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Compromiso y resistencia en Todos los días un circo de Francisco Simón Rivas |
Cuarta novela del escritor, Todos los días un circo,(1) se singulariza no sólo por su título insólito y enigmático sino por la riqueza de su composición. Definirla equivaldría a reducirla ya que no se puede dar cuenta con un género único, preciso de sus varias naturalezas. En nuestro caso, hemos elegido abordarla y presentarla a través de la temática del compromiso y de la resistencia esperando de esta guisa disfrutar además de la oportunidad de esbozar otras pistas en la aproximación a esta obra. Tanto en su vida privada como en su narrativa, el autor, quien firma por primera vez un texto con su primer apellido, es familiar del compromiso y sufrió las consecuencias de sus posiciones políticas. Por citar tan solo un ejemplo literario, El informe Mancini(2) llevó el seudónimo de Francisco Simón al publicarse. Aquí, la fecha de publicación (1988), a finales de la dictadura pinochetista, y los ribetes ficcionales del texto permitieron a Francisco Rivas Simón asumir la autoría de la novela si bien rechazó recibir el Premio Municipal de Santiago, en 1989. Veremos que la resistencia se manifiesta en esta obra bajo diversas formas y desde distintos canales. En su estudio se pueden destacar dos niveles o dos ejes de interpretación que brindan al texto un alcance universalista. Todos los días un circo desdibuja un contexto de dictadura y de guerra civil en Chile. Se evidencia pues en la misma introducción la hibridez referencial de la obra que remite al régimen de Pinochet hasta las últimas páginas a la par que construye una ficción alrededor, no exenta de humor: Al inicio de la guerra civil en nuestro país, dos fuerzas se opusieron al general. Después de más de una década de dictadura y de varios años de Desobediencia Civil, un sector de las fuerzas armadas se subleva en Antofagasta, mil kilómetros al norte de Santiago y conforma lo que se llamó el Consejo Insurreccional. El país queda así dividido en dos. Simultáneamente surge un movimiento de guerrillas, rurales y urbanas comandadas por Jacinto González a quien se le conoce como el Vendedor de Globos Terráqueos (p. 9) El tratar de la dictadura de Pinochet constituye en sí un compromiso al describirse una vida cotidiana penosa, limitada por el toque de queda, las privaciones de toda índole. En primer lugar, la falta de comida, preocupación constante de los protagonistas como lo pone de realce la frecuente descripción del menú y la presencia de cartilla de racionamiento. A ello, se suman los cortes de electricidad, de gas que configuran un ambiente gris y frío dentro del país. La denuncia se evidencia más en las manifestaciones de un sistema autoritario basado en abusos y violencias. Como suele ocurrir en este tipo de régimen, se persigue a los intelectuales: “Tenemos un lugar muy especial para los señores profesores” (p. 363) indica un carcelero a Bernardo. Se falsean las comparecencias públicas del general: “Todo el público del general era pagado. Se pagaba al aplaudidor más que al simple espectador, al que llegaba con una pancarta…” (p. 388). Las fuerzas de seguridad como la policía secreta surgen a cada paso y detienen a los protagonistas para interrogarlos. Métodos más expeditivos como las torturas y las desapariciones se sugieren pudorosamente pero sin dejar lugar a dudas. Ahora bien la elección autorial no es la de la diatriba. Su crítica al régimen se matiza y se potencializa por la comicidad o más bien lo grotesco que tiñe buen número de situaciones. Por ejemplo, los jóvenes llaman “árbitros” a los policías por las credenciales que enseñan cuando se presentan a investigar. Dentro de la diégesis, las manifestaciones de resistencia y compromiso radican en las actuaciones de varios protagonistas que se pueden dividir en dos grupos, constituidos por los adultos y los niños o adolescentes. Los protagonistas adultos que presentan algún tipo de compromiso permanecen escasos. El padre del personaje principal, Bernardo, dejó el hogar familiar para alistarse en el ejército sublevado en el norte del país, tras la línea del Limarí, que por su trabajo de guerrilla debilita al régimen del General. El jefe de estos rebeldes, Jacinto González, apodado el Vendedor de Globos Terráqueos, aparece como figura lejana (excepto cuando pone a prueba a Bernardo) pero sirve de referencia nacional para la resistencia. Más cercano a los adolescentes, que son los actantes principales de la novela, el director del liceo descuella por su coraje al impedir que se despida a Bernardo, haciendo caso omiso de una notificación de la Municipalidad a este respecto y exponiéndose a la delación de la Juica, la profesora colaboracionista. Por fin, podemos ver en la figura del conservador del Archivo Nacional, Desiderio Flores, a un opositor circunstancial al régimen, cuando facilita la huida de Bernardo y su amigo Ventura, encañonados por la policía, e intrínsecamente por tener acceso a la Información, a la Historia, privilegio peligroso en una dictadura. Gracias a su puesto, lleva a cabo una recopilación, a través de las edades, de las muertes sospechosas, que dejan una herida en forma de zarpazo. Con tan sólo 15 años, los adolescentes de la novela copan el protagonismo actancial. Verdaderos huérfanos como Ventura y Valentina o de hecho como Bernardo y Manola ya que sus padres aparecen ocasionalmente, los protagonistas jóvenes se desenvuelven por sí solos y dan muestras de una madurez descomunal. Sea en los quehaceres cotidianos (Ventura y su hermana llevan una tienda de ultramarinos fuera de los horarios de liceo), sea en la táctica de lucha antipinochetista de Bernardo que discute las elecciones ideológicas de su padre y del Vendedor de Globos Terráqueos, sin embargo avezados en el tema: En eso estaba, estuve en desacuerdo con el forzudo y con mi padre. Era más simple y con seguridad más efectivo luchar aquí, en Santiago, contra el general. Pero los hombres de la generación de mi padre estaban contaminados por un romanticismo que le habría provocado una crisis convulsiva al Che. Porque con una lectura más cuidadosa de los manuales tupamaros habrían llegado a la misma conclusión que yo. Pero igual llenaron sus mochilas con latas de conservas y café en polvo y se largaron al Limarí (p. 98). Estos personajes resisten de distintos modos y a distintos niveles frente a la opresión ambiental. Simbólicamente, la hermana menor de Bernardo, la Manola, amén de confundir con sus preguntas a los policías que se presentan en casa, opone resistencia diaria a la sopa que tienen que comer fría debido a la falta de gas. Por más que la llaman audazmente gazpacho, la niña rechaza junto con la frialdad de la sopa la situación que lleva a este sinsabor. No se conforma con la dictadura: “…la rebeldía perpetua de Manuela a tomar su gazpacho… de alguna forma, mantenía viva la esperanza de un final feliz y del regreso de mi padre” (p. 14). Por el estilo, se puede considerar el amor entre Bernardo y Valentina como un empeño vital en llevar la contraria no sólo a sus hermanos, celosos en un primer tiempo, sino a una época negra. El amor como resistencia al tedio, a la fealdad de un régimen. Más concretamente, los adolescentes no dejan de buscar medios de mejorar su vida cotidiana. No se rinden ante las estrecheces: roban comida o zapatos para regalar, toman dinero prestado par ir al circo y atender a la novia con decoro. Allende estas actitudes rebeldes, una confrontación con las fuerzas de seguridad tiene lugar en varias ocasiones; Bernardo desafía a árbitros, siendo contestón y provocador. Hasta llega a golpear a uno. Pero su compromiso crece con el de sus compañeros Ventura y Margozzi ya que terminan por participar en las microbrigadas del Vendedor de Globos Terráqueos. Bernardo incluso corre el riesgo de desacreditarse ante el jefe de los rebeldes al ayudar a la Juventud Socialista, al lado de los mellizos Antúnez, como a las brigadas del Flaco Cabezas. Por fin, él y sus amigos siguen adelante con las investigaciones acerca de las muertes misteriosas ocurridas recientemente que presentan semejanzas curiosas con otras muertes a través de las edades. Pesquisas que les enfrentan también a los servicios de información del General. Acabamos de ver las distintas formas de resistencia ejercidas por los protagonistas tradicionales del relato. Ahora bien, queda por estudiar el papel de lo que resulta constituir un protagonista en sí: el circo. La presencia del término en el título de la obra y la ilustración de la portada forman de entrada indicios de su relevancia, tanto como la primera alusión, al terminar la introducción: “Eso es parte de esta historia, como es parte de esta historia el circo que una tarde levantó su carpa en una esquina, en la esquina de una plaza en el barrio de Ñuñoa, hasta donde llegó Bernardo huyendo…” (p. 10) En efecto, el circo y los que lo componen van a estar siempre presentes en la diégesis a la vez que en la vida de los adolescentes. Antes de analizar la peculiaridad actancial del circo en esta novela, cabe señalar que este lugar itinerante vehicula una suma de connotaciones para cada cual. No por casualidad fue fuente de inspiración de artistas como Pablo Picasso o Max Ophuls, por ejemplo. Forma un lugar aparte, una clase de ‘no mans land’, no está inserto ni en un lugar ni en una época. De ahí su carácter inasible y por ende subversivo. Los saltimbanquis que lo animan se permiten libertades, sobre todo los payasos. La risa que provocan se acerca a la del Carnaval como constata Mikhail Bakhtine:(3) “Muchas formas antiguas [del Carnaval] han perdido su origen popular y han abandonado la plaza pública[…] Otras, sin embargo, se conservan, viven y se renuevan en la comicidad de feria y en el circo” (p. 179). El teórico ruso recuerda las raíces de la risa carnavalesca para definirla a continuación: La misma risa del carnaval es profundamente ambivalente. Desde el punto de vista genético, se relaciona con las formas más antiguas de la risa ritual. Esta se dirigía hacia lo alto: se burlaban, se mofaban del sol (divinidad superior) y de otros dioses así como del poder terrestre soberano, para obligarlos a renovarse. […] la risa carnavalesca también se dirige hacia lo superior, hacia la “mutación” de los poderes y de las verdades, de los órdenes establecidos. […] En el acto de la risa carnavalesca se unen la muerte y el renacer, la negación [la mofa] y la afirmación [la alegría]. Es una risa profundamente universal, cosmogónica (pp. 174-5). Por lo tanto, el protagonismo del circo en la novela conlleva todo este inconsciente colectivo y permite acceder a niveles simbólicos que veremos en adelante. El circo es por otra parte el receptáculo de los amores de Bernardo y Valentina. Bilardo les facilita hacer el amor en varios carros. Es pues lugar de libertad y asilo para los protagonistas. A menudo, Bernardo reza lo que le dijo Bilardo: “Según Bilardo, el circo siempre había sido un lugar seguro… hasta que deja de serlo”. Para Bernardo, el circo es cómplice y adyuvante en su existencia de entonces. Allí se refugia constantemente. Así el circo también resiste a la dictadura por sus rasgos intrínsecos: divierte del tedio impuesto por el régimen y esta diversión que ofrece encierra ambivalencia en la semántica: divierte o distrae la atención del enemigo. Tan sólo por los colores de la carpa y de los trajes, el circo se opone a la opacidad gris que reina en Santiago. De la misma manera, la música alegre, los aplausos, perturban el silencio impuesto por el general. Es la oposición vida/ muerte que se establece. El circo como contrapunto de la dictadura, resiste, provoca en sí. Queda otra función del circo dentro de la obra, que completa su compromiso hacia Bernardo, en un primer tiempo. Las estancias en el circo son motivo de transmisión de la memoria a través de largos relatos documentados acerca de famosos artistas circenses de los últimos siglos. Estas historias que se insertan dentro del presente de la narración pueden servir de cuentos para niños por su tónica pintoresca y estrafalaria. Sacan a los jóvenes de la realidad difícil que viven, permiten esta huida y aleccionan de alguna forma mediante su desenlace. Pueden considerarse como formadoras. Lo que es más, es que transmiten informaciones que permiten a Bernardo entender mejor el presente avanzando en sus investigaciones sobre muertes misteriosas. Es el circo y el encuentro con el conservador del Archivo que también es allegado del circo el que permite resolver el enigma que constituye el hilo conductor de la novela. Estas muertes que vacían el cuerpo de su sangre e imprimen una herida como una garra no son obra de una secta franciscana, como algunos pensaban. Son como un suicidio interior de seres quienes no superan el intolerable sufrimiento moral o físico que sufren. Este fenómeno resulta llamarse Morbus Justus.(4) Bernardo termina por entender el papel de los dos hombres que le ayudaron a descubrir este secreto al final: “Cuando pudimos ver de nuevo ya no estaba Bilardo ni Desiderio Flores, el anciano amigo del Archivo. Con seguridad ellos ya buscaban otro punto de la historia para iniciar otro ciclo de advertencias e información” (p. 405). El circo es dotado así de poderes sobrenaturales que se expresan al final del relato. Detenta conocimientos por razones inexplicadas. Los artistas saben pero no hacen comentarios y dejan a Bernardo enterarse por sí mismo. Sólo lo acompañan en su camino iniciático. Se sitúa fuera del tiempo humano. En fin, el circo reúne los dos niveles de la diégesis en un acto final. Estos niveles son la trama del presente de Bernardo, interrumpida por la vuelta al pasado mediante la inserción de las historias circenses como antes lo había sido por historias narradas por el director del liceo. El circo constituye entonces el enlace entre el presente narrativo y el pasado cuyas historias difunde. Organiza una función extraordinaria a la que todos van a ir incluyendo al general. La gala nunca vista que enarbola el circo durante esta función y la presencia de grandes artistas que deberían de ser muy mayores inscribe el circo fuera de la normalidad y deja entender su misión simbólica: la de liberar a Chile de su verdugo. Por eso, la provocación hacia el poder que percibe el general al asistir a las hazañas inexplicadas de seres libres y distintos como los artistas del circo le consume por dentro y muere por Morbus Justus, la extraña muerte sobre la que investigaba Bernardo, frente a los diez artistas, sentados como un tribunal. El colofón de la función y de la novela resulta ser entonces la desaparición o eliminación del dictador por su propio organismo: El general tampoco se movía, recostado sobre la barandilla de bronce. Una gran caverna violácea le ahuecaba la espalda, tenía la piel transparente y ni una sola gota de su sangre ensuciaba el aserrín del piso. El general también estaba absolutamente muerto. (p. 406) Con este desenlace inesperado de una Historia soñada, se justifica el protagonismo y el compromiso del circo, no solamente en el Chile descrito, sino universal e intemporalmente como lo puede reflejar una de las interpretaciones del título de la novela. Todos los días está presente un circo para ayudar a la Humanidad. Además de ser un himno al circo, la obra abarca un testimonio ficcionalizado sobre la dictadura chilena y un viaje mágico por los continentes y las épocas. Notas (1). F. Rivas, Todos los días un circo, Santiago de Chile, Planeta, Biblioteca del Sur, 1988. (2). F. Rivas, El informe Mancini, Botogá, Plaza y Janés, 1982. (3). M. Bakhtine, La poétique de Dostoievski, París, Seuil, 1970, p. 179. (4). Otras patologías vinculadas con la muerte de personajes históricos vienen presentadas en Historias de la periferia del mismo Francis Rivas. |
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