga a divorciarse de su distinguida esposa. Al final lo pierde pero encuentra a un viejo banquero que la pide en matrimonio y la lleva a París. En la última escena se ve a la dactilógrafa frente a su mansión parisiense bajando de un suntuoso automóvil blanco, con un perro danés blanco y envuelta en boa de livianas plumas blancas, no sin antes cambiar una mirada de complicidad con el chofer, un apuesto joven vestido con botas y uniforme negros (pp. 68-69). En ese fragmento, Puig elabora una película que condensa básicamente dos filmes protagonizados por Harlow: Red-Headed Woman (La mujer de los cabellos rojos, dir. Jack Conway, 1932) y Wife vs. Secretary (Entre esposa y secretaria, dir. Clarence Brown, 1936). Del primero extrae la historia: Harlow encarna —por única vez en su carrera— a la pelirroja, Lil “Red” Andrews, una secretaria ambiciosa que seduce a Bill, su jefe (protagonizado por Chester Morris). El hombre se divorcia de su esposa y se casa con “Red” pero ella le es infiel. A pesar de que Bill la abandona, “Red” concreta sus objetivos —económicos y sexuales— ya que logra conquistar a un viejo millonario y conservar a su chofer como amante (Charles Boyer). Al segundo filme le corresponde la composición del espacio art decó en el inicio del fragmento. Si bien algunos hilos de la intriga de Wife vs. Secretary se asemejan a Red-Headed Woman, Harlow ocupa un rol moralmente opuesto: interpreta a una secretaria neoyorquina, Whitey, quien mantiene una relación estrictamente profesional con Van, su jefe (Clark Gable). Linda (Mirna Loy) es la amada esposa que comienza a sentir celos hasta poner en riesgo su matrimonio, pero Harlow, lejos del modelo de “Red”, renuncia a la posibilidad de interferir en la pareja y, por el contrario, colabora para que la relación se mantenga intacta.
LA MUJER DE Aun cuando Mabel ve la película en 1937, Puig tiene presente el año de estreno del filme que cita. En la novela, esto se justifica con la misma razón por la cual el novelista veía películas con retraso en su pueblo: “Mabel observó los carteles de la película anunciada y notó que las modas eran de por lo menos tres años atrás, comprobó decepcionada que las películas norteamericanas tardaban en llegar a Vallejos” (p. 68). En la última escena se ve a la
En la segunda etapa de escritura, se añade el gentilicio: En la última escena se ve a la dactilógrafa frente a su mansión parisién bajando de un suntuoso automóvil blanco… (N.B.36.0451).(19) La reelaboración del escritor engalana la espectacularidad camp de una escena que redobla el “artificio y la exageración” de la imagen de película. De ese modo, Puig elige para su escena final un tono aún más ampuloso que el del filme dirigido por Jack Conway. Mabel pensó en la intimidad de la rica ex dactilógrafa con el chofer, en la posibilidad de que el chofer estuviera muy resfriado y decidieran amarse con pasión pero sin besos, el esfuerzo sobrehumano de no besarse, pueden acariciarse pero no besarse, abrasados toda la noche sin poder quitarse la idea de la cabeza, las ganas de besarse, la promesa de no besarse para impedir el contagio, noche a noche el mismo tormento y noche a noche cuando la pasión los arrebata sus figuras en la oscuridad resplandecen cromadas, el corazón cromado se agrieta y brota la sangre roja, se desborda y tiñe el raso blanco, el satén blanco, las plumas blancas: es cuando el metal cromado no contiene más la sangre impetuosa que las bocas se acercan y todas las noches se regalan el beso prohibido (p. 69). Una vez que llega a casa, Mabel recibe a su novio. Contracara de la pasión, Cecil es un amor conveniente. La joven lee revistas femeninas, se interesa por los perfumes y vestidos de moda. Mabel sabe que sólo Cecil puede costear esas mercancías. De modo semejante a la película, la joven se acomoda para obtener rédito económico y sexual. Pero Mabel no imita la película, sino que reconstruye su historia en términos cinematográficos; transpone su propia realidad en la imagen fílmica en función de aquello que la deslumbra: el chofer apasionado (Charles Boyer), la suntuosidad del espacio. Lo que Mabel encuentra en Hollywood es un modelo narrativo que le permite sublimar sus propias vivencias como si tuvieran glamour. La elección de Jean Harlow por parte del autor no deja de traslucir una mirada sutilmente irónica para con su personaje, ya que se trata, en definitiva, de la imagen de una chica "común" que sueña con la diva. Sin embargo, también aparecen otros modelos. 3.2. La marca Lamarque Cuando a Manuel Puig se le preguntaba por sus actrices argentinas favoritas, solía elegir a Mecha Ortiz, una artista que ingresaba en la misma categoría que las estrellas norteamericanas. Pero hay otras figuras, distantes de ese modelo, que también son recuperadas en su universo, como Libertad Lamarque, una de las primeras en integrar el star system latinoamericano hacia fines de los años 30. Ítalo Manzi, amigo de Puig, recuerda una anécdota que la tiene como protagonista: Mientras tomábamos sol en las afueras de Estocolmo, no sé porqué le comenté que en sueco “libertad” se decía frihet. Manuel exclamó: entonces Libertad Lamarque es Frihet Inseglet (a partir del Séptimo sello de Bergman [Det Sjunde Inseglet]; inseglet = el sello = la marca = Lamarque). Desde ese momento, la actriz fue para nosotros Frihet Inseglet, y nunca más la llamamos de otra manera. Manuel solía admirarla mucho, pero otras veces no la soportaba “por petisa y chusma”.(20) En el capítulo cinco de Boquitas pintadas, Rabadilla, la sirvienta, recuerda una película protagonizada por la actriz cuyo nombre aparece, sin embargo, elidido: Raba pensó en la película argentina que había visto el viernes anterior, con su actriz-cantante favorita, la historia de una sirvienta de pensión que se enamora de un pensionista estudiante de abogacía. ¿Cómo había logrado que él se enamorase de ella? La muchacha había sufrido mucho para conseguirlo y Raba se dio cuenta de algo muy importante: la muchacha nunca se había propuesto enamorarlo, él había empezado a quererla porque la veía buena y sacrificada, al extremo de pasar por madre del bebé de otra chica soltera, hija de la dueña de la pensión… (pp. 80-81). El argumento pertenece a uno de los filmes del cine argentino que el escritor consideraba entre los mejores,(21) La ley que olvidaron (1938), un melodrama(22) en el cual el personaje de Lamarque debe tolerar la condena del vecindario y de Alberto (el hombre al que ama) en defensa de la maternidad. La actriz encarna a María, una sirvienta de pensión que debe criar a una niña, fruto de la relación extramatrimonial de una pareja de clase media. María debe ocuparse del bebé hasta que los amantes puedan casarse “como la ley manda”. No obstante, una vez consumado el matrimonio, María se niega a entregar la criatura y es encarcelada. Ya recibido de abogado, Alberto logra liberarla pero no recupera a la niña, quien pronto cae enferma. Cuando María aparece, la pequeña sana y el joven se enamora de ella. Raba decidió que si alguien de otra clase social, superior, un día le proponía matrimonio ella no iba a ser tonta y rechazarlo, pero tampoco sería ella quien lo provocase. Además, había muchos muchachos buenos y trabajadores que le gustaban: Minguito el repartidor de pan, Aurelio el paisano, Pancho el albañil, Chiche el diariero (p. 181). A través de ese mismo episodio, Alberto Giordano ha advertido que los personajes de Puig creen en el amor como pasión sublime siempre que el sentimiento no afecte sus intereses reales. En tal sentido, Raba demuestra tener conciencia social, entiende que no puede concretar su amor con un hombre de clase acomodada, por eso evalúa sus opciones reales. Siguiendo a Giordano: “[Raba] no queda adherida (alienada) al imaginario melodramático: pasa por él, en un recorrido que va desde y hacia la realidad de sus intereses afectivos y sociales”.(26) … En el melodrama lo que origina el conflicto es alguna intervención del destino, como en Puerta cerrada, que L[ibertad] L[amarque] pierde todo en la vida porque un cartero entrega el telegrama a alguien que salía en ese momento de la casa de ella, que era tan buena (…) En el melodrama hay siempre esos golpes de la mala suerte. Y los reciben personas buenas. Las protagonistas de los melodramas son siempre mujeres buenas (p. 136). Es claro que para Puig el germen del melodrama cinematográfico se sitúa en lo que la crítica especializada ha dado en llamar la “coincidencia abusiva”: los personajes son movidos por intereses ajenos a los propios, son víctimas de un azar del destino.(28) Esa concepción del melodrama se extiende desde Boquitas pintadas hasta la escritura de “Un destino melodramático”. Si por un lado, es cierto que Rabadilla logra distanciarse del filme que ve, por otro, la construcción melodramática termina afectando el recorrido del personaje. Como madre soltera, abandonada y engañada por Pancho, se convertirá en una asesina que busca venganza por su criatura y por ella misma. El trayecto de Raba hace eco a las palabras finales de la maestra del relato. Cuando la niña pregunta qué se hace para escapar de un destino melodramático, la docente responde: “Nada, porque no depende de uno. Te cae y te electrocuta como un rayo…” (p. 137). 3.3. Hedy: la mujer más hermosa de las películas En la novena entrega de Boquitas pintadas se reproduce una carta donde Nené le relata a Mabel su luna de miel en Buenos Aires. Nené cuenta su recorrido desde Coronel Vallejos hasta el ingreso a la ciudad y se detiene en los lugares que visita: “el Cabildo, la Torre de los Ingleses, el rascacielos que está enfrente, la estación Retiro, el puerto…” (p. 140). Alojada en un hotel céntrico, se interesa por los espectáculos de la zona: “el lunes estaban de descanso las compañías y fuimos al cine” (p. 141). El relato prosigue con la experiencia de la película que ve junto a su marido: “preciosa, Argelia, con Charles Boyer y una chica nueva que no me acuerdo cómo se llama que es la mujer más divina que he visto en mi vida…” (p. 141). de paso me conocí el cine Ópera, que tanto me habías nombrado. Ay, tenías razón, qué lujo de no creer, al entrar me vi a los lados esos balcones de palacios a todo lujo, con plantas tan cuidadas y los vitrales de colores, y encima de la pantalla ese arco iris, me quedé muda, cuando mi marido me codea y me señala el techo… ahí ya por poco grito ¡las estrellas brillando y las nubes moviéndose que es un cielo de veras! La película era buena pero lo mismo yo de vez en cuando miraba para arriba, y los movimientos de nubes durante toda la función. Con razón cobran tan caro (p. 141). De estilo art decó, el cine teatro Ópera, inaugurado en 1936, fue un referente de la arquitectura renovadora de su época que priorizó el lujo de los grandes salones. El interior respondía a la moda del cine atmosférico, sustentada en la idea de que el espectador debía tener la sensación de estar al aire libre. A ese criterio responde, entre otros artificios, el decorado de noche estrellada que impacta a la joven de Vallejos. Es claro que a Nené, antes que lo fílmico, le interesa el acontecimiento cinematográfico como un acto social que simboliza el acceso a un espacio de encuentro con gente distinguida; un lugar lleno de lujos y adornos que evidencia su poder adquisitivo y el ascenso logrado en la escala social. 4. Tres espectadoras: Rabadilla-Nené-Mabel Jackie Stacey(30) ha estudiado las relaciones establecidas entre las stars y la audiencia femenina norteamericana de los años 30 y 40. Su trabajo se ocupa, especialmente, de los modos de identificación que relacionaron a la audiencia femenina con las figuras que admiraban. Por un lado, Stacey destaca aquellas formas de identificación basadas en las fantasías que la star despierta en el auditorio, por ejemplo, la devoción por la estrella, el deseo de parecerse a ella o la fascinación ante su personalidad. Por otro lado, Stacey menciona formas de identificación que involucran prácticas transformadoras, entre ellas, ciertos cambios físicos experimentados por las mujeres auditoras, como la reproducción del cabello de la actriz); la copia de la apariencia en el vestuario y el maquillaje; y la imitación de comportamientos o modos de moverse propios de la star. Tanto el texto como los pre-textos develan que el recurso principal al que acude el autor es la “reutilización” del material cinematográfico a los fines específicos de la narración. Puig aprovecha los contenidos que aportan sentidos significativos al relato y los ajusta al discurso literario; en este sentido, no copia, sino que adapta el material de acuerdo con sus requerimientos. Así, el escritor no se priva de introducir un trasfondo ausente en una escena de película, ni de condensar imágenes de distintos filmes. Evoca tanto a sus actrices favoritas (Harlow o Lamarr) como a aquellas otras con las que tiene una predilección relativa, pero lo hace en función de necesidades narrativas puras. N. B.: Este trabajo es un avance de nuestro proyecto de tesis doctoral dirigido por las doctoras Graciela Goldchluk y María Mercedes Rodríguez Temperley a quienes agradezco por sus constantes sugerencias. Asimismo, agradezco a Luis Ormaechea por el asesoramiento cinematográfico y a los integrantes de este número de Escritural por sus valiosas observaciones. Imágenes
Filmografía
Notas (1). Si bien Puig solía mencionar las películas en español, en este trabajo se ha optado por hacerlo en su lengua original. No obstante, entre paréntesis aclaramos los títulos en español correspondientes al momento de su estreno en la región del Río de la Plata. (2). M. Puig, apud. A. Bortnik, “Puig: Renace el folletín”, Señoras y señores, I, 3, 1969, p. 7. (3). M. Puig, apud. A. Garsar, “Conversación con Manuel Puig”, Femirama, IX, julio, 1971, p. 40. (4). M. Puig, Querida família: Tomo 1. Cartas europeas. (1956-1962). Compilación y notas de Graciela Goldchluk, Buenos Aires, Entropía, 2005, p. 33. (5). M. Puig, ibíd., p. 33. (6). En la carta del 15 de agosto de 1959, Puig relata: “Estoy muy contento porque escribir diálogos está dejando de ser para mí el cuco que era antes. No hay nada que hacer, todo requiere práctica, antes yo pretendía hacerlo de una sentada y era capaz de quedarme un día entero en una réplica. Ahora hago primero un diálogo provisorio que cubre toda la escena y luego otro día corrijo las réplicas que no me gustan, así resulta más ordenado y fácil. Si no encuentro nada para reemplazar una línea que no me gusta le hago una marquita y espero que la solución venga sola dos o tres días más tarde. La cuestión es que cuando me siento a escribir lo hago con gusto y se me vuelan las horas” (M. Puig, ibíd., p. 231). (7). M. Puig, Querida familia: Tomo 2. Cartas americanas. New York-Río (1963-1983). Compilación y notas de Graciela Goldchluk, Buenos Aires, Entropía, 2006, p. 24. (8). M. Puig, “Prólogo”, La cara del villano. Recuerdo de Tijuana, Barcelona, Seix Barral, 1985, p. 10. (9). S. Wolf, “La transposición: problemas generales y problemas específicos”, Cine y literatura. Ritos de pasaje, Bs. As., Paidós, 2001, p. 47. (10). M. Puig, apud. A. Bortnik, op. cit., p. 8. (11). Cfr. G. Goldchluk. “¿Dónde sucede la literatura? Libros, manuscritos y archivo en Manuel Puig y Mario Bellatín”, El hilo de la fábula, 7/8, S/F. (12). Para Pierre-Marc de Biasi, (“¿Qué es un borrador? El caso Flaubert: ensayo de tipología funcional de los documentos de génesis”, Genética textual, Madrid, Arco Libros, 2008, p. 126) el “ante-texto exploratorio” es “el proceso que, antes de toda decisión documentada de emprender el proyecto de redacción, constituye, para el escritor, una exploración informal de las ideas posibles”. Aunque el autor se refiere de modo muy específico al caso de los dossiers de génesis de Flaubert, consideramos que, entendida en los términos expuestos, esta fase bien podría representar el caso al que nos referimos. (13). En su listado de las películas presentes en Boquitas pintadas, Graciela Speranza incluye aquellas cuyo título se menciona explícitamente: 1. Romeo and Juliet (Romeo y Julieta, 1936); 2. Lancer Spy (El lancero espía, 1937); 3. Stage Door (Entre bastidores, 1937); 4. Tres argentinos en París (1938); 5. Marquis d’Eon der Spion der Pompadour (El secreto de la Pompadour, 1928); 6. La casta Susana (sin más datos); 7. Saratoga (1937); 8. You Can’t Have Everything (No se puede tener todo, 1937); 9. The Emperor’s Candlesticks (Los candelabros del emperador, 1937); y 10. Algiers (Argelia, 1938) (2000: 230-31). En nuestro trabajo veremos cómo este listado podría completarse con otras películas aludidas. (14). Cfr. J. Authier-Revuz. «Hétérogénéité(s) énonciative(s)», Langages, 19e année, Nº 73, 1984, pp. 98-111. (15). Las películas que se conservan son: Red Dust (Tierra de pasión, 1932), Hold Your Man (Tú eres mío, 1933), Dinner at Eight (Cena a las ocho, 1933), Bombshell (Polvorilla, 1933), China Seas (Mares de la China, 1935), Wife vs. Secretary (Entre esposa y secretaria, 1936), Suzy (1936), Riffraff (Flor de arrabal, 1936) y Saratoga (1937). (16). Todas las citas de la novela corresponden a la primera edición (1969). (17). Se citan los números de identificación que constan en el archivo digital preparado por Graciela Goldchluk y Mara Puig. Cfr. Archivo digital Puig. Digitalización del conjunto de los manuscritos de Manuel Puig. (18). M. Puig, op. cit, 2006, p. 26. (19). En la copia dactiloescrita que reproducimos en el pasaje Puig escribe “parisién”. Posteriormente, la palabra se corrige sobre el dactiloescrito original, donde el autor tacha el acento y agrega “se” transformando el adjetivo en “parisiense” (cfr. N.B.21.0268). (20). I. Manzi, “Los videos de Manuel”, Cuadernos Hispanoamericanos, 634, 2003, p. 42. (21). M. Puig, apud. A. Garsar, op. cit, p. 44. (22). Para Ricardo Manetti (“El melodrama, fuente de relatos”, Cine argentino. Industria y clasicismo. 1933/ 1956, vol. II, Bs. As., Fondo Nacional de las Artes, 2000, p. 197) el melodrama cinematográfico argentino sigue rigurosamente las cinco cualidades que se han destacado como propias del melodrama de Hollywood: 1. Comienza y acaba en un entorno de inocencia; 2. Se focaliza en la figura de la víctima-héroe y en el reconocimiento final de su virtud; 3. Lo domina el realismo, manipulando la pasión y la acción melodramáticas; 4. Sugiere una dialéctica entre pathos (pasión) y razón; y 5. Los personajes presentan roles psíquicos primarios en un conflicto maniqueo entre el bien y el mal. (23). Cfr. D. Paladino, “Libertad Lamarque, la reina de la lágrima”, Archivos de la Filmoteca, 31, febrero, 1999, pp. 60-75. (24). El subgénero melodrama de madre exacerba los efectos emotivos propios del género a través de una de las funciones sociales más relacionadas con lo femenino: la maternidad. Los melodramas de madre son escenarios de separación y dolor entre la madre y el hijo. Su sustrato se encuentra en las ideas de sacrificio y sufrimiento. A menudo, la madre debe sacrificarlo todo por el bienestar de su criatura al punto de tener que alejarse de su hijo. Cfr. Doane, Mary Ann. “The Moving Image: Pathos and Maternal”, The Desire to Desire. The Woman´s Film of the 1940’s, Indiana University Press, 1987, pp. 70-95. (25). P. Pérez Rubio, “El ‘melodrama latino’: carnalidad y visceralidad”, El cine melodramático, Barcelona, Paidós, 2004, p. 220. (26). A. Giordano. “Boquitas pintadas o los usos del imaginario sentimental”, La conversación infinita, Rosario, Beatriz Viterbo, 2001, p. 122. (27). Fue publicado por primera vez en 1996 por Julia Romero en el segundo número de la revista Orbis Tertius. Un año más tarde, en La literatura es una película, edición a la que corresponden las citas que se reproducen en nuestro trabajo. (28). Cfr. R. Manetti, op. cit. (29). Puig confirma estas preferencias cuando se refiere a los artistas favoritos de su niñez: “Entre las actrices prefería a las cálidas (la Garson y la Rogers) y entre los actores a los suaves (Tyrone Power y Robert Taylor)”. Cfr. Barranchini, “Manuel Puig en Sublime Obsesión”, Claudia, 1973, p. 101. (30). J. Stacey. “Feminine Fascinations: Forms of Identification in Star- Audience Relations”, Feminist Film Theory. A Reader. Sue Thornham (ed.). Nueva York, New York University Press, 1999, pp. 196-209. |
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