La puesta en valor del Fondo Cortázar no sólo fue un proceso importante para el resguardo de los documentos, sino también un aporte clave para las investigaciones sobre su obra.
La instancia de este día, en que se lo da a conocer en un marco de diálogos sobre su obra, involucra la consideración de posibilidades que se habilitan para abrir nuevos interrogantes y cuestiones. En el catálogo he señalado, en acuerdo con Fernando Colla, algunos aspectos de los documentos que sería un despropósito repetir aquí.
Pero quisiera recordar que el Fondo es también un “corpus”, un cuerpo de textos –como solemos llamarle los críticos e investigadores de literatura- que es a la vez, un cuerpo orgánica y temporalmente vivo gracias a las lecturas que de él se han hecho en estos años. Será un corpus la selección que de estos documentos podrá hacer un investigador, sellando así una mirada transversal que seguramente no se repetirá en cada búsqueda, en cada investigación. El Cortázar que es leído y el lector Cortázar. ¿Acaso él mismo no ha tenido su “corpus” eligiendo de entre sus papeles las fuentes para declaraciones o conferencias, para la correspondencia o para la respuesta al crítico?
Otra cuestión es el hallazgo de datos, de textos, de palabras citadas, de ausencias o recortes de lo dicho en lo publicable. Doy lugar, para entendernos a un ejemplo breve: El 30 de Junio de 1971, le responde a su amiga y crítica Graciela de Sola sobre el affaire de la segunda nota a Fidel Castro en el marco del caso Padilla, que no firmó. Y le manda “completo” el informe mal publicado por el diario La Opinión, para que al menos ella comprenda la situación. Además, en un paréntesis de la carta, indica que en una entrevista realizada por el escritor y periodista Francisco Urondo en Panorama, explicándole su “noción de patria”, ya mezclando el primer tema sobre Cuba con la insistente pregunta sobre la naturalización francesa que espera. Todo eso, leído en el tercer tomo de sus cartas publicadas por Alfaguara, llama la atención pero pasa a ser un dato anecdótico que el investigador acostumbrado a no hallar pruebas, deja pasar con mueca de fastidio. En el Fondo están ambos documentos, el del diario y la entrevista: ¿Cómo hacer para que un catálogo sea un campo de hallazgos y no solamente de búsquedas que se enfrenten a una barrera de una base de datos? ¿Cómo crear una mirada que genere al investigador o lector entusiasta la idea de entrar a encontrar y no de entrar a perderse, cuando no se sabe qué hay allí? El esquema que elaboramos, su diseño de base de datos es un esfuerzo por crear el hallazgo, y no meramente la búsqueda. Porque buscar un texto en este corpus puede significar un rastreo interminable de lo que no se sabe qué es, cuando por el contrario es una vuelta biográfica lo que estamos haciendo cuando investigamos un autor.
Todos somos, una vez que ingresamos en la obra de cualquier escritor, sus biógrafos. Indefectiblemente, la ley de la vida se impone. Intentemos –como se hizo, como muestran algunas tesis, como se dijo en una época que debía ser nuestra tarea- separar en aislados charcos “vida” y “obra”. No lo lograremos, o será una ilusión falsa en mi modesta opinión, apenas improductiva.
Por ello, leer el Fondo Cortázar implica los acercamientos entre ambas y les da otro lugar en una concatenación histórica de acontecimientos y a la vez, facilita reconocer en qué estratos del tiempo Cortázar hizo su aporte como intelectual, como literato, como persona, como creador. Tomo la noción de R. Koselleck:
Me muevo más bien en las metáforas: los estratos del tiempo remiten a formaciones geológicas que alcanzan distintas dimensiones y profundidades, y que se han modificado y diferenciado en el curso de la llamada historia geológica con distintas velocidades. (2)
Quiero decir que, trasladando la metáfora con los alertas necesarios, el Fondo muestra estos estratos en que Latinoamérica –el mundo– fueron dejando sus huellas y sus fisuras a futuro. Un futuro que está incluido en todos los presentes de cada documento, tanto en la literatura como en la participación pública de muchos otros intelectuales. Los treinta o más años cronológicos que abarca el Fondo muestran huellas de estratos del tiempo en capas y profundidades que permean tanto la “obra” como la “figura” de Cortázar, ya que en una se lee la otra y viceversa. Legibilidades complejas, si las hay en la literatura latinoamericana escrita por intelectuales que caminaron la calle y se pusieron una señal carretera en la cabeza, a modo de sombrero.
Además, este concepto del tiempo releva a quien ingrese a la búsqueda, de la tarea de ir preparado en datos inservibles luego o en seguras ambigüedades, de llenarse de libretas con detalles históricos “por las dudas”, para sí acceder con la libertad que brinda la confianza del hallazgo, de algún hallazgo.
En mi experiencia, trabajar en el Fondo supuso entrar otra vez en estos estratos, simultáneos y a la vez consecutivos en la historia lineal, aquella de los Annales. Porque si bien podremos pensar con Cortázar que el tiempo es una dimensión simultánea, la que habilita el fantástico de sus cuentos, debemos atenernos al “dato”, a la indicación precisa, todos signos de otra cosa, referentes que a veces se pierden. (3)
Todo ello dado que los acuerdos para reconocer en comunidad a Cortázar requieren de las connivencias. Como las que harán ustedes hoy; acordar nuevas connivencias que hagan del disfrute del debate –y del banquete- una posibilidad de retomar una obra múltiple como esta.
Por otra parte, pensar la temporalidad contenida en el Fondo asevera la necesidad de volver a historizarlo. Es mi propuesta de continuidad de trabajo, fruto de un fallido intento de armar una cronología a partir del Fondo.
He seguido pensándolo, además de incorporar saberes nuevos que mi otra investigación me provee –nada que ver: el concepto del pasado en el ensayo argentino revisor de lo dicho acerca de la dictadura, pero que tantas coincidencias tiene con mi trabajo en el Fondo–, tomando la preocupación por la fragilidad en que quedó en Argentina la figura de Cortázar, apegada a lugares comunes que se repiten en los aniversarios, febrero a febrero y que anquilosan una obra, mientras generaciones nuevas ya no la leen sino como al margen, sin interlocutores válidos.
¿Qué concepto inquieta esas aguas en que ha quedado la crítica argentina sobre Julio Cortázar, ya que sólo en algunos manuales escolares aparece, ya vergonzoso, algún cronopio o alguna “instrucción” mira asombrada su re-uso en talleres literarios?
Hablaría de una cronotopía, tomando la noción de Mijail Bajtin que me es muy cercana: aquella encrucijada en que el tiempo se espacializa y el espacio se temporaliza, inexorables ambas posibilidades y necesariamente juntas en el relato, pero también en la vida. Siempre, todo enunciado, es cronotópico, deja en estado de respuesta a su tiempo/lugar en que se pronuncia, a futuro sempiterno de nuevos enunciados. Los cronotopos de la novela dejan leer, por ejemplo, a Rayuela como el mosaico de la contemporaneidad y a 62 modelo para armar en una dación de la existencia humana en el borde nocturno que separa la lucidez de la locura y la cotidianeidad de lo singular de cada experiencia. Hoy, ayer, aquí o allá son categorías que a Julio Cortázar le preocupaban mucho porque fundaban su percepción de la vida entre las dimensiones diferentes que coexisten, se desmadran, se ordenan caóticamente en perfecto encastre.
Por ello, tomar el Fondo como corpus de observación de cronotopías en las novelas y cuentos a través de las lecturas de los documentos permitiría sacarlo de los esquematismos en que fue considerado –y que los propios documentos nos brindan detalles de sobra–, a la vez que poner en nuevos sitios los datos de segunda mano, muchos de ellos equivocados si tomáramos en cuenta lo que se puede llamar “verdad histórica”.
El Fondo nos revela y nos re-vela esos datos, los descubre -¿en qué año fue por primera vez a Cuba? ¿Cuántas veces viaja a Chile y porqué reniega de las lecturas “simbólicas” de sus cuentos? ¿Por qué se fue de Argentina, no fue porque el altoparlante con la marcha peronista no le dejaba tocar tranquilo la trompeta y molestar en paz a los vecinos? ¿O este fue su modo de indicar sus diferencias ideológicas? (4)
Leer el Fondo en sus cronotopías dejaría ver otro Cortázar, aquel cuyas circunstancias y situaciones vitales son también la obra creativa. Esto es: un autor que escucha, a la escucha –recordemos que, como Bajtin era melómano y T. W. Adorno musicólogo, Cortázar fanático del jazz–, quien supo tener oído fino para las voces sociales a las cuales deja entrar en sus textos, en fronteras lábiles de la creación literaria.
Y eso nos coloca ante una nueva perspectiva: hay muchas cronologías, pero ninguna cronotopía ha sido relevada en los textos de Cortázar. Propongo algo que me resulta inaudito: revisar aquellos textos o documentos del Fondo que iluminen nuevas lecturas, contrastando en cada instancia textos literarios y declaraciones o escritos políticos en tanto signos de la encrucijada discursiva en que Cortázar vive como hablante privilegiado de una lengua –slovo, diría Bajtin, palabra y no lexema o entrada de diccionario, palabra viva- en un estar ahí también privilegiado: la Francia en que vive en Buenos Aires, las décadas en que el futuro se le instala. Formar entonces el esquema de las cronotopías estéticas en que volver a leer a Cortázar sea también un acto reparador sería la tarea: asumir la investigación con sus categorías de la historia y de la vida misma. Historizar Cortázar de este modo, sólo puede hacerse teniendo a mano lo más diverso, para leer a trasluz hechos históricos en sus estratos superpuestos del tiempo. Incluyendo al presente.
Eso por ahora. Espero haber dejado una inquietud que sirviese a la vez para presentar el Fondo en su complejidad conceptual también, tan cortazariana de los papeles juntados, no reunidos con afán coleccionista sino con lúdico amontonamiento. Por eso podemos hoy revisar lo ya dicho y ver allí otras cosas que den alternativas a la investigación sobre su obra.
Notas
(1). Texto de la comunicación preparada para la jornada de presentación del Fondo Julio Cortázar, en la sede del CRLA-Archivos, en Poitiers, el día 17 de febrero de 2009.
(2). R. Koselleck, Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Paidós, 2000.
(3). Me ha sucedido en mi investigación doctoral no poder “ver qué hay” en una biblioteca y sí tener la experiencia de trabajar en La Habana, leyendo todo el archivo vertical dedicado a la prensa en Cuba relacionada con su tarea; encontrando derivaciones de mis hipótesis que si no hubieran quedado sin conocer. De algún modo, me atrevo a decirlo, hacer este trabajo de constituir el Fondo en el CRLA-Archivos fue la más feliz y productiva de las venganzas. Escribiría mi tesis toda de nuevo con lo hallado aquí, con las entrevistas que siempre me faltaron, con los textos que tomaban materialidad y salían del estado fantasmal en que habían quedado.
(4). Nota al pie irónica: En Argentina al menos, deberíamos hacer un outlet con los lugares comunes que los periódicos volvieron a repetir este año; nos sobraría la ganancia para la beca de un año doctoral en Poitiers.