Estilística y política del conflicto en la génesis escrituraria de textos colectivos: la “Introducción” de los Documentos finales de Medellín (1968)


Juan Eduardo Bonnin

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♦ 1. En las fronteras de la crítica genética: el discurso de producción colectiva
♦ 2. La génesis del conflicto: el Concilio Vaticano II y la II CELAM de Medellín
♦ 3. Los borradores y los lugares de inscripción del conflicto
♦ 4. Conclusiones: voces en conflicto y legibilidad institucional




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1. En las fronteras de la crítica genética: el discurso de producción colectiva

Las primeras investigaciones en el campo de la crítica genética se interrogaron por los procesos individuales de escritura de grandes obras literarias por grandes autores. Incluso las primeras conceptualizaciones al respecto, por parte de Jean Bellemin-Nöel,(1) fueron de carácter psicoanalítico, buscando sondear el inconsciente textual en un sentido solidario a las preguntas que, desde la filosofía, se hacía Jacques Derrida.(2) Al mismo tiempo, en el mismo entorno francófono, el naciente análisis del discurso articulaba marxismo, psicoanálisis y lingüística para abordar textos de carácter histórico y político.(3) A pesar de la existencia de colaboraciones tempranas entre eminentes representantes de ambos grupos,(4) no se produciría una imbricación más profunda hasta los años 2000, cuando se verificaría un fluido y provechoso cruce de perspectivas entre la crítica genética y el análisis del discurso, tanto en los corpora analizados(5) como en las perspectivas adoptadas.(6)

Ahora bien, aunque la crítica genética ha superado las barreras que la separaban de los corpora no literarios y del análisis lingüístico, ha permanecido fiel al análisis de textos de producción individual. En tal sentido, y en un arco que va de la consideración del sujeto como fuente de pasiones y pulsiones a su inscripción como una simple función de una estructura de sujetamiento ideológico, siempre es el individuo la frontera empírica que delimita la constitución del dossier genético. Es en estos confines, entre la autoría y la subjetividad, donde nos situamos para el abordaje de un tipo de materiales que, consideramos, es novedoso: el discurso de producción colectiva.

Más allá de la ambigüedad acarreada por términos como “discurso colectivo” o “locutor colectivo,(7) los textos cuya producción se encuentra compartida por diversos individuos poseen una dinámica propia. El análisis del proceso de escritura agenciada por múltiples sujetos permite observar la manera en que el discurso colectivo contribuye a la constitución del grupo y dota de sentidos propios a esa identidad, que no es, entonces, ni la mera sumatoria de individuos heterogéneos ni el reflejo de una homogeneidad compartida. De hecho, en nuestros trabajos hemos enfocado especialmente el aspecto conflictivo de este proceso. En particular, los discursos político-religiosos —especialmente los de mayor nivel jerárquico— se caracterizan por el enfrentamiento entre sectores que, bajo la promesa de “unidad en la diversidad”, luchan por hacer de su propia voz la voz de la institución.

De este modo se desarrolla, por una parte, el proceso interpersonal de lucha entre los hablantes por la fijación de un texto (es decir, el conflicto y la negociación entre los sujetos empíricos de la escritura) y, por otra, la construcción de un sujeto institucional que se presenta como aparentemente homogéneo y autor de los textos así construidos. En consecuencia, el discurso colectivo emerge simultáneamente como: a) una forma de relación intersubjetiva, relación social que no es exclusiva ni principalmente lingüística que involucra a los sujetos tanto como entidades psico-físicas individuales como a partir de las condiciones socio-históricas específicas que los constituyen en sujetos sociales (p.e. relaciones de poder, diferencias ideológicas, etc.); b) un funcionamiento transubjetivo que atraviesa y constituye a este colectivo en sujeto institucional, un efecto-sujeto que asegura jurídicamente la homogeneidad y la identidad del autor institucional consigo mismo, olvidando —u ocultando, o desplazando— la heterogeneidad y la diferencia constitutivas de la escritura empírica del texto.

Esto nos habilita a dos direcciones interpretativas —y sus respectivos derroteros metodológicos— con respecto al discurso colectivo: por un lado, la que se interesa por el funcionamiento transubjetivo, que se interroga por el texto publicado y su inserción en la semiosis social; por el otro, la que se interroga por las relaciones intersubjetivas entre los individuos empíricos de la escritura, sus conflictos, negociaciones y alianzas.(8) La crítica genética nos permite, en este contexto, observar los intersticios en los que dicha constitución no es homogénea sino discontinua, donde las operaciones de escritura y re-escritura responden a motivaciones diversas, en un arco que puede ir desde la preferencia estilística hasta la oposición ideológica. En definitiva, si el análisis del texto colectivo nos permite observar el máximo consenso alcanzado por un grupo, el examen de su génesis nos permite dar cuenta de sus disensos y de los límites de la unidad así construida.(9)


2. La génesis del conflicto: el Concilio Vaticano II y la II CELAM de Medellín

Los Documentos finales de Medellín (DFM) llevaron al ámbito latinoamericano gran parte de las diferencias y tensiones surgidas en torno al Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Su convocatoria, en enero de 1959 por el papa Juan XXIII (1959-1963), produjo cierta sorpresa en diversos círculos del catolicismo vernáculo. Aunque hubo de ser culminado por Paulo VI, su sucesor desde 1963, su impacto renovador fue bienvenido por grupos confesionales y no confesionales que vieron en sus dieciséis documentos una “apertura” de la iglesia al mundo moderno.

Calificado habitualmente de concilio pastoral —por oposición a dogmático— en él se institucionalizó una serie de cambios y corrientes de renovación cuyos antecedentes se pueden rastrear hasta finales del siglo XIX. É. Poulat(10) ha denominado “catolicismo integral” esta nueva estrategia de un movimiento religioso que ya no rehúye ni reacciona a la modernidad industrial sino que se propone introducirse en ella de lleno para transformarla. Frente a la crisis del imaginario liberal de los años veinte, América Latina se convirtió rápidamente en terreno fértil para el desarrollo de este catolicismo integral que, de la mano de los elencos militares, tomaba posiciones de poder político y económico en todo el Continente.

El desarrollo de este movimiento exigió inicialmente una gran autonomía del clero y del laicado, que intervinieron de manera activa en las diversas esferas de la vida moderna: sindicatos, universidades, empresas, partidos políticos. La creciente multiplicidad de ámbitos de acción para el laicado y el clero, aunque en un principio respondió a las autoridades centrales, no tardaría en entrar en conflicto con ellas. En efecto, ese “catolicismo moderno” se comprometió fuertemente con movimientos ideológicos y políticos que tensionaban al máximo los límites de tolerancia institucional. Como consecuencia, tanto por izquierda como por derecha, los diversos sectores del catolicismo “legítimo” debieron realizar acrobacias hermenéuticas para justificar sus prácticas y creencias a la luz de los documentos del Concilio.(11)

En este marco de crecientes tensiones, la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) fue celebrada en 1968 en Medellín, Colombia, bajo el lema “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio”. Participando del interdiscurso de la época, y con una fuerte presencia de sectores contestatarios en aquel entonces emergentes en el catolicismo, se propuso abordar temas que iban desde la renovación de la liturgia hasta la participación obrera en la gestión de las empresas. Los eslóganes de liberación, anticolonialismo y denuncia de la pobreza y la miseria eran, en el marco del catolicismo integral, ampliamente aceptados y compartidos por los obispos y representantes del clero y el laicado reunidos en Medellín. Sin embargo, un análisis más detallado permitía observar sensibles diferencias en el sentido atribuido a cada uno de estos elementos.(12) Así, “liberación” podía significar “revolución socialista”, pero también podía interpretarse como “liberación espiritual”; “pobreza de la Iglesia” podía entenderse como “Iglesia inserta en el mundo de los pobres” o como “Iglesia humilde”; el “antiimperialismo” podía interpretarse como reafirmación de la “Patria Grande” o de los nacionalismos. El mismo “latinoamericanismo”, y la reivindicación de una identidad latinoamericana, daba lugar a interpretaciones disímiles que iban desde la reacción hispanófila hasta el indigenismo romántico, pasando por el internacionalismo comunista; en todos los casos, sin embargo, la relevancia de la religión y su rol emancipatorio se encontraban vinculados a los mismos discursos sobre la originalidad latinoamericana y la liberación regional. Sin embargo, y a excepción de algunos casos claramente reaccionarios,(13) la II CELAM de Medellín fue percibida como un giro “de avanzada”, e incluso “de izquierda”, de la jerarquía eclesiástica latinoamericana. Sus Documentos finales se detienen en los procesos sociales y políticos del capitalismo y el imperialismo en el sub-continente y en la necesidad de apoyar los movimientos de liberación. Estos textos fueron luego reivindicados por grupos contestatarios —confesionales y no confesionales—, desde el comunismo cubano hasta el Frente Sandinista de Liberación Nacional nicaragüense, pasando por el Ejército de Liberación Nacional colombiano y los Montoneros en la Argentina.(14) La misma Teología de la Liberación señala a la II CELAM de Medellín como un acontecimiento discursivo fundante de una tradición y una memoria discursiva “progresistas”.(15)

El abordaje de los borradores de los DFM nos permite abordar esta diversidad ideológica y delinear los contenidos en disputa detrás de la aparente homogeneidad “progresista” de la II CELAM. Como veremos, en muchos casos este discurso “de avanzada” se construyó sobre la negación o la mitigación de otros discursos que quedaron finalmente fuera de los textos. En otras palabras, los DFM se presentan como un discurso relativamente monológico y homogéneo de la “Iglesia latinoamericana”, dejando fuera la pluralidad que efectivamente la habitaba y hacía posible.


3. Los borradores y los lugares de inscripción del conflicto

Dado el modo de acceso al archivo de Medellín, parcial en la medida en que nos fuera facilitado por uno de sus participantes, disponemos, por una parte, de todo el material de circulación interna de la Conferencia (incluyendo las sucesivas versiones mecanografiadas de cada documento y la relación de modos realizada por cada comisión) y, por otra, de las intervenciones manuscritas de dicho participante, que son de dos tipos: por un lado, notas y apuntes tomados en las reuniones de comisión y plenarias —incluidos los resultados de la votación de cada texto— y, por el otro, intervenciones manuscritas sobre los dactiloscritos en cuya redacción participó.

En este trabajo mostraremos algunos ejemplos tomados de la Introducción a los Documentos finales..., que incluye algunas intervenciones manuscritas correspondientes a diversas manos que ejercieron roles de lectores autorizados e incluso de editores/correctores. Aunque no podamos identificar a los autores empíricos de dichas intervenciones, al menos podemos interpretar los roles desempeñados y su relación con las condiciones de producción que las hicieron posibles.


dactiloscrito


dactiloscrito




Por último, y dada la posibilidad de magnificar el nivel de detalle que brinda el dactiloscrito intervenido para documentar el proceso de escritura con mayor precisión que en el contraste de los sucesivos estadios mecanografiados del texto, también mostraremos algunas variaciones estilísticas que se presentan y que, a pesar de no tener una interpretación discursiva inmediata, nos permiten observar el tipo de lectura que se realizaba y las posiciones ocupadas por los participantes en dicho proceso.



La primera redacción del texto de la Introducción es un dactiloscrito de siete páginas, cuya autoría aparece atribuida al teólogo argentino Lucio Gera, que presenta la intervención manuscrita de diversas manos en diferentes temporalidades.(16) En el fragmento citado se puede observar una primera corrección que, con tinta negra, sustituye “coloca” por “sitúa”, dando por válido el resto del pasaje. Una segunda mano, en lápiz, escribe en el margen un comentario que se propone como de mayor fuerza argumentativa que la razón dada en el texto para motivar la acción referida. Finalmente, una tercera pluma —que coincide tanto en la tinta como en el ductus con la escritura del mismo Gera en una serie de notas manuscritas que constan en el mismo archivo— decide tachar todo el pasaje, cruzándolo con tres líneas diagonales.

La segunda redacción del texto se encuentra encabezada por una leyenda —siempre en la letra del argentino— que dice “1 PL”, lo cual significa que esta es la primera versión que se presentó a la totalidad de los obispos reunidos. Así, podemos inferir que la primera versión —llena de correcciones y modificaciones— tenía un carácter, en alguna medida, menos público. A pesar de tener un desarrollo escritural (por oposición a escenárico)(17) autónomo, se trata de una versión destinada a circular en un pequeño grupo antes de presentarse a la totalidad del plenario. En tal sentido, observamos que la posición de Gera resulta fundamental —puesto que él realiza la primera redacción y las correcciones del segundo y tercer borrador— pero subordinada, puesto que a pesar de ser el redactor no es el autor (auctor > auctoritas)del texto —que sería firmado por la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

3.1. Variaciones estilísticas e ideológicas

Desde el punto de vista de la sociolingüística, se conoce como variación estilística a la opción de un sujeto por la realización de cualquier variante de una misma variable. Esto supondría que no se pone en juego una diferencia semántica, sino que se opta por una u otra por motivos “estilísticos”, “poéticos” o de “gusto” personal. La variación estilística no deja de ser significativa en la medida en que realiza significados individuales, relevantes para el hablante. A los fines de nuestra investigación, la definimos por oposición a las variaciones ideológicas, es decir, a aquellas en las cuales el empleo de una variante se encuentra motivado ideológicamente. En este sentido, el aspecto intersubjetivo de la escritura colectiva conduce frecuentemente al conflicto entre estilos sin que ello implique un enfrentamiento ideológico. Las variaciones estilísticas son, en consecuencia, claramente detectables al operar en los niveles locales de la textualización sobre índices formales bien definidos.

En este caso observamos, en primer lugar, variaciones de tipo léxico. Así, en la primera redacción, un lector en tinta negra tacha “coloca” y sustituye por “sitúa”, variante adoptada en la siguiente redacción. En el pasaje del segundo al tercer borrador observamos que el sintagma verbal “ha situado en el centro de su atención” es simplificado por la derivación del verbo: “centró su atención”. Sobre el cambio en la temporalidad del verbo volveremos más adelante.

En relación a esta transformación léxico-sintáctica, el tercer borrador registra, en tinta azul y con letra de Gera, una corrección en el nivel de la sintaxis que elimina el hipérbaton y restituye al sujeto en la posición no marcada de anteposición al verbo: “De este modo <ella> no se ha ella ‘desviado’”.

Por último, observamos algunas modificaciones de carácter paratextual. En el pasaje de la primera a la segunda redacción, la referencia al discurso de Paulo VI, que en la primera versión se realizaba entre paréntesis a continuación del discurso citado en estilo indirecto, se convierte en una nota al final. En la tercera redacción, se agrega en lápiz la numeración de los parágrafos (en este caso, “1”), habitual en el magisterio católico para facilitar su cita. En el mismo sentido estilístico puede leerse la omisión de la coma antepuesta al conector “sino” en el pasaje de la segunda a la tercera redacción.

A diferencia de las variaciones estilísticas, las variaciones de tipo ideológico no pueden identificarse en índices lingüísticos de carácter puramente formal. Como señala van Leeuwen,(18) los sujetos disponen de un inventario sociosemántico en el cual la gramática es un potencial de significado realizado por el recurso a diferentes operaciones lingüísticas y no al revés (es decir, no hay un tipo de operación formal que realice, unívocamente, un tipo de significado discursivo). En tal sentido, desde el empleo de ciertos recursos paratextuales a la enunciación de argumentos razonados pueden responder a motivaciones de tipo ideológico y, en consecuencia, ser terreno de disputa. En consecuencia, un mismo campo de significados se puede realizar con recursos diferentes de manera simultánea.

Un indicador del carácter ideológico de las modificaciones que observaremos a continuación reside en el enfrentamiento que —silenciosa pero efectivamente— se desarrolla entre los sujetos de la escritura. En efecto, si observamos lo sucedido con los cambios estilísticos, notamos que son correcciones puntuales adoptadas inmediatamente por el redactor. En cambio, las que observaremos a continuación parecen documentar un enfrentamiento entre el redactor y el lector-editor, de manera que el primero —que, finalmente, es derrotado en el conflicto desigual con un sujeto jurídicamente autorizado— intenta defender, con recursos variados, borrador a borrador, los puntos de vista cuestionados.

3.2. El empleo del paratexto y la polisemia de las comillas

Tal es el caso de las interesantes variaciones en el uso de las comillas en el párrafo de apertura del texto. Como marca inconfundible de polifonía, el locutor focaliza el texto entrecomillado, hace uso y mención al mismo tiempo, apropiándose y tomando distancia del mismo. Y, en el caso del discurso referido directo, con ellas marca las fronteras entre el locutor citante y el discurso citado.(19)

En este caso, y dado que hace una referencia intertextual al Discurso de Clausura del Concilio Vaticano II de Paulo VI, podemos cotejar el pasaje de la introducción con la fuente empleada:

 

El discurso papal, antecesor en sólo tres años a la Introducción de los Documentos finales..., pone en escena a un interlocutor que, interrogándolo, cuestiona la “desviación” de la “mente della Chiesa”. Mediante una típica metáfora que identifica “escribir” con “hablar” y “hablar” con “pensar” —metonímicamente desplazado a “la mente”—,(20) Paulo VI pone en escena un punto de vista polémico que ve los documentos del Concilio Vaticano II como una desviación, es decir, un abandono de la diritta via y la adopción de un rumbo equivocado: la “direzione antropocentrica della cultura moderna”. En una expresa oposición al punto de vista evocado, la repuesta emplea una negación polémica (Ducrot, 1984) que, al cancelar los presupuestos del enunciado evocado, descalifica su marco de discurso (García Negroni y Tordesillas Colado, 2002: 203 y pp.). Puesto en otros términos: al recategorizar la acción discursiva de “la Chiesa” como “volverse”, descalifica el presupuesto ideológico que opone Iglesia y modernidad —para el cual la “dirección antropocéntrica” es una “desviación”.

El redactor de la primera versión de la introducción —que, como hemos mencionado, parece ser Lucio Gera— emplea el discurso referido indirecto con una notable fidelidad a la fuente intertextual. Un claro índice de esta voluntad de fidelidad es la yuxtaposición “de que caracteriza”, que no es un dequeísmo —puesto que no introduce un objeto directo— sino una vacilación entre una primera intención de reproducir lo más fielmente posible el texto papal (donde a la preposición le falta todavía el artículo para traducir “della”) y lo que finalmente sería una adaptación indirecta del discurso del papa (realizada por medio de la relativa “que caracteriza...”), opción finalmente adoptada. A esta fidelidad a la fuente podemos atribuir la presencia de la misma negación polémica: “Deviato no, rivolto si” > “no se ‘desvía’ sino que se ‘vuelve’”. La reproducción de este recurso no es para nada obligatoria; podría haber sido “se vuelve...” sin que ello cambiara el contenido proposicional del pasaje. Sin embargo, reproduce así la polémica con el enunciador evocado que sostiene el punto de vista contrario. En otros términos, aunque no emplea la interrogación, también la Introducción evoca y polemiza con el punto de vista que sostiene que la “orientación antropocéntrica de la cultura moderna” es una desviación del discurso de la Iglesia.

En esta polémica, el locutor emplea las comillas con, al menos, dos funciones complementarias. En primer lugar, para designar metadiscursivamente los términos en pugna, “desviar” o “volver”, tomando distancia de ambos como formas aproximativas para designar la acción personificada por la Iglesia latinoamericana. En segundo lugar, la referencia intertextual entre paréntesis al final del pasaje permite que el lector interprete las comillas también como marcas de discurso directo, es decir, como los términos literales del discurso de Paulo VI.

Comprendida la presencia de comillas con esta doble función, llama la atención el fenómeno contrario: su ausencia en el sintagma “dirección antropocéntrica”. ¿Por qué no utilizarlas si, en principio, es igualmente un sintagma traducido —con la mayor fidelidad— del texto fuente? Podemos interpretar que esto se debe a que, a pesar de ser una cita literal (que es una de las funciones de las comillas), el locutor no toma distancia sino que se identifica plenamente con el punto de vista que enuncia “dirección antropocéntrica”. En consecuencia, el discurso indirecto —que fue, como observamos más arriba, la segunda opción tomada en el correr de la pluma (y no la primera, que parecía buscar la reproducción literal del texto)— le permite señalar la heterogeneidad de “desviar” y “volver” pero, a su vez, identificarse con la “dirección antropocéntrica” como parte del discurso citante y no del citado. En suma, este punto de vista —polémico y puesto en escena por el mismo papa en su discurso— aparece entonces naturalizado en la primera versión de la “Introducción”, incorporándolo al léxico no marcado del documento.

El lector que, con lápiz, comenta este pasaje desde el margen, realiza precisamente aquí su única intervención en la primera versión de la “Introducción”, proponiendo un motivo que considera de mayor fuerza argumentativa: “Para conocer a Dios es necesario conocer al hombre”. Hay una serie de rasgos significativos en este pasaje. En primer lugar, la preeminencia atribuida a este argumento por sobre  el anterior, privilegiando una perspectiva “teocéntrica” por sobre otra “antropocéntrica”: mientras que la primera pone al conocimiento del hombre como medio para lograr el conocimiento de Dios (que sería, entonces, la finalidad perseguida por la II CELAM), la segunda afirma que la Asamblea episcopal perseguía el conocimiento de la “cultura moderna”. Ahora bien, siendo que el punto de vista antropocéntrico se basa en una traducción fiel del original de Paulo VI —y es sabido que cada discurso autorizado del magisterio católico se suma a los anteriores y nunca los anula—, también el argumento teocéntrico debe emplear una fuente de igual jerarquía: “el discurso citado hacia el final”.

El modo de postular la mayor jerarquía de este argumento por sobre el otro es por la pura fuerza de su enunciación; y el mudo acatamiento del redactor en la versión siguiente sugiere una relación de autoridad que lo subordinaba al escritor en lápiz. De hecho, el discurso papal tiene una estructura argumentativa abierta que permite ambas lecturas como legítimas. A pocas líneas de distancia podemos leer dos afirmaciones que, a priori, serían contradictorias:

La religione cattolica e la vita umana riaffermano così la loro alleanza, la loro convergenza in una sola umana realtà: la religione cattolica è per l’umanità  (...) per conoscere l’uomo, l’uomo vero, l’uomo integrale, bisogna conoscere Dio (...) il nostro umanesimo si fa cristianesimo, e il nostro cristianesimo si fa teocentrico; tanto che possiamo altresì enunciare: per conoscere Dio bisogna conoscere l’uomo (Paulo VI, Ultima sessiione pubblica del Concilio Ecumenico Vaticano II, 7/12/1965).

De esta manera, mientras que el texto fuente se construía en la tensión entre ambas perspectivas–habilitando, como es típico en el discurso autorizado católico, interpretaciones enfrentadas-(21) las dos realizaciones en conflicto en la “Introducción” de los DFM se identifican excluyentemente con uno u otro punto de vista.

En virtud de esta relación de autoridad, la siguiente redacción incorpora al texto el punto de vista del lector en lápiz. Sin embargo, lo hace de una manera heterodoxa: sustituye el sintagma polémico “dirección antropocéntrica” por “< >el hombre’”, y observamos allí un uso anómalo de las comillas, que en su primera redacción se emplean sólo con función de cierre, agregándose las de apertura en la revisión manuscrita. ¿Por qué el empleo de comillas, si la designación no está tomada literalmente del texto fuente? Podríamos leer aquí el reverso del ejemplo anterior: las comillas pueden resultar adecuadas para tomar distancia (con respecto al punto de vista teocéntrico que emergió como una corrección impuesta al redactor) pero son inadecuadas porque no es una cita literal del discurso de Paulo VI. Podemos leer la aparición de estas comillas como un último intento de resistencia del redactor que buscaba extrañar, marcar como heterogéneo, el punto de vista teocéntrico en su texto.

Estas comillas, sin embargo, convertidas ahora en huella de resistencia ideológica, no estaban destinadas a durar. La tercera redacción las elimina, desligando el sintagma “el hombre” (y su reverso, la negación de “la dirección antropocéntrica”) del discurso del papa, identificándose con su empleo —eliminando la heterogeneidad, la toma de distancia indexicalizada por las comillas— y naturalizando, en consecuencia, el punto de vista teocéntrico. Este efecto de (con)fusión con las palabras de Paulo VI, mitigado por las referencias en nota al discurso papal (numeradas en ambos sectores del pasaje) se refuerza en la variante adoptada por el texto publicado, el cual omite también las notas que hacían referencia al discurso papal.



La aparente homogeneidad estilística con la que abre la “Introducción”, garantizando la estabilidad e identidad del locutor institucional —el episcopado latinoamericano— oculta, entonces, las huellas de un conflicto ideológico sobre el lugar de la iglesia católica en el mundo moderno.

3.3. El contrato de lectura: (auto)crítica del locutor institucional

En el seno de esta misma tensión entre lo religioso y lo secular, observamos un conjunto de variaciones que, desde la dimensión enunciativa, buscan instaurar una isotopía religiosa ausente o juzgada insuficiente en la primera redacción que vehiculiza también una polémica eclesiológica.

Las distintas redacciones muestran huellas de un enfrentamiento por el tipo de subjetividad representada en el documento, especialmente en su carácter de locutor institucional. La primera redacción lo caracterizaba como “la Iglesia Latinoamericana”, con un interesante “error” gramatical que luego se mantendría: el uso de las mayúsculas en el adjetivo gentilicio, lo cual le garantiza prácticamente el estatus de un nombre propio. De hecho, esta discursividad “latinoamericanista”(22) emergente sería luego reprimida en las mayúsculas utilizadas para designar a “este Continente” (I 1, 2) > “este continente” (I 3, P).
La segunda redacción introduce dos adiciones bajo la forma de adjuntos de lugar que, encabezados por la preposición “en”, fundan una doble isotopía. La primera es típicamente religiosa y realiza una suerte de profesión de fe trinitaria: el “Espíritu Santo” y, metonímicamente, la “Palabra [del padre]” y la “Eucaristía [del hijo]”. La segunda, en cambio, es institucional: “en la Segunda Conferencia [I 3: “General”] de su Episcopado”. Podemos leer aquí una doble dinámica en la medida en que se refina lo que sería el texto publicado: una tendencia a mitigar el carácter latinoamericanista y a reforzar la dimensión institucional. La importancia de esta dimensión institucional —que se manifiesta en numerosos rasgos textuales a lo largo de la redacción de todos los Documentos finales...— es incluso mayor que la explícitamente religiosa, al punto que todo ese sintagma preposicional trinitario es omitido en la tercera redacción del texto.

Esta prevalencia de lo institucional se encuentra confirmada en numerosas correcciones a la primera redacción del texto que persiguen la presentación de una valoración positiva de la institución y la mitigación de los juicios negativos al respecto. En algunos casos se trata de auto-correcciones del propio Gera que, al escribir, persigue la poética y la política del locutor institucional. Esta “enunciación desplazada”, que hemos observado en la escritura diferida de textos semejantes (Bonnin en prensa) consiste en adelantar posibles objeciones ideológicas a la primera versión de un texto, modificándola en el correr de la escritura. Sin embargo, esta violencia auto infligida por el redactor deja huellas de vacilaciones y erratas que se pueden leer en la génesis del texto.

Así, observamos el siguiente trayecto redaccional:




La primera redacción del borrador de la Introducción instala una isotopía confesional, poniendo el segundo parágrafo en un lugar de “confesión” o “examen de conciencia” mediante la colocación de un léxico vinculado a dicho campo semántico: “conciencia”, “examinarla [la conciencia]”, “reconoce” y  “confiesa”. Sin embargo, la presentación inmediata de esta isotopía daría lugar a una representación del locutor institucional —la Iglesia— como culpable o pecador. Para mitigar esta idea —aunque no eliminarla— Gera tacha el pasaje anterior y coloca en primer término “ve con alegría la obra realizada”.

Hay allí una pequeña variación de tipo cohesivo que resulta altamente significativa para la comprensión de este pasaje. En su primera versión, “examinarla” establece un nexo cohesivo con el único antecedente femenino: “conciencia”. En la corrección, en cambio, el clítico masculino en “examinarlo” establece la relación con “pasado”. De este modo, el lugar enunciativo ocupado por el sujeto institucional ya no es el del “examen de conciencia” —del pecador— sino el del “examen del pasado”, del cual se destaca en primer término sus aspectos positivos. En tal sentido, se elimina en la tercera versión el verbo “confesar”.

Con respecto a la isotopía, la primera formulación, más abiertamente crítica, construía y destacaba el campo léxico de la confesión, quedando luego desplazada en función de la “alegría de la obra realizada”. Solidario con este desplazamiento, en la tercera redacción observamos una importante expansión de “la obra realizada [I 2, 3, P: con tanta generosidad]” y, en cambio, una reducción de la autocrítica, eliminando el verbo “confiesa”, que colocaba al locutor institucional en el lugar del pecador. A su vez, el conector contraargumentativo concesivo “pero”, que oponía el juicio negativo del primer párrafo a una consideración positiva del presente, es abandonado en la tercera redacción: ya no hay aquí una oposición entre el pasado negativo y el presente positivo sino una continuidad entre dos juicios favorables a la institución.

Este conflicto por, en definitiva, establecer una valoración predominantemente positiva o negativa de la historia de la Iglesia aparece en el segundo párrafo ya desde su primera redacción. Allí observamos que, aunque el redactor incluyera en el primer párrafo un juicio positivo, en el segundo parte de uno negativo, cohesionando sólo con él: “esas deficiencias”. Un segundo sujeto, lector-editor del texto, nota esta disparidad y lo señala: “luces y sombras (en el párrafo anterior no se habla sólo de deficiencias)”. La redacción siguiente, marcando la alteridad y la distancia con el punto de vista menos crítico, incluye “luces y sombras” entre comillas, luego tachadas en forma manuscrita.

¿Cómo podemos leer estas variaciones? El redactor tiene una mirada crítica hacia la historia de la Iglesia en América Latina, pero supone que esa mirada no tendrá eco en la reunión del episcopado. Partiendo de esta tensión, necesita traducir dicho punto de vista en términos que lo hagan aceptable y adoptable por los obispos; desplazar su enunciación de manera que pueda “imitar” la voz episcopal. Por este motivo realiza la primera sustitución, agregando en el “correr de la pluma” un sintagma que mitigue dicha perspectiva sin eliminarla. Para legitimarla utiliza sendas citas del documento Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II. Sin embargo, se traiciona al comenzar el segundo párrafo, en el cual no establece la relación cohesiva con las “obras” y la “infidelidad”, sino sólo con esta segunda. Es aquí donde el lector-editor autorizado señala su propuesta (obligatoria) de sustitución por un sintagma relativamente cristalizado que incluya ambos elementos: “luces y sombras”.

En la primera escena de escritura, el redactor se encuentra en un diálogo imaginario con los obispos e intenta adoptar su voz institucional; sin embargo, la interacción con los prelados empíricos muestra que su representación no era del todo adecuada, puesto que dichos obispos no sólo mitigan el juicio negativo, sino que también amplían sensiblemente el juicio positivo, como se puede observar en el cotejo del segundo borrador con el tercero.

3.4. La enunciación temporal y el carácter programático de la “Introducción”

La “introducción”, como parte textual, tiene un carácter ambiguo en términos de temporalidad, puesto que es lo primero que el lector lee y, en general, lo último que el autor escribe. De este modo, el locutor oscila entre presentar el texto como un proyecto a futuro (en la temporalidad del lector) o como resultado de una acción pasada (en la temporalidad del proceso de escritura).

En el caso de los textos de escritura colectiva, autores y lectores se confunden durante la etapa de redacción. Así, en los ejemplos analizados observamos la presencia de lectores que, con sus notas al margen, son autores de pasajes que se incorporan al texto en su siguiente etapa redaccional. Del mismo modo, Gera, que era el autor (empírico, ya que no institucional) de la primera versión, luego se convierte en redactor de un texto que incorpora puntos de vista ajenos, en conflicto con los suyos propios.

Introduciendo esta tercera dimensión, que no es estrictamente del lector ni del autor, comprendemos el empleo de un presente de la enunciación anómalo, en la primera redacción, que luego será sistemáticamente sustituido por el pasado. Ese presente, que no pertenece ni a la mirada del autor sobre lo que escribió, ni a la mirada del lector sobre lo que leerá, es la temporalidad desplazada de un programa sin sujeto autorizado; es la ficción del autor en las sombras que, detrás de su función de mero redactor-copista, busca colar en el documento su propia voz.

En tal sentido, el presente de la enunciación empleado en la primera redacción es anterior a las reuniones de las comisiones; se desplaza hacia el futuro sin conocer más que el esquema general de lo que se trataría. Al afirmar, por ejemplo, que “se ‘vuelve’ en la dirección antropocéntrica...”, pragmáticamente exige que “se vuelva” en el futuro inmediato del desarrollo de la Conferencia. Esta temporalidad se mantiene en la segunda redacción, que es la que se leería en el primer plenario; los obispos allí reunidos, sin embargo, no dejaron pasar este detalle y el texto siguiente cambia los tiempos verbales al pasado. De este modo, mientras que el presente de “sitúa”, “desvía”, “vuelve” de las primeras dos redacciones corresponde a la enunciación y desarrollo de las reuniones, el pasado del tercer borrador —también contemporáneo— desplaza la enunciación de la “Introducción” a un momento posterior, desplazamiento reproducido por el texto publicado.

¿De dónde salen, entonces, los contenidos expuestos y desarrollados en un texto que introduce un objeto todavía inexistente? Del propio proyecto teológico del redactor y sus expectativas en torno a la Conferencia. La primera versión de la “Introducción” no hablaba tanto de lo que había pasado sino de lo que el mismo redactor esperaba —o deseaba, o reclamaba— que sucediera. Esto implica también un posicionamiento frente a los obispos, quienes —conscientes de las exigencias genéricas, pero también del estatuto de su propio rol como autoridad religiosa e institucional— desplazan enunciativamente la Introducción a una situación posterior a la Conferencia mediante el simple expediente de cambiar el presente de la enunciación por el pretérito perfecto compuesto. El carácter continuativo de este tiempo verbal es particularmente adecuado también para el género, puesto que vincula el pasado inmediato de la reunión con el presente de la escritura del texto introductorio.

En tal sentido, podemos leer el conjunto de variaciones que hemos observado en función de este cambio en el sistema temporal de la Introducción, revelando una tensión surgida en torno a, por una parte, el proyecto teológico del redactor y, por la otra, la autoridad de los obispos como autores: el punto de vista de un programa teológico antropocéntrico y crítico, que vimos en los apartados anteriores, se enfrenta con una realidad teocéntrica e institucional sostenida en la autoridad de la II CELAM; el privilegio político del discurso latinoamericanista queda relegado frente a la prioridad otorgada a la subjetividad institucional; la mirada crítica sobre la historia eclesiástica reciente se topa con un locutor institucional que busca legitimar esa institución.

3.5. El compromiso enunciativo del locutor

Una de las características gramaticales de esta “enunciación desplazada” que hace de Gera el redactor pero no el autor es el desplazamiento producido entre los deícticos y sus referentes. Hemos analizado este funcionamiento en el caso de las huellas de deixis temporal en el apartado anterior, en el cual el argentino buscaba instalar en el presente de la asamblea su proyecto teológico.

Lo mismo puede afirmarse del empleo de la deixis de persona; el “nosotros exclusivo” referido al locutor episcopal es, en definitiva, colocado por un tercero —una no-persona, por usar la inexacta pero feliz expresión de Benveniste— que, de este modo, obliga al sujeto episcopal a hacerse cargo de las acciones predicadas de ese “nosotros” gramatical. En definitiva, ese “nosotros” es un “ustedes” al cual se coloca como destinatario de una demanda de compromiso con las acciones y propiedades predicadas de la primera persona plural. Esta táctica de responsabilización enunciativa, sin embargo, puede ser desechada tanto por los propios obispos como por el propio redactor, que adelanta las posibles objeciones: "Para ello hay que tomar conciencia dela situación y debemos detenerse un momento, para leer los signos de los tiempos (Introducción, 1)."

En este ejemplo, el redactor introduce un nosotros exclusivo en un verbo modal que denota obligación pero inmediatamente lo elimina y lo supedita a la construcción —también deóntica pero impersonal— que abre la oración. En consecuencia, en vez de “debemos detenernos” emplea “hay que (...) detenerse”, dando a la obligación un carácter general que no compromete directamente al locutor episcopal. Notemos que la modalidad no cambia de una formulación a otra, sino sólo el compromiso enunciativo con la acción predicada.

Algo semejante sucede con la alternancia entre la primera y la tercera persona para designar al locutor. En términos generales, y a excepción de algunos casos como el mostrado más arriba, las primeras redacciones de la Introducción privilegiaban el empleo de la tercera persona para designar al episcopado. Sin embargo, algún sector de obispos reclamó el empleo de la primera para la designación metadiscursiva de las acciones comunicativas realizadas por la II CELAM como autor institucional de los DFM. Así encontramos pasajes como el siguiente:


 


En el primer párrafo observamos elementos que ya hemos analizado. En primer lugar, la temporalidad de la enunciación, anclada en el presente, se propone prescriptivamente como introducción a las sesiones de la II CELAM; la redacción siguiente corrige esto a través del empleo del pretérito perfecto simple que, introduciendo los documentos, narra las acciones llevadas a cabo. En segundo lugar, la invocación inicial al “Espíritu Santo” es sustituida(23) por la mención del Concilio Vaticano II, mostrando una vez más la preferencia por la identidad institucional del locutor y la sujeción a la autoridad eclesiástica. Finalmente, la tachadura manuscrita de “del Continente” en la tercera redacción y la sustitución de la mayúscula en “Continente” por “continente” en el pasaje al texto publicado indican una menor presencia del discurso latinoamericanista.

Además de estos elementos, ya analizados, nos interesa observar las variaciones en el empleo de la primera o tercera persona. El primer borrador aquí presentado, entregado al primer plenario, utiliza sólo la tercera para nombrar al locutor institucional (“esta Asamblea”, “dirigirá ella”) y construcciones impersonales para la designación de las actividades a realizar. El segundo borrador, en cambio, realiza numerosas correcciones manuscritas, gran parte de las cuales están destinadas a sustituir las construcciones de tercera por la referencia deíctica al nosotros-exclusivo de los obispos. Incluso se puede observar una vacilación del propio corrector entre “nuestra reflexión se dirigió” y “se atendió”, opción finalmente mantenida. La versión finalmente publicada muestra la presencia de ambos puntos de vista: comienza con un compromiso del locutor con sustantivos deverbales derivados de procesos mentales (“reflexión” y “solicitud”) pero no con las acciones (realizadas por verbos) de tipo verbal; es decir, el “nosotros-obispos” termina finalmente comprometido con sus ideas pero no con sus dichos; no con esos Documentos finales de Medellín que tantas interpretaciones y juicios contradictorios desencadenarían en los años siguientes.


4. Conclusiones: voces en conflicto y legibilidad institucional

El trabajo realizado hasta aquí ha tenido dos propósitos. Desde el punto de vista conceptual, nos interesó presentar algunos de los problemas específicos de los discursos de producción colectiva desde dos perspectivas: a) desde el análisis del discurso, para comprender su especificidad en relación a los textos de autoría individual, en particular en cuanto nos permite dar cuenta del aspecto intersubjetivo de la escritura compartida y su vinculación con los procesos históricos e ideológicos transubjetivos, de mayor alcance; b) desde la crítica genética, para interpretar discursivamente los datos obtenidos con los procedimientos tradicionales de investigación en génesis de escritura, articulando así la variación escrituraria con la variación ideológica. De esta manera, hemos observado las tensiones existentes en la constitución de un sujeto institucional a través del conflicto escriturario. Esto nos permite también evaluar con mayor precisión el carácter presuntamente homogéneo de instituciones como la iglesia católica, cuya superficie textual busca uniformizar diferencias que, de lo estilístico a lo ideológico, son constitutivas de su identidad colectiva.

El segundo objetivo, de carácter empírico, consistió en explorar estos problemas en el corpus de los Documentos finales de Medellín de la II CELAM, lo cual nos permitió observar ciertos sectores conflictivos en las cuatro versiones de su “Introducción”. Así, identificamos una primera versión más abierta al discurso de la modernidad, con una mirada crítica sobre la iglesia que, desde el lugar subordinado del clero, buscaba comprometer a los obispos en un programa de renovación. Por otro lado, desde una posición jerárquica —tanto en la disposición de los roles de la escritura como en la autoridad que los fundaba— las variaciones observadas tienden a reforzar una mirada de alguna manera más tradicional, reinstalando el lugar central de la divinidad en la acción de la iglesia, evitando una mirada crítica y generando una cierta distancia enunciativa que luego sería útil para los obispos que renegarían de las conclusiones presentadas en los DFM.(24) Más allá de la renovación que los DFM efectivamente significaron, el análisis genético nos permite confrontarlos con los textos que pudieron haber sido; no en un ejercicio contrafáctico estéril sino en la contrastación de puntos de vista efectivamente existentes en conflicto.

Esta esquematización es demasiado simétrica para corresponderse término a término con los protagonistas empíricos de la II CELAM de Medellín. Más bien se trata de una modelización típico-ideal que permite comparar el paradigma de los discursos posibles con las opciones efectivamente realizadas. En tanto tal, podemos contraponer las voces de los sujetos que buscan dar contenido al discurso de la iglesia con los criterios de lo legible —lo esperable, lo legítimo— en dicho discurso. Las voces en conflicto, de la política, se vuelcan en la escritura pretendidamente monológica de la institución.

Queda, entonces, este camino de reconstrucción de, por una parte, las voces presentes en los DFM, no tanto como índices de pertenencia ideológica —que nunca es tan clara y unívoca— como en tanto indicadores de tensiones y contradicciones, incluso en un mismo individuo. Y, complementariamente, queda la reconstrucción de los criterios de legitimidad que conducen a la consagración de una voz sobre las otras, definiendo un régimen de escritura institucional. De este modo podemos avanzar en la comprensión de los discursos de producción colectiva, integrando analíticamente la contingencia subrepticia de la voz a la regularidad dominante de lo legible.

Agradecimientos: El autor desea agradecer los comentarios de Graciela Goldchluk, Giselle Rodas, Carolina Repetto y María Alejandra Alí, que han hecho de este texto algo menos ilegible.








Notas


(1). J. Bellemin-Nöel, Le texte et l’avant-texte. Les brouillons d’un poème de Milosz, Paris, Larousse, 1972.

(2). J. Derrida, De la Grammatologie, Paris, Du Minuit, 1967.

(3). M. Pêcheux, Analyse automatique du discours, Paris, Dunod, 1969; R. Robin, Histoire et Linguistique, Paris, Armand Colin, 1973.

(4). Nos referimos a los trabajos de D. Maingueneau (“Sur les brouillons d’un poème de Valéry”, Langages, 17 (69), 1983) y de A. Grésillon y D. Maingueneau (“Polyphonie, proverbe et détournement, ou un proverbe peut en cacher un autre”, Langages, 19 (73), 1984).

(5). Discurso pedagógico y apuntes de niños en edad escolar (C. Doquet-Lacoste, “Le jeune scripteur et ses doubles. Variété du dialogisme dans l’écriture à l’école”, Cahiers de Praxématique, 43, 2007), el discurso autobiográfico (en el caso de Althusser, analizado por I. Fenoglio, “Énonciation et genèse dans les autobiographies d’Althusser. Deux récits – séparés – de sa rencontre avec Hélène”, Genesis, 17, 2001; o de personas infectadas con VIH-SIDA, presentado por G. Cugnon y P. Artières, “SIDA-Mémoires”, Genesis, 16, 2001), el discurso científico (como los trabajos sobre R. Barthes de I. Fenoglio, “Une photo, deux textes, trois manuscrits. L'archivage linguistique d'un geste d'écriture identifiant”, Langages, 36 (147), 2002 ; S. Pétillon, “De l'intermittence pronominale: sur la polyphonie énonciative dans le manuscrit et l'état définitif du Plaisir du texte de Roland Barthes, Genesis, 19, 2002 ; J. L. Lebrave, “La genèse de La Chambre claire”, Manuscritica: Revista de Crítica Genética, 11, 2003 ; o las inminentes investigaciones sobre el archivo de M. Foucault, reseñadas por G. Bellon, “’Je crois au temps…’ Daniel Defert, legatáire des manuscrits de Michel Foucault. Propos recueillis”, Rectoverso. Revue de jeunes chercheurs en critique génétique, 1, 2007. Disponible en la web : http://www.revuerectoverso.com/spip.php?article29. Consultado el 6 de diciembre de 2007.). É. Lois (Crítica genética y estudios culturales, Buenos Aires, Edicial, 2001, p. 61) reseñaba tempranamente abordajes genéticos de lenguajes semióticos no lingüísticos como la pintura, la arquitectura o la música.

(6). Los géneros discursivos desde un punto de vista bajtiniano (E. B. N. de Arnoux, “La representación del género y de los espacios de circulación del texto en las reescrituras de ‘Los misterios del Plata’ de Juana Manso”, en Análisis del discurso. Modos de abordar materiales de archivo, Buenos Aires, Santiago Arcos, 2006), las dimensiones campo, tenor y modo de la Lingüística Sistémico Funcional (Lois, op. cit. pp. 71-96) y, especialmente, la lingüística de la enunciación (A. Grésillon, “¿Qué es la crítica genética?”, Filología, XVII (1-2), 1994; D. Ferrer, “Quelques remarques sur le couple énonciation-genèse”, Texte,27/28, 2001; I. Fenoglio, “L’intime étrangeté de la langue”, Langage et inconscient, 2, 2006. Para una revisión, cfr. J. L. Lebrave y A. Grésillon, “Lingüística y genética de los textos: un decálogo”, Orbis Tertius, XV (16), 2010. Disponible en la Web:
http://www.orbistertius.unlp.edu.ar/numeros/numero-16/traduccion/lebrave-y-gresillon. Con acceso el 26 de febrero de 2011.

(7). Términos acuñados por B. Gardin; cfr. “‘Machine à dessiner’ ou ‘machine à écrire’? La production collective d’une formulation”, Langages, 23 (93), 1989 y “Discours collectif”, en D. Maingueneau y P. Charaudeau (eds.) Dictionnaire d’analyse du discours, Paris, Du Seuil, 2002. La ambigüedad en el empleo de estos términos proviene de una presunta tautología en tanto todo discurso es social y todo locutor se encuentra atravesado por otros discursos que le dan forma de sujeto (cfr. M. Pêcheux, Les vérités de La Palice, Paris, Maspero, 1975, pp. 127 y ss.).

(8). Hemos abordado la primera en J. E. Bonnin, Iglesia y democracia. Táctica y estrategia en el discurso de la Conferencia Episcopal Argentina, Buenos Aires, CEIL-PIETTE, 2010 y la segunda en J. E. Bonnin, Génesis política de la escritura religiosa. ‘Iglesia y Comunidad nacional’ (1981) entre la dictadura y la democracia en la Argentina, Buenos Aires, Eudeba, en prensa.

(9). Es por este motivo que el concepto de “locutor colectivo” que, según señalaba Gardin, “a le intérêt d’annuler la variable individuelle” (Gardin, “Discours collectif”, ed. cit., pp. 352), no resulta atractivo para nuestra investigación, porque focaliza aquellos elementos que garantizan su identidad colectiva dejando de lado aquellos que la desestabilizan. El análisis de las discontinuidades en el interior de los cuerpos colectivos nos permite reintroducir el funcionamiento intersubjetivo, no como un retorno del subjetivismo idealista sino como crítica a un pretendido objetivismo estructural que reduce a los sujetos al rol de pasivos reproductores de estructuras ideológicas sobredeterminantes.

(10). E. Poulat, Église contre Bourgeoisie, Paris, Casterman, 1977.

(11). De hecho, fueron los grupos más reaccionarios los que recibieron antes la sanción eclesiástica. Tal fue el célebre caso del obispo Marcel Lefebvre, quien se opuso activamente a las reformas conciliares en el plano litúrgico, el ecuménico, el de la libertad religiosa y el de la colegialidad episcopal. Después de ser suspendido a divinis por ordenar sacerdotes en su Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fue excomulgado por el papa Juan Pablo II en 1988 por haber ordenado obispos, en un estado canónico irregular, en ese mismo año. En el otro extremo, los representantes de la Teología de la Liberación no fueron objeto de expulsión, aunque sí sufrieron diversas sanciones y censura durante el papado de Juan Pablo II en los años ochenta y noventa. A diferencia de los lefevristas, los teólogos de la liberación se identificaron activamente con el Concilio y con Medellín.

(12). Cfr. S. Scatena, In populo pauperum. La Chiesa latinoamericana dal Concilio a Medellín (1962-1968), Bologna, Il Mulino, 2007, pp. 430 y ss.

(13). Scatena (op. cit., pp. 472-473) circunscribe la reacción directa al episcopado colombiano, en nombre del cual se entregó un Documento mayoritario del episcopado colombiano que respondía, punto por punto, a la convocatoria realizada en el Documento de trabajo de la CELAM. Este “contradocumento”: “invitava i vescovi latinoamericani ad evitare cambiamenti radicali e a ricorrere invece alle più tradizionali soluzioni cristiane ai problemi sociali; cercava di descrivere la situazione del continente con tinte meno negative di quelle usate dal CELAM; esprimevva una ferma opposizione a qualunque piano di azione che uscisse fuori dall’alveo della tradizione e non ponesse la chiesa in una posizione di leadership” (Scatena, op. cit., pp. 473).

(14). Cfr. M. Löwy, La guerre des dieux. Religion et politique en Amérique Latine, Paris, Du Felin, 1998.

(15). Cfr. E. Gomes da Silva, Os (des)encontros da Fé. Análise interdiscursiva de dois movimentos da Igreja Católica. Tesis doctoral en Lingüística, Instituto de Estudos da Linguagem, Universidade Estadual de Campinas, 2006; C. Herndl y D. Bauer “Speaking Matters: Liberation Theology, Rhetorical Performance, and Social Action”, College Composition and Communication, 54 (4), 2003.

(16). A. Godinas y L. Higashi emplean, para el análisis de la coexistencia material de diversas escrituras sucesivas, el concepto de “diasistema” (A. Godinas y L. Higashi “La edición crítica sin manuscritos: otras posibilidades de la edición crítica genética en ‘Balún Canán’ de Rosario Castellanos”, Incipit, 25-26, 2005-2006); para una revisión de los empleos de este término en el campo de la ecdótica, cfr. G. Orduna, Ecdótica: problemática de la edición de textos, Kassel, Reichenberger, 2000.

(17). Distinción tomada de P. M. De Biasi, “Editing manuscripts: Towards a Typology of Recent French Genetic Editions, 1980-1995”, Text. An Interdisciplinary Annual of Textual Studies, 12, 1998.

(18). T. Van Leeuwen, Discourse and practice: new tools for critical discourse analysis, Oxford, Oxford University Press, pp. 23.

(19). Para una caracterización más completa, cfr. G. Reyes, Los procedimientos de cita: estilos directo e indirecto, Madrid, Arco Libros, 1993.

(20). Procedimiento ya reseñado por G. Lakoff y M. Johnson en su clásico Metaphors we live by, Chicago, University of Chicago Press, 1980.

(21). J. E. Bonnin, “Political and religious discourse in Argentina: the case of ‘Reconciliation’”, Discourse and Society, 20 (3), 2009.

(22). Cfr. E. B. N. De Arnoux, Recorridos. El discurso latinoamericanista de Hugo Chávez, Buenos Aires, Biblos, 2008.

(23). Podría pensarse que hay una omisión del pasaje referido al Espíritu Santo y una adición del Concilio. Sin embargo, la permanencia de la metáfora sobre las “luces” nos permite suponer el tipo de continuidad paradójica que es la sustitución.

(24). En efecto, entre 1968 y 1979 observamos una sustantiva moderación tanto en las autoridades como en el discurso episcopal latinoamericano (cfr. J. J. Tamayo Acosta, Para comprender la Teología de la Liberación, Estella, Verbo Divino, 1989) que cristalizó en el documento de la III CELAM, celebrada en Puebla de los Ángeles (1979), en cuya inauguración el papa Juan Pablo II advertía: “Esta III Conferencia (...) deberá, pues, tomar como punto de partida las conclusiones de Medellín, con todo lo que tienen de positivo, pero sin ignorar las incorrectas interpretaciones a veces hechas y que exigen sereno discernimiento, oportuna crítica y claras tomas de  posición” (Juan Pablo II, Discurso inaugural de la III CELAM de Puebla). En ese sentido, según señala Gomes da Silva (op. cit.), la Teología de la Liberación se reconoció en una tradición discursiva iniciada en el Concilio Vaticano II y en Medellín que luego habría sido, en sus propios términos, “traicionada” por Puebla (Ibíd. 60-64).