Alegoría de la descomposición en El banquete de Francisco Rivas


Jorge Cid


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“El banquete”, al que Francisco Rivas nos invita, es un relato que describe escenas donde priman referencias a tratamientos de mucho regalo y refinamiento respondiendo a lo que podríamos llamar un gesto sibarita. Sin desmedro de lo anterior, “El banquete”, representa también un cuestionamiento acerca de las reales cualidades de la voluptuosidad y de los plazos que impone su evanescencia. Rivas ahonda en la virtualidad de lo sensorialmente seductor, sin dejar de recordarnos la fecha de su caducidad.

“El banquete”, nos incita a la reflexión sobre la dinámica de la descomposición entendida como un proceso que distorsiona el orden de unos cuerpos y/o elementos dispuestos con un fin determinado. En consideración de lo anterior, nuestro trabajo entenderá la descomposición como “un procedimiento analítico, que por medio de la desintegración permite ver los elementos constitutivos y hacer un diagnóstico del organismo analizado”.(1)

Creemos, que este relato propicia, en primera instancia, la narración detallada de la anécdota como estrategia tensional y esteticista con el fin de acentuar el declive hacia una escena final de descomposición. Pensamos, que “El banquete” se construye a través de un marco referencial fundado en estética preciosista, sin temor al recargamiento, con el fin de acentuar la entrada del grotesco al término de la narración. Intentaremos demostrar cómo “El banquete”, mediante un descenso progresivo de los valores estéticos establecidos al comienzo, promueve la reflexión acerca del “malestar de lo que somos”, la discontinuidad inherente al ser humano y la vulnerabilidad del hombre frente a los elementos.

¿Qué es, entonces, aquello que se descompone, se desordena, se desbarata en este relato? Y ¿cuál es el diagnóstico que podemos hacer del análisis de las partes que componen este cuerpo sibarita? Son las dos preguntas que guiarán nuestra reflexión durante el presente estudio que considera, en primer lugar, la descripción y análisis del relato para, posteriormente, realizar un diagnóstico de los ejes simbólicos del mismo.

1. Se trata de un cuento breve en el que se describe la preparación de un “banquete” por parte de cuatro empleados dirigidos por M. Homard. Este banquete se prepara para invitados que, como corroboramos al final del relato, nunca llegan.  Durante el cuento, son presentados con “lujo de detalles” objetos, ingredientes y técnicas que connotan buen gusto y prestigio. Es de este modo, como vemos aparecer en el marco de los preparativos del salón dispuesto para la recepción “los guantes de Cambray”,(2) “las copas de  vidrio y cristal de Montbéliard”, “el mantel de fina Holanda”, entre otros. En la cocina, donde se prepara la cena, vemos desfilar “el filete de jabato”, “la pasta trufada”, el “perfumado paté”, “la sopa de erizos con sus hierbas esenciales”, “la pasta de almendras” y “el café mezcla de granos colombianos y peruanos”, entre otros. A esto, se suma copioso el licor, cuya variedad asombra: “Champagne Louis Roderer Christal Brut”, más botellas de “Musigny”, de “Chateau La Fleur”, de “Chateau Gillete a once grados extraído de la cava menor”, “Cognac X.O. de Courvoisier”, “Brandy Cardenal Mendoza”, mientras que para finalizar la cena con el mejor tabaco se reserva una “caja de Cohibas o Romeo y Julieta de catorce gramos provenientes de la Habana u otra con los Davidoff Aniversario de la República Dominicana”.

Pero el relato no se limita a una enumeración de elementos, sino que también describe, de manera más detallada, procedimientos de preparación en los que se hace gala de conocimiento gastronómico. A modo de ejemplo, podemos citar: “Ordenó que dejara respirar los vinos por lo menos noventa minutos bajo la magnolia del jardín”; del mismo modo encontramos: “había hecho amasar delicados discos con harina de germen de trigo que se tostaban y endurecían a fuego bajo en el horno de leña.”; y más adelante  leemos: “Ya sofrita en grasa de ternera se doraba el filete deshuesado del jabato, adobado con la salsa de las moras, las frambuesas y los arándanos”. Se incluyen además comentarios que parecen pretender el traspaso de ciertas máximas culinarias como, por ejemplo, “Porque la consistencia y el aroma se lograban en paz. Gracias al calor que irradia, desde el centro de su base, una olla de madera de canelo que, para esos menesteres, se usa una sola vez.”; o cuando comenta a propósito de la champagne “Fresco, pero no en exceso. Champaña escarchada, champaña malograda.”; para más tarde agregar acerca del maridaje: “De ese modo, aquel vino blanco permitiría apreciar de mejor forma la cremosa consistencia del paté y la contradictoria dulzura de la trufa.”

La inclusión de estos comentarios dota al relato de una cierta exquisitez determinada por la construcción de un marco referencial gourmet, es decir, un marco de conocimiento y aprecio por la calidad, el refinamiento de la buena mesa y los alimentos prolijamente elaborados.

De esta forma, se construye un ambiente donde prima una descripción meticulosa que remite al lector hacia un campo de percepción preciosista en el que el cuerpo humano existe en tanto detentor de un oficio, ejecutor de un savoir-faire y productor de una manufactura preciosa.

2. Es posible distinguir en “El banquete” tres etapas, determinadas cada una de ellas por la convergencia de dos factores, a saber, la “descomposición de la materia” y la “descomposición interior o emotiva”. Estos factores se manifiestan de manera progresiva durante el relato tal como intentaremos ilustrar a continuación.

Durante la primera parte de “El banquete” se describe, como ya hemos dicho, la exhaustiva preparación de una cena en la cual intervienen sirvientes que no manifiestan emociones. La narración exalta las cualidades de la materia elaborada, todo esplende, los alimentos se complementan con exquisita mantelería y vajilla potenciando la índole refinada del convite.

En este momento del agasajo, el eje de la descomposición existe sólo como posibilidad, se encuentra en un estado de latencia determinado por el estatus de “plena realización” del que gozan los elementos descritos.

Por su parte, los sirvientes, sólo son aludidos en la medida en que sus cuerpos ejecutan acciones dirigidas a labores de preparación del banquete, sin registrarse manifestaciones emocionales ostensibles, por lo tanto la “descomposición interior o emocional” es, por el momento, sólo potencial.

La segunda parte del relato describe el comienzo de la descomposición material mediante el retrato de la corrupción de los alimentos a causa de la no llegada de los convidados,corrupción que podemos constatar mediante los siguientes indicadores presentes en el relato: “Alfred no necesitó comunicar a sus colegas lo que estaba sucediendo. El olor de la carne achicharrada es penetrante y perdura en la cocina.”; “Miró después el Chateau La Fleur y descubrió, en su nivel, las burbujas del desbrave.”; “M. Homard, con una cucharilla de alabastro, en una acción reiterada e ineficaz, adosaba su cabeza al ganso de paté que se desmoronaba.”; “las anaranjadas lenguas de los erizos sobrenadaban el caldo como peces marchitos.”

Del mismo modo, se aprecia el comienzo de la descomposición interior o emocional en el momento en que los sirvientes comienzan a realizar actividades que no están directamente ligadas a la preparación del banquete y que denotan un acceso de incertidumbre: “Rufino y Sebastián se habían sentado en los pisos de palo de rosa de la cocina. M. Homard vagabundeaba por el salón como un sonámbulo y Alfred y Miñón hablaban en voz baja, como asistiendo a un funeral.”

La tercera parte del relato, considera la prolija descripción de lo que consideramos la descomposición material general causada en la residencia por una tormenta de viento y nieve. Es así que leemos: “Rufino aguzó el oído cuando oyó que el cierzo arrancaba las primeras tejas.”; “El granizo no tardó en quebrar los vidrios de los ventanales y penetrar a raudales en la mansión.”; “El abeto muerto, cercano a la glorieta, fue alcanzado en su base por un rayo. Y hundió el techo de la casa con el peso de un elefante”; “Sebastián siguió el camino de Miñón y Rufino pocos segundos antes de que se cayera la pared norte del palacio, aquella que daba el fondo al gran salón del comedor. Sin el apoyo del arbotante que sostenía a la chimenea, perdiendo su sustentación, se vino abajo arrastrando consigo, también, el cielo y su elaborado alfarje.” Esta “repentina llegada” de tormenta, que ironiza con la infructuosa espera de los comensales, constituye el marco que esta historia le otorga a su descomposición simbólica delineada por la aparición en escena de una rata que “tenía la cola negra y estaba crecida como un conejo. Llevaba una presa calcinada del jabato prendida en el hocico y la seguían las quince crías de su camada.”

El inesperado final del banquete, al que hubiéramos augurado el mayor éxito considerando el cuidado inicial de sus preparativos, nos llama particularmente la atención por dos elementos que parecen quebrar una cadena referencial conectada con lo alto, lo mejor, lo selecto. Se trata del cuerpo yerto de M. Homard en medio del destrozo y de la presencia de la rata oportunista que emerge como símbolo grotesco en medio de la corrupción de la armonía esteticista que en un comienzo del relato advertíamos.

La descomposición interna o emotiva en esta tercera y última parte del relato corresponde al sentimiento de terror experimentado por los cuatro sirvientes frente a la destrucción de la residencia, hecho que provoca su escape despavorido. El aborto de la misión, el fin abrupto de los preparativos del banquete, condiciona la reacción de M. Homard quien se entrega “inmóvil, a la intemperie” haciendo caso omiso a las advertencias de los demás sirvientes que le incitaban a escapar antes de que la destrucción de palacio acabara también con él.

3. “El banquete” de Francisco Rivas, representa un eje declinante de los valores estéticos prestigiados por el canon de la belleza occidental, un cuestionamiento al verdadero valor du néant élégant des choses como diría Cioran. Este relato sigue el curso de un vector que declina desde la inicial promoción de la estética sibarita (que, como sabemos, es la predilección por  tratamientos de mucho regalo y refinamiento) hasta la escena final presidida por la rata oportunista del grotesco. Esta recta descendente, constata en su trayecto más de un asunto trascendente escondido, certeramente, en metáforas que se desvisten ante el ojo lector al mismo tiempo que la descomposición causa estragos en la augusta apariencia del banquete.

La primera parte del relato simboliza la seducción que opera en el hombre la manifestación concreta de la frivolidad y el vicio de la rutilancia, exaltación de la superficie, como vía de escape a las preocupaciones trascendentes del individuo. Esta fascinación por la apariencia ha funcionado, lo sabemos, como un placebo que logra la ilusión de satisfacción impidiendo al hombre fijar la vista en el permanente malestar experimentado ante la constatación de su naturaleza falible, limitada, mortal. En esto, recordamos nuevamente a Cioran quien consideraba que “la frivolité est l’antidote le plus efficace au mal d’être ce qu’on est: par elle nous abusons le monde et disimulons l’inconvence de nos profondeurs”.(3)

La segunda parte, simboliza la soledad según constata el procedimiento anafórico a través del relato: “Sólo faltaba la llegada de los comensales.”; “Pero los comensales no llegaban.”; “Y nada se sabía de los comensales.”; “esperando aún a los comensales”. Para insistir más tarde en la misma idea mediante juego metonímico: “Pero no se oían aún las campanillas del trineo”; “Más se impregnaría con el jazmín si nadie lo bebía hoy”. Esta enumeración simbólica nos remite, siguiendo a nuestro apreciado Georges Bataille, a la comprensión del hombre como ser discontinuo, un cuerpo cuya diferencia fundamental e inexpugnable con los demás seres lo condena a la soledad esencial de nacer y morir, la diferencia primera de que sólo “uno” nace y sólo “uno” muere.

Ante la visión del banquete ya preparado, malográndose huacho de apetitos, y la corrupción de sus platillos ante una espera que deviene ausencia, recordamos el poema de Luis Antonio de Villena “Esa querida atmósfera de tango hacia las tres” en que un mozo acompaña hasta la calle al cliente ya cansado para decirle con gesto ampuloso y abriéndole la puerta de salida, “Hasta mañana, la soledad está servida”.(4)

La tercera parte y final del cuento retrata, en un plano general, la destrucción de la casa señorial a causa de un súbito levantamiento de los elementos. Vemos la corrupción del espacio interior a causa del destrozo y la entrada de la nieve, el viento, la caída del alfarje, el escape de la servidumbre y la caída de M. Homard al que suponemos muerto. La ruptura del continuum esteticista del relato, simbolizada por la descomposición material, constituye un tótem de la memoria y la muerte, el memento mori, hito que recuerda al individuo suspendido en la embriaguez de los sentidos, su naturaleza mortal aludida, en este caso, por medio del poderío de la naturaleza y el rigor del infortunio.

Constituye, entonces, este banquete un recorrido que mediante la imbricación de símbolos alegoriza la descomposición material y la descomposición interna o emocional en el marco de una escena “sibarita” provocada por la magia destructiva de la ausencia. Comprobación, quizás, de que en la mesa servida en vano sólo la muerte puede ser comensal.











Notas


(1). M. Contreras, Griselda Gambaro, Teatro de la Des-composición, Universidad de Concepción, Chile, 1994.

(2). Todas las citas han sido extraídas de un ejemplar manuscrito de “El banquete” perteneciente al Fondo Francisco Rivas Larraín. Hay una edición impresa: El banquete, Santiago de Chile, Pehuén, 1993.

(3). E. Cioran, Précis de décomposition,París, Éditions Gallimard, 1949.

(4). L. A. de Villena, Huir del Invierno, Madrid, Hiperión, 1981.