En torno a ciertas historias de la periferia


Chiara Bolognese

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♦ Reflexiones sobre los cuentos
♦ Conclusiones




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Historias de la periferia, publicado en Santiago de Chile por Ediciones Melquíades en 1987, recoge doce cuentos que Francisco Rivas escribió para el suplemento dominical del diario chileno La Época, en esos años. El título de la colección hace referencia a la periferia de la muerte y al espacio de lo desconocido, de lo que no podemos aprehender con nuestra capacidad racional. La periferia es también todo el universo que recrean estos cuentos, y llega a ser Chile mismo, sumergido en una dictadura que lo condena a ser un país marginal.(1) Rivas, para dibujar esta realidad, usa tanto sus conocimientos médicos, como algunas leyendas (orientales o prehispánicas) y, justamente, en esta variedad radica uno de los valores del texto.

El libro está dividido en cuatro apartados, cuyos títulos merece la pena mencionar porque nos dan pistas de lectura: “Formas secretas de malmorir”, “Historias de lugares remotos”, “En una ciudad amurallada” y “De los hombres que aún no han muerto”. Ya con éstos vemos que nos situamos en un ambiente de muerte o de encierro. El primer apartado es, pues, una indagación sobre la muerte vinculada al mundo de la medicina. Luego salimos del contexto médico y pasamos por lugares inverosímiles, nos encerramos en ciudades amuralladas y volvemos a la vida. El último grupo representa, en efecto, unas reflexiones sobre los hombres que no han muerto, sobre la no-muerte, tal vez alegoría de la muerte-en-vida;(2) y este aspecto hace que algunos textos rayen con lo fantástico.

Esta historias de la periferia permiten varias lecturas: la primera, considerando sólo los hechos ficcionales, la invención del autor; la segunda, la más rica tal vez, le pide más esfuerzo al lector, para que busque las referencias al mundo real, tanto en los acontecimientos como en los personajes. El lenguaje es uniforme, y destaca por su precisión; se trata de una escritura ensayística. Es evidente la cultura del autor en los distintos ámbitos del saber, y, especialmente en los tres primeros textos sobre las enfermedades. Se nota el conocimiento técnico, parecen escritos médicos: en ellos la literatura se mezcla con la medicina. La colección muestra que el escritor es versátil: en su vida se dedica tanto a la ciencia (medicina) como a la ficción (literatura), y estos textos se pueden leer como informes, estudios histórico-científicos, cuentos.

A pesar de sus características distintas, podemos vislumbrar varios ejes temáticos comunes. El primero es la puesta en duda de todo tipo de conocimiento, del científico-médico —Rivas lleva a cabo una fuerte crítica a los engaños que promueve la ciencia—, del histórico y del literario cuando pone al final del texto unas bibliografías ficticias. Muchos cuentos tienen, además, un corte metaficcional, puesto que citan el material crítico disponible acerca del asunto que están tratando.

Central es, además, el continuo balancearse entre presente y pasado. Rivas quiere evidenciar una cierta continuidad en el eje temporal y establecer un contacto entre los personajes relevantes de distintas épocas. El autor, sobre todo en los tres primeros, propone una reescritura (relectura, reinterpretación) de algunos acontecimientos reales,(3) y, para llevar adelante la argumentación, menciona textos científicos antiguos. Sin embargo, profundizando en la lectura descubrimos que éstos son ficticios, y comprendemos así que una de sus intenciones es la de satirizar la literatura científica del pasado, para evidenciar los errores o las mezquindades de esos tiempos, y sobre todo para denunciar que éstos se siguen repitiendo.

Otro tema que da continuidad al texto es el protagonismo de la muerte. Ésta se interpreta sobre todo como algo terrorífico y misterioso, y nos acerca a los cuentos de terror, y a lo grotesco. Rivas pasa de la pura invención a la historia actual,(4) con el mismo tono. Es de destacar, entonces, que, por una parte, la muerte es una presencia constante y al acecho, por otra, los personajes muertos nunca mueren de verdad, porque siempre reaparecen. Esta reflexión sobre los muertos, le permite al autor relacionar lugares geográficos y épocas históricas que difícilmente se unirían.

Estas historias de la periferia son también textos con intención paródica, si la entendemos según las palabras de Linda Hutcheon, es decir como una “forma de representación irónica, [que] está doblemente codificada en términos políticos: legitima y subvierte a la vez lo que ella parodia”;(5) la parodia, dice Hutcheon más adelante, es de interpretarse como modo de revisitar el pasado, tanto del arte como de la historia. Y estas dos definiciones se alinean bien con nuestros textos, ya que por un lado legitiman los descubrimientos de la ciencia y por otro se burlan de ellos. Rivas problematiza aquí varias cuestiones: son relatos que dejan inquietud. El tema del pasado llega a ser, incluso, una reivindicación de la cultura autóctona, como veremos en el cuento de Guallatire.

Por último, antes de adentrarnos en la especificidad de cada texto, merece la pena destacar que Rivas crea biografías ficticias, con un estilo que recuerda a Marcel Schwob, con su Vidas imaginarias, y a Borges, con su Historia universal de la infamia. El escritor usa también bibliografías inexistentes, pero totalmente verosímiles.(6)


Reflexiones sobre los cuentos

En los relatos del primer apartado, “Formas secretas de malmorir”, Rivas habla de su profesión: es la reivindicación del papel del médico y más de la investigación en este ámbito. Es de recordar que, posteriormente, en 1990, Rivas publicaría un ensayo testimonial titulado Traición a Hipócrates. Médicos en el aparato represivo de la dictadura,(7) y en estas historias de la periferia adelanta la idea de testimonio, que luego desarrollará en dicho texto: aquí se relata una ficción que se acerca mucho a la realidad.

Esta primera parte del libro representa una ironía y una crítica a la sabiduría de la medicina, también satiriza los inventarios bibliográficos. En sus páginas, se habla de unas enfermedades de las que no se ha conseguido (o querido, como sugiere Rivas) averiguar casi nada y que siguen provocando muchas muertes: el Síndrome del Término Anticipado (STA), la Afasia del Poder (Afasia P.) y el Síndrome de la Mirada Invertida. Los cuentos son también una reflexión sobre la enfermedad más en general y un reconocimiento de la impotencia del hombre en contra de ella: “No existen muertes extrañas sino enfermedades sin conocer” (16), dice Manfred Rust, gran estudioso del STA, antes de fallecer. A través de eso, Rivas quiere llevar a cabo una denuncia de quienes ocultan las enfermedades (pensemos en el SIDA y la epilepsia, entre otras). En su nota preliminar, de hecho, el escritor sugiere que a lo mejor estas enfermedades quedaron escondidas porque eran demasiado peligrosas y podían cambiar el futuro del hombre. Esto también se relaciona profundamente con el título de la obra, en cuanto aquí estamos con las enfermedades periféricas y/o marginadas.

El recorrido que hace el autor por la historia de estas enfermedades es muy original. Con voz de experto y lenguaje profesional, éste traza un panorama desolador, tanto en lo que se refiere a la investigación, como por las diferentes envidias entre médicos, cuyas actuaciones a veces perjudican las investigaciones mismas. Este deseo de que las enfermedades permanezcan secretas o desconocidas se puede leer también como una alusión a la censura, aquí no en el campo literario pero igualmente, o más, peligrosa. Rivas denuncia el hecho de que es una cuestión ideológica y económica lo que hace decidir qué enfermedades hay que estudiar y en cuáles hace falta invertir para la investigación.(8) Este primer apartado se propone como una historiografía ficticia de las enfermedades raras. Y la cuestión está tratada de forma algo apocalíptica, puesto que se subraya constantemente que ya no hay certezas de ningún tipo. Es un libro que quiere llamar la atención sobre los límites del conocimiento, y acerca de su vinculación con los juegos de poder.

Centrémonos entonces en el STA. El cuento explica que en 1957 el alemán Eduard Kunstborg publica sus comentarios sobre un manuscrito de Pomus de Malesme, famoso naturalista, en el que hablaba de las muertes de miles de autillos en 1493, debidas, según él, a la desaparición de la larva de la cigarra de los diecisiete años, que ellos comían. Sin embargo, la investigación de Malesme demostró que los autillos no murieron de hambre, sino por una enfermedad que les perforaba el cuerpo y los vaciaba de la sangre (p. 12). Concluía, pues, el estudioso, que “los mata la certeza de la hambruna más que la hambruna misma” (p. 12). Al parecer, dice el narrador, estas muertes eran cíclicas y se repetirían en 1963. El estudioso alemán comienza a pensar que estos animales se adelantan a su propia muerte, y por ello propone designar a estas muertes con STA. Al alemán le sigue un japonés, Sezeko Ku, que avanza algunas hipótesis acerca de las causas de la muerte súbita. Éstas pueden ser distintas: “la impotencia ante la muerte inevitable, el temor a la sobrepoblación, la inminencia de la extinción, el convencimiento de la inutilidad del apareamiento, el rechazo a la copula y la certeza del canibalismo” (p. 13), y subraya que las mismas se pueden dar entre los humanos también. Con ello, el autor nos da la pista de lectura del relato: se habla de animales, pero el problema es igual entre los seres humanos: es la denuncia de la falta del deseo de vivir, que afecta tanto a los animales como a los seres humanos. Luego otro estudioso, Banfield, confirma dichas hipótesis, subrayando que esto se debería al:

intolerable e inevitable sufrimiento a que ese ser humano está sometido. Éste puede ser un sufrimiento físico […], un padecimiento intelectual como el error o religioso como la frustración mística o la pérdida de la fe. También puede ser un sufrimiento político como la pérdida del poder o pecuniario como la ruina. Pero lo más grave es que puede ser un sufrimiento como especie ante la evidencia de un aniquilamiento total como la guerra nuclear. (pp. 14-15)

Banfield es el primero en llamar la atención sobre el hecho de que se está intentando ocultar esta enfermedad, a pesar de que se esté difundiendo entre los hombres. Posteriormente, el interés de los médicos se desplazó hacia el SIDA, y, no obstante los avances en los estudios sobre el STA, nadie quería publicar artículos acerca de este tema. El narrador sugiere que esto ocurrió porque el STA tenía posibilidades catastróficas “tanto en Guernica como en Dresden, la muerte había llegado antes que las bombas. Otras alertaban sobre el peligro de comunidades nacionales enteras, en Latinoamérica especialmente, sometidos al riesgo de un STA masivo por la desesperanza a que las dictaduras militares las somete” (p. 16); de nuevo la enfermedad nos trae a la memoria la dictadura. El cuento se cierra dejando entender que también los mismos estudiosos del tema murieron de STA, tal vez aterrados por lo que habían descubierto acerca de la enfermedad misma. Todo el relato es una alegoría del silencio que rodea ciertas patologías, así como de la falta de comunicación entre estudiosos. Las referencias bibliográficas, de nuevo ficticias, refuerzan el corte científico. La frase final, “no existen muertes extrañas sino enfermedades sin conocer” (p. 16), ya citada, es emblemática de la denuncia que Rivas lleva a cabo.

La reflexión sigue en el segundo cuento sobre la Afasia del Poder. Ésta, que le debe su nombre al neurólogo Déjerine, es un trastorno general del lenguaje, sobre cuyas causas todavía no hay acuerdo. Se trata, de nuevo y quizás más que la anterior, de una enfermedad catastrófica, puesto que afecta a hombres de poder y puede trastocar el orden del mundo. El relato es una clara ironía sobre la importancia del lenguaje, su mistificación y los peligros que de eso derivan. En estas páginas, se cuenta de incómodos episodios en los que los afectados se daban cuenta de que los contenidos de sus palabras se iban modificando solos y pasaban a comunicar lo contrario de lo que querían decir. Los científicos parecen estar de acuerdo en que la Afasia P. afecta principalmente a gente poderosa cuya vida está declinando, y a demostración de eso se cita el caso de Mussolini que se pone a hablar en rumano, y el de Goebbels que quiere aprender el esperanto porque sabe que es el único antídoto contra la Afasia P. El narrador explica que hay mucha literatura sobre la afasia pero no sobre ésta en particular. De ella, dice, por miedo sólo se ocupa “la literatura médica reservada, cuando no clandestina” (p. 23), al igual que ocurre con el STA y la Mirada Invertida, y, sobre todo, como ocurrió con muchos libros “incómodos” durante la dictadura, que tuvieron que circular clandestinamente. Se trata, en este caso, de “literatura marginal”, periférica en el campo de los estudios médicos.

El autor menciona a algunos enfermos ilustres, unos personajes reales que en la ficción padecen la enfermedad. Se dice, por ejemplo, que Trujillo, el dictador de la República Dominicana, padeció esta enfermedad, junto con la agrafía, y murió diciendo “Me viven, Candela, me viven” (p. 24), donde “viven” quiere significar “matan”, en este hombre enfermo de Afasia P. Asimismo, el dictador nicaragüense Somoza, que sufría la misma enfermedad, murió al recibir un obús, tras haber obligado a su chofer a pasar por un camino que sus propios guardaespaldas le habían desaconsejado. Recuerda el narrador, en las líneas finales, que “Numerosos hombres de fuerza, industriales, dictadores, y gobernantes han muerto también, no mucho después que sus discursos se hicieran incoherentes” (p. 24). Lo único que se sabe con certeza de esta enfermedad es que afecta generalmente a los poderosos, y en su facultad más importante, es decir el habla. Es un cuento que ironiza acerca del poder de la palabra de los grandes líderes, y satiriza el poder de cierto discurso, en una época en que en Chile imperaba la retórica de la dictadura pinochetista.

El cuento siguiente está dedicado al Síndrome de la Mirada Invertida: una enfermedad que por primera vez se detecta en el pastor Fred M. Wallace en 1906, que murió el mismo día en el que se le descubrió esa mirada. El cadáver tenía los ojos negros y la pupila blanca, y su hermana explicó que antes de morir estaba convencido de asemejarse a Dios. En efecto, todos los afectados se caracterizaban por la megalomanía. Como en los otros dos casos de enfermedad, hay gente que cree en ello y gente que permanece escéptica. Parece que la mirada invertida es una señal clara de que la muerte está cerca. La enfermedad empieza con trastornar al enfermo antes de su fallecimiento, ya que “la mirada se vuelve desconfiada y errática, no se ve lo que se mira, se duda de lo que se ve” (p. 32). Queda evidente la relación con el cuento anterior: ahora se trastoca la mirada, antes era el habla. Es la enfermedad de los que miran pero no ven: Rivas llama la atención, a través de esta  alegoría, sobre la situación en la que se encontraba Chile en esos tiempos, la prohibición de ver, y la dificultad de denunciar lo que estaba pasando. También es la enfermedad de los que se miran sólo a sí mismos (p. 27), lo que la convierte en un ataque a los presumidos. La Mirada Invertida se puede interpretar también como una punición: así lo declara Benito Carpaccio, el mejor investigador sobre el tema: “Quienes por soberbia o locura […] vuelcan su mirada y sus intenciones, quienes por pretensiones mesiánicas o excesos místicos, intentan torcer otros destinos, enceguecerán y morirán con sus ojos invertidos” (p. 31).

Estas tres enfermedades son una invención muy inteligente para describir el mundo. El primer apartado se propone, entonces, como una historiografía ficticia de las enfermedades raras, enriquecida, además, por la presencia de personajes famosos entre los protagonistas.

Le siguen los cuentos de “Historia de lugares remotos”. Este segundo apartado muestra que no sólo existen enfermedades desconocidas, sino también lugares. Nos centraremos sólo en el segundo cuento “El Lugar donde madura el Escarabajo del Vicio”, que relata de un lugar habitado por unos indígenas sin costillas, que viven en armonía con el mundo, serenos gracias a la picadura de un coleóptero. Cuando se descubren las propiedades de este animalito, se desencadena la codicia de varias personas: Juan Agustín Bastardo, por ejemplo, “comprendió que la utilización de esa droga animal lo transformaría de inmediato en el siquiatra de más éxito y fortuna del planeta” (p. 46). Sin embargo, más tarde se entiende que este animal es en realidad muy peligroso, ya que su picadura cura los trastornos mentales, pero causa una gravísima enfermedad de la piel que hace que ésta se convierta en una armadura de costras verdes, al tiempo que provoca graves problemas de respiración. Rivas quiere invitarnos con este texto a reflexionar sobre el precio y los peligros de la felicidad. Además, de nuevo estamos leyendo una denuncia de la ambición del ser humano, que se quiere enriquecer perjudicando la salud de los demás.

Son cuentos que muestran como el hombre, al fin y al cabo, siempre tiene que estar sometido a los dictámenes de la naturaleza y del cuerpo; y llaman la atención sobre la ilusión de omnipotencia y la presunción del ser humano. Una temática análoga es tratada también en el apartado “En una ciudad amurallada”, en donde se profundiza en la reflexión sobre las limitaciones y los errores del hombre. Aquí el tema es el encierro: se subraya que el individuo siempre busca amurallarse, protegerse, defenderse, en un intento que acaba por revelarse una fuga de sí mismo.

Y, finalmente, viene el cuarto grupo, “De los hombres que aún no han muerto”, que representa una indagación sobre la muerte, que refuerza su misterio, y que vamos a ver ahora en detalle.

El primer texto, “Las tumbas heladas de Guallatire (1949-1950)” tiene como escenario Chile, en particular el desierto de Atacama, cuyo clima es muy propicio para la conservación de las momias. Guallatire, en la región de Arica, es un asentamiento aimara prácticamente deshabitado, donde la cultura autóctona casi se ha perdido. El cuento, como ya hemos visto en otras ocasiones, mezcla hechos reales y ficción. Empieza con la descripción del Museo Arqueológico R. P. Gustavo Le Paige, creado por el sacerdote francés que le da su nombre estudioso que dedicó buena parte de su vida a la cultura atacameña, reuniendo, según cuentan sus estimadores, una importante colección de piezas prehispánicas y momias, que contribuyeron a que en Europa se conociera esa zona precolombina. Rivas nos da cuenta de su labor, pero también nos revela la verdadera naturaleza de este hombre, cuando lo define como “recolector de desperdicios precolombinos”, y relata sus discutibles hazañas. Le Paige es retratado como un incompetente, ya que, por un lado, no se da cuenta de que posee las momias más interesantes, y por otro, en su afán de coleccionista, estropea las piezas. Este cuento quiere ser también una denuncia por parte de Rivas, para que el lector se fije en que La Paige era más un profanador de tumbas que un arqueólogo profesional. Después de él, en 1968, llega a Guallatire un grupo de arqueólogos al mando de un hombre llamado De Bono, que quiere investigar sobre esas momias. Y es allí donde se acerca a comprender el misterio de la tumba de Lorenzo de Médici, descubierta por Bautista Lippi en 1949 (un año antes de fallecer). En su sepulcro, De Bono y sus compañeros sólo encontraron polvo (un hecho que, en base a antiguas creencias, solía ser interpretado como la demostración de que se hallaban en la tumba de un hombre grande y justo) y un frío terrible (lo que, según se cree, estimula a las almas a abandonar los cuerpos). El grupo se aventura más arriba, animado por una antigua inscripción que decía que en la parte superior del sepulcro se encontraba el secreto de la vida, pero, al contrario, encuentran la muerte. El narrador advierte que en la comunicación oficial del fallecimiento de estos estudiosos se omitió que en 1949, fecha de la primera abertura de la tumba de Medici, alguien pidió hospitalizar a un hombre que se llamaba Lorenzo de Médici. El final del relato es algo hermético, sin embargo es muy sugerente porque nos hace pensar en un caso asociado con temas de reencarnación. Como sea, merece la pena mencionarlo porque esta fusión de personajes reales y ficcionales es otra de las cifras de la colección, y la aparición de este supuesto Lorenzo de Médici, nos adelanta lo que ocurrirá en el último relato del libro.

El segundo cuento del apartado, “Los cementerios vacíos”, sigue un poco la temática del anterior, y nos sitúa en el mundo de los sarcófagos y del tráfico de cadáveres. Rivas subraya que la profanación de las tumbas se daba, en la mayoría de los casos, para buscar las riquezas con las que se enterraban a los muertos. El narrador evidencia que los sepulcros de los hombres de poder siempre han estado rodeados de misterio y nos informa de que muy a menudo los ladrones se encontraban con tumbas vacías. De nuevo se habla del hálito (esta vez tibio) que sale de las tumbas, lo que, parece ser una prueba de que los que están en el ataúd todavía no han muerto. Queda bastante claro que lo que le interesa destacar al narrador es la existencia de tumbas vacías. Él quiere investigar el “destino de esos hombres muertos” (p. 107), un aspecto que Rivas desarrolla también en el cuento sucesivo. El texto termina con la reflexión siguiente: “se dice que hay hombres que persiguen la historia y otros que han aprendido a persistir en ella. Quienes manejan la inmortalidad la enseñan o la aplican a quienes creen necesario. Todos deben morir y ser enterrados para poder volver a vivir. Quizás esa sea la razón de tantas tumbas vacías” (p. 114). La muerte es propuesta entonces como la condición para volver a la vida, y las tumbas vacías se dan porque la gente ha vuelto a vivir. Es un final muy interesante porque entronca con el cuento sucesivo, donde de nuevo tenemos a los vivos y a los muertos mezclándose.

Veamos, entonces, “Encuentro en…”. Después de dos reflexiones sobre las muertes del pasado, Rivas se interesa por el tema de la inmortalidad. Aquí nos trasladamos a la época contemporánea, con personajes más cotidianos. El relato se basa en una conversación entre el narrador y su hijo. El hombre, entendemos que se trata de un exiliado chileno que vive en Bruselas, a través de este diálogo vuelve con la mente a la época de la dictadura y recuerda a los amigos muertos. Quiere que su hijo entienda quiénes eran y qué significaron y siguen significando para él esas personas. Sin embargo, éste parece más interesado en una muchacha que está comiendo sentada en una mesa cercana que en el relato de su padre. Aun así, el hombre sigue en su conversación y afirma que, según él, esos amigos realmente no están muertos: “hay hombres que cuesta sentirlos muertos, que muchas veces es imposible y que quizás estén vivos pero nosotros no lo sabemos” (p. 115); “Tal vez ellos eran parte de esos hombres que aún no han muerto. De esos hombres […] que han aprendido a sobrevivir no en el recuerdo de otros hombres, sino que gracias al recuerdo de otros hombres. Y que están tan vivos como nosotros” (p. 116). El narrador tiene un amigo siquiatra que está investigando sobre este tema, y que sostiene que “en nuestro inconsciente, un hombre cercano que ha muerto no lo está realmente hasta que así lo soñemos” (p. 116). Luego reflexionan acerca de la muerte de Humphrey Bogart y del Che Guevara. Afirma que en algunas películas y vídeos que se transmitieron después de que habían muerto, se los veía que iban envejeciendo. Postula que el envejecimiento quedaba reflejado sólo en los documentos vídeo, ya que “en la vida real, clandestina y subrepticia que llevaban, conservaban el aspecto y la juventud del día mismo en el que habían muerto (p. 119). Las películas ya filmadas reproducen, pues, el envejecimiento como si los individuos no hubieran muerto. Lo mismo ocurre con Che Guevara, que en el vídeo de su discurso en Montevideo iba envejeciendo: la película recoge el verdadero proceso de envejecimiento. Después de estas reflexiones, padre e hijo van a ver la casa de Anna Frank y se dan cuenta de que ésta es la niña que habían estado viendo en el restaurante: ella tampoco había envejecido, sino que había mantenido el semblante de cuando había fallecido.

Este texto es una reflexión, algo irónica, sobre el concepto de la representación, y en última instancia acerca de cómo representar la muerte, y sobre lo que le ocurre al cuerpo después de la muerte. Éste va envejeciendo en las películas, mientras que en la realidad sigue vivo y no cambia: “En alguna parte Bogart estaba vivo y su vividad […] modificaba, envejeciéndolo, su aspecto en las películas, ya que correspondía a la realidad del Bogart vivo” (p. 119). Los personajes envejecen en la representación y no en la vida real, en un proceso que recuerda ése que se relata en El retrato de Dorian Grey. Sin embargo, Rivas va más allá de la propuesta de Oscar Wilde, ya que allí el protagonista no envejecía, mientras que en este cuento los personajes incluso fallecen y, en cierto sentido, vuelven a la vida —y a la muerte— a través de las películas, así que el juego de muerte/vida es más elaborado en este relato.


Conclusiones

En estas páginas he intentado delinear los ejes principales de esta colección de cuentos que, a través de temáticas originales y de la narración de acontecimientos algo lejanos en el tiempo, nos llevan a reflexionar acerca de problemáticas tan actuales como la investigación en el campo médico, la relación entre poder-dinero e investigación, el problema de la censura. Asimismo, llaman la atención sobre algunas características connaturales al ser humano, como la codicia, la ambición, el afán de poder, la cerrazón y la ceguera frente a lo que no se quiere ver. También me pareció fundamental destacar el cuestionamiento a propósito de la muerte y de las distintas formas de oponerse a ella o de aceptarla. Son textos que invitan al lector a ponerse en duda a sí mismo, a meditar sobre su manera de enfrentarse con los temas importantes de la vida. En su tiempo, se puede suponer, fueron una acusación velada y un desafío a la dictadura de Pinochet, y al silencio que ésta impuso a la población; ahora, más de veinte años después, siguen estimulando la reflexión y hacen tambalear las certezas del lector.










(1). Cabe señalar, sin embargo, que en cuanto a la ubicación de los hechos relatados, no hay mucha presencia de Chile.

(2). Una situación que refleja, en cierto modo, la del Chile dictatorial

(3). Esto se acerca a lo que Jameson definiría “reescritura de la historia”, aunque en nuestro caso se trata de la historia menor (de algunos hechos en particular).

(4). Como veremos, el último cuento hace una clara referencia a los desaparecidos, víctimas de la dictadura.

(5). L. Hutcheon, “La política de la parodia postmoderna”, in: Criterios, Edición especial de homenaje a Bajtín, julio 1983, La Habana, p. 194.

(6). Esta práctica de dar una bibliografía absolutamente real que, sin embargo, es falsa se alinea con los rasgos de la escritura posmoderna.

(7). F. Rivas, Traición a Hipócrates. Médicos en el aparato represivo de la dictadura, Santiago, Ediciones Chile-América, 1991.

(8). Éste es un tema que le interesa mucho a Rivas, y que se relaciona con la indagación acerca de las luchas por el poder y retomará luego en El Informe Mancini.